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Golondrina

Golondrinas

Ave estival paseriforme, de la cual hay varias subespecies y que pertenece al género “hirundo”.

“Una golondrina no hace verano”.

Refrán castellano antiguo que casi nadie conocía el otro día, cuando un reportero de televisión preguntaba a los que paseaban por una calle comercial. Y es que el mundo actual, tan alejado de los procesos naturales, ha perdido una gran parte de su acervo para “empanarse” como una croqueta en ese pan rallado que es la globalidad.

El reportero se preguntaba el porqué de un nombre castellano tan lejano a las “orenetes” catalanas, las “hirondelles” francesas, las “andoriñas, andorinhas” gallegas y portuguesas, las “rondini” italianas que él se había preocupado de buscar que provenían de la “hirundo” latina, voz a la que volveremos al final.

Poco buscó este hombre de la tele, porque en la pretendida “etimología latina para todo”, no faltan disparates genuinos e insuperables como el del ensalzado Corominas, que empeñado en meter un azumbre en botella de dos cuartillos, fuerza, manipula, descoyunta, tergiversa y compara golondrina con otros casos, para convencernos de que él sabe mucho y el pueblo es bobo.

Así, él parte del latino “hirundo” y le va cambiando la cola, asimilando y disimilando lo que le molesta, quitando vocales, alterando consonantes, trocando el acento y acaba encontrando “golondrina” en el fondo del crisol que inició con aquélla voz tan distinta.

La explicación implícita (que debería haber dado el sabio) es que cientos de miles de personas fueron aplicando inconscientemente esos cambios a lo largo de los siglos, para que partiendo de un queso, llegaran todos a un jamón.

Lamentablemente así ha sido la práctica de la etimología; un empeño enfermizo de explicarlo todo por el Latín, una lengua apta para la vida urbanita, social, de imperio, pero incapaz para el establecimiento arcaico semántico que hizo que las lenguas comenzaran siendo un reflejo de los fenómenos de la naturaleza y no de la alquimia de monjes y secretarios.

No andaba lejos Covarrubias allá por el siglo de oro, cuando asignaba su nombre al hecho de que su canto fuera “de papo”; “golo”, como menciona en su diccionario del que aporto un facsímil.

Diccionario Siglo XVII

Y es que “golo” en el siglo XVII, aún se usaba en Castellano sin una conciencia clara de que era una voz neta euskérika que significaba y significa “papo”, una variante de las fauces, que sirve para acumular temporalmente la comida que se está masticando.

Ya en esa época, Sebastián, “quería” ver otra posibilidad para el nombre de la avecilla, en que hacían sus nidos en las “colondas” de las casas (postes, columnas), pero siempre tirando hacia el latín.

La segunda componente del nombre, “ondi”, es un adjetivo poco usado pero neto del Euskera, que significa “hondo, capaz, voluminoso”, en referencia a un recipiente elástico como un saco; así, “golo ondi” no es otra cosa que la descripción de un papo receptivo, que puede almacenar material…

Nuestros antepasados que sabían mucho más que nosotros de biología animal, crearon el nombre “golo ondi ena” que con el significado genérico de “las de papo voluminoso”, define muy bien a todo un género de aves cazadoras, que van acumulando docenas, quizás cientos de mosquitos en ese papo que vacían en los buches de sus polluelos en cada viaje al nido.

Enigmas hay muchos rodeando al Euskera y no es de los menores el que muestra cómo disponiendo de nombres arcaicos perfectos, esta lengua ha preferido crear otros de menor calidad, sucedáneos, que han sustituido a los originales; así, la golondrina se llama actualmente en Euskera, “ainara, enara, enabera, elai, iñara, arrandera…”, formas infinitas, pero no la original que ha sido conservada por el Castellano.

Este caso no es una rareza, sino algo muy común; es como una renuncia visceral al uso de voces vernáculas cuando otros las adoptan, siendo cientos los sustantivos, adjetivos, verbos y otras partículas que he rescatado de lenguas cercanas y cuyo origen es –sin duda- vasco.

Volviendo a los mecanismos que desarrollo para entender estos procesos, con frecuencia mis amigos “cultos” tratan de frenarme con argumentos como que los antiguos eran ignorantes o no sabían tanto de todo. Yo soy propenso a argumentar lo  contrario, porque la vida salvaje brinda muchas ocasiones a quien está atento a los sucesos: Tendría yo unos diez años cuando tuve mi primer “tiragomas” o tirachinas –como lo llamaba un amigo navarro- y estando el primer día de vacaciones con un muchacho algo mayor que yo (un tal Jon Arrien), que llevaba en su bolsillo trasero un arma mucho más potente que la mía, lanzó una piedra al cielo, que fue a dar de lleno en el pecho de una golondrina que volaba hacia nosotros.

Increíble el disparo y su consecuencia.

Cayó el animalito al instante y de su boca sangrante salió una cucharada de mosquitos. Yo me fui tan asombrado de la puntería de Jon, como de lo que cabía en aquel buche…

Esto ha debido suceder en el pasado con gran frecuencia, por lo que nuestros antecesores tenían motivos para denominar a los elementos del mundo según sus características.

El tránsito de “golo ondi ena” a golondrina es elemental.

Vayamos ahora a las lenguas germánicas (Irlandés, Inglés), que con su “swallow”, que equivale tanto a golondrina, como a tragar; (Alemán, Holandés, Danés…) con sus “schluck, sluk, sluge…”, también golondrina, a la vez que sorber, tragar, nos dan una idea muy clara de que se conocía a estos animalitos por su capacidad de acumular insectos en el papo y que los mecanismos de designación arcaica han sido similares.

Vayamos por fin al “hirundo” latino, padre y madre según los académicos de toda la saga latina de los nombres que se citaban al inicio.

Uno de los verbos vascos más recurridos en los cuentos para los niños, es “iruntsi”, tragar, deglutir, devorar, sorber… Eso que hacen los ogros y los seres abominables… ¿Hay alguien que pueda dudar que el “hirundo” latino no procede de la raíz vasca “irunts”?.

El Euskera está en la base, en el cimiento del edificio lingüístico y sin una verdadera revolución que desmantele el papanatismo de siglos y ayude a hacer verdadera investigación, no hay posibilidad de avance.

Diccionarios de la Real Academia, enciclopedias y registros etimológicos tienen que ser integralmente revisados. ¡Ah! y nuestra pomposa Euskaltzaindia, sometida a una purga de San Benito para que –de una vez por todas- crea en aquello que ha de valorar y defender.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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