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Frómista

Tanto el nombre como el acento de este pueblo palentino suenan raros de entrada. Los locales dicen que antiguamente fue Frómesta y que el nombre procede del “frumentum”, nombre preferido de los romanos para el trigo y sabido es que esta comarca era conocida como una de las más feraces productoras de cereal, la relación se considera establecida y …todos contentos.

Todos, menos los apasionados de cada ideología, puesto que quienes gustan de creer que los godos que llegaron a España tras el derrumbe del Imperio Romano hicieron algo más que cobrar impuestos para los terratenientes que quedaban, aseguran que el nombre del pueblo viene de un tal “Frómesta” derivado de voces germánicas como “frumist”, “fruma”, algo así como preboste o caudillo o incluso de una alteración de “Berhüm Stadt”, sitio de reposo…

Es cierto que el nombre “Frómesta” aparece en varios documentos del siglo X, pero no hay argumentos para decidir si era un nombre habitual o se refería a alguien por su procedencia, aunque hay quienes quieren que sea el nombre de un mozárabe repoblador.

Pero el investigador vocacional raramente se conforma con tradiciones, leyendas o una repoblación imaginaria y decide investigar aunque reconozco que la solución final no es muy satisfactoria.

En primer lugar, ¿es tan raro el nombre como parece?.

La silaba menos frecuente es la “fró” tónica al principio del nombre. En España no hay siquiera un lugar que comience así, aunque se encuentren media docena de sitios que la contienen al final, Zafrón, una aldeíta charra en Salamanca, Valzafrón, un alto áspero y pedregoso en León, Valle del Azafrón, un teso (berrocal) en Salamanca, Campo de Zafrón, otro alto relativo en Salamanca y Ritafrón, un arroyo perdido en Zamora.

Confirmado que el nombre es raro.

Es también evidente que la aspereza de todos estos lugares sin apenas suelo, no es un argumento que apoye el que hayan sido en algún momento despensas de cereal, por lo que cualquier posible coincidencia con el actual Frómista cerealista palentino es improbable.

Jugando con variantes como “frol”, “fron”, hay Frollais, en Lugo, Fuentefrolla en La Rioja y Valdefrola en los Montes Alquilianos de León y varias docenas de frontales, fronteras, frontillas y frontones que casi nunca son lo que parecen.

Hay que alejarse hasta “foron-forón-foru” para que aparezcan nombres más familiares (Foronda, Fórua…).

Variantes consonánticas como “brom”, son también muy raras, destacando un laguito de alta montaña en un lugar pedregoso y pelado entre León y Asturias llamado Bromecha.

Tampoco existen otras posibilidades “cercanas” como nombres que comiencen por “forom,,,”, “borom…” ó “bolom…”, siendo lo más cercano otro lugar pedregoso de la montaña de León llamado Forrodrigo, u otro igualmente montañoso que se dice Forroi en Girona, tierra fresca llamada “El Fruncillo” cerca de Sasamón o la aldea de Frúniz en Bizkaia, ahora decapada a “Fruiz” por las manías aleatorias de la Academia Euskaltzaindía.

Hay que “subirse” a la forma “prom” para encontrar formas sugerentes que pudieran llevar a la idea de un otero o promontorio de cierta relevancia que destacara en la planicie de Campos, pero que no cumple el cerro de la Virgen del Otero, apenas diez metros sobre la rasante media de la zona.

La terminación “…mesta” es también inusitada en España, donde no hay un solo lugar que la disponga como parte final de otro nombre más largo; solo hay nombres compuestos que se refieren a Mesta.

Con “…mesta…” entreverada, si que aparecen lugares como el conocido Mestalla, Mestanza, Mestajas, Mestal, Mestall, Aguasmestas… y poco más.

Tampoco la terminación “ista” se prodiga; solo se han encontrado dos “Tximista”, una en una cumbre cerca de Andoaín y otra en el Parque de Urbasa; ambas son afloraciones calizas en un entorno con poco suelo.

En cambio, si “fróm” fuera una metátesis de “form”, la presencia de nombres que la contienen, se multiplica para llegar a varios cientos, destacando Formiscas y Formistán, ambos en Lugo.

El repaso a la toponimia no aporta sugerencia alguna a este nombre singular y el análisis geomorfológico, biótico y paisajístico del entorno plantea una situación parecida, ya que la alteración de la cubierta vegetal –principalmente- y de los procesos superficiales muestra indicios de grandes cambios en los últimos milenios.

Efectivamente, la llanura palentina en esa zona en los milenios posteriores a la última glaciación, ha estado configurada por grandes masas de arbolado en forma de amplias fajas que en las zonas bajas y húmedas eran caducifolios de las tipologías que se dan en los “bosques galería” y en las zonas menos irrigadas, perennifolios o marquescentes, quercíneas principalmente, siendo el porcentaje de suelo cubierto, muy cercano al 100% dada la escasez de relieves bruscos y de afloramientos rocosos estériles.

Es difícil estimar el tiempo que han podido necesitar los grupos humanos en ir quemando, rozando y laboreando la tierra para llegar al estado actual con las herramientas que entonces se disponían, pero es evidente que no es algo tan reciente y rápido como parece describir la historia de consumo, que lo circunscribe a la romanización.

Posiblemente hicieron falta tres o cuatro mil años de avances y retrocesos sucesivos, periodo del que se desconoce casi todo.

La falta de abrigos naturales y la ausencia de recursos tróficos permanentes en ese tipo de biomas hace pensar que la zona sería de paso, es decir, los contingentes podrían explotar temporalmente los recursos de “estación” e incluso hacer alguna siembra de ciclo corto, pero no hay motivos para pensar en establecimientos largos o hiperanuales.

Las zonas húmedas (lagunas someras principalmente) han debido de ser muy abundantes, pero la rápida oscilación de sus bordes, no ha dejado huellas patentes que nos ayuden a ver sus límites; sin embargo. han sido con seguridad recursos bien aprovechados.

De cualquier manera, la profundidad y calidad de los suelos de esta comarca, unida a la periódica humectación por las avenidas de los ríos de la cordillera cantábrica, obliga a pensar en zonas con una frondosidad suprema, con un contenido vegetal por hectárea comparable al de las selvas húmedas de hoy en día.

Conocido esto, es válido aplicar la idea que ya otros han ensayado, de relacionar el nombre con la primigenia “floresta”, especialmente pensando en cuando ésta era ya residual y solo quedaban pequeñas islas de frondosidad de las primitivas olmedas difíciles de eliminar. De hecho “fu oró” (cubierta integral), devenida en “forro”, el forro adjetival que se menciona en Castilla actualmente como exponente de la frondosidad de la vegetación, puede haber quedado como un fósil en la forma “Fró”, que complementado con “mesta” (de “mez”, favor, excepción y “ta”, participio), zona favorecida no arable, exenta de la explotación particular, tendría sentido semántico. Frómesta sería la gran olmeda respetada.

Desaparecidas las hileras de olmos residuales de las tierras castellanas tras la epidemia de grafiosis de los años ochenta, apenas quedan recuerdos –siquiera literarios- de la inmensidad de las antiguas olmedas (foto de una olmeda aragonesa residual a principios del siglo XX) ni hay una idea clara de lo que era la Mesta ya en la prehistoria, una inmensa red de espacios reservados de cualquier uso distinto del natural y reducido su nombre –por las manías antropogénicas- a la pretensión de una junta o consejo de vocales.

La mesta era una impresionante red de pasillos, descansaderos, dehesas y abrigos, de los que puede dar una idea la foto de una cañada actual.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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