No pensaba tocar este verbo (bastante usado en Castellano), pero a veces las casualidades imponen…
Soy usuario del “taco” del calendario del Corazón de Jesús desde que -de niño- repartía calendarios de propaganda en la imprenta de Gaubeka y ayudaba a los dos hijos de Víctor a pegar previamente los tacos con engrudo sobre el cuerpo de cartulina y -aparte de las propinas me solían regalar un par de calendarios completos. Usuario que mira a diario anverso y reverso y que hace unos días, bajo el título de ORIGEN DE…, haciéndose eco del Diccionario de la Lengua Española, decía que “proviene de milano y significa en una de sus acepciones, intimidar o amedrentar a alguien…”
Muy de acuerdo con el significado, pero no con la explicación que rueda en todos los diccionarios y foros culturales, seguramente repitiendo lo que Covarrubias planteaba hace casi cuatro siglos:
El hecho de que un latinista precursor de la plaga que soportamos ahora, no citara al Latín como padre del nombre, ya indica que el “Padre Sebastián” no las tenía todas consigo, siendo reveladoras para lo que luego se explica, las contradicciones que se adivinan en la explicación que da para el aparente sujeto, el milano, que es descrito como “couarde” cuando es atacado por el halcón y termina sentenciando, “Amilanarse, vale acobardarse, como hace el milano”.
Entonces, ¿en qué quedamos?, ¿es el milano quien acobarda a otros o el que se acobarda cuando otras aves de presa le atacan?.
Aquí son oportunas dos aclaraciones previas, una, que ya es sospechoso que en la bibliografía de consumo se cite el Laín Vulgar *milanus como precursor, cuando, ni ha existido esa modalidad de lengua, ni la palabra se ha encontrado escrita, como lo atestigua el asterisco, como sospechoso es que se recurra a un supuesto “milan” francés, cuando en el idioma de los gabachos, a milano se le llama “cerf volant”, los italianos le dicen “aguilone”, los portugueses, “pipa” y solo las lenguas españolas le llaman con nombres relativamente parecidos al “milvus” latino, todas ellas lejanas a formas vecinas como “kite, quit…” pero cercanas a la vasca que le llama “miru”, ojeador, una designación adecuada para un ave esencialmente velera y rastreadora, con unas garras no comparables a las de águilas, aguiluchos y halcones, que no desdeña la carroña y que solo en situaciones de hambre extrema se atrevería con presas vivas mayores que un ratón.
En efecto, los milanos, con garras pequeñas, superficie alar grande y musculatura pectoral moderada, no están capacitados para estrangular con sus garras, para elevarse desde el suelo con una presa grande y dinámica, ni para atacar en vuelo, por lo que “amilanar” nada tiene que ver con los milanos que no son temidos por las presas más comunes.
En los años 80 y 90, cuando los vertederos públicos y los de algunas fábricas cárnicas y de embutidos se transformaron en un atractivo insuperable para aves como la cigüeña blanca, el milano negro, varios aguiluchos e incluso gaviotas, participé activamente con otras dos empresas eléctricas y con el CSIC en una campaña de varios años que culminó en varias publicaciones, como la de la imagen adjunta y los implicados, ingenieros y biólogos principalmente, aprendimos mucho sobre la etología aviar, cuestión muy necesaria hoy en día en que nuestros jóvenes, seducidos por las pantallitas de los teléfonos, apenas miran al cielo.
La pregunta que se hará el lector que quiere saber más, será con seguridad, entonces, ¿de dónde viene amilanar?…
En Euskera, “amil” es un acantilado, un corte rotundo del suelo que se proyecta en un abismo y “amildu”, donde la desinencia “du, tu” es la acción verbal, es lo que la cercanía al cantil provoca en muchas personas; una sensación de pánico que llega a inmovilizar a algunas personas. “Amil ein”, (amilan), donde “ein” es la acción, perduró en Gallego, Catalán y Castellano, quizás desde hace cuatro mil años.