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Mucientes

Los Montes Torozos aún conservan un amplio páramo casi plano de unas 90.000 hectáreas que hacia el Sureste lo interrumpe el surco del Pisuerga y por el Noroeste ya se llama Tierra de Campos. Entre estos dos ámbitos, hay una línea de discontinuidad que va de Suroeste a Nordeste, un borde en el que se asientan varias localidades.

 

Este borde que mira al Pisuerga y al mediodía, está jalonado por pueblos quizás más conocidos que el Mucientes que analizamos: Zaratán, Villa Nubla, Fuensaldaña, Cigales, Corcos, Trigueros…, pero ninguno de ellos tiene rasgos sobresalientes distinguidos, consistiendo sus terrenos en laderas mas o menos tendidas, algunas cuestas y unos pocos  cantos o crestones más visibles que no llegan a alcores como los que anuncia (falsamente) Villalba, pero son cintas de discontinuidad en las que sus tonos blancos destacan al sol del mediodía con diversos “abrigaños” en los que ya en febrero te puedes calentar un rato protegido del viento regañón .

 

Mucientes por el que me preguntaba un amigo, está prácticamente solo en la geografía aunque hay un pequeño arroyo de unos dos kilómetros aguas abajo de Castro Nuño, en Zamora, arroyo que se llama así y desagua en el Duero en un entorno montaraz lleno de cárcavas que contrasta con la suave ribera de La Rinconada, justo en frente.

 

Ante tal escasez, hay que ensayar la búsqueda con las variantes más frecuentes de este “muci” que se resiste: “Musi, muxi, muxí, muji, luci, mugui, buci, hasta buri” e incluso así, hay muy pocos casos lo que es señal, bien de que la morfología que le daba origen no era frecuente o que los cambios sufridos han sido generales y el sonido ha perdido su precisión y ha cedido a las modas.

 

“Mus”, la raíz central muy usada en dialéctica y sobre la cual elucubrar en primer lugar, transmite la idea de que el elemento tratado es de escaso valor; es despreciable. Esta raíz es la que ha dado nombre al célebre juego de cartas en el que la clave sobre la que se organiza el engaño para conseguir el triunfo es la puja por algo de poco valor.

 

“Mus”, contra lo que digan los sabios de cátedra, es la voz que da sentido a los museos, no como lugares en los que las musas se solazan, exhiben y explican arte, sino como camarotes o almacenes “de viejo” donde se acumulan cosas caducas, cosas “mus”, que ya no valen.

 

Si esto fuera así, sería coherente que un “malpaís” gris de yesos en Sabiñánigo, donde apenas crecen algunas xerófitas se llame “Muciello” o que en Asturias, a 1.600 metros de cota haya un pico pelado como sus laderas que se llame Musiquiellu.

 

O que un borde quebrado del Valle de Laminoria en Álava, una barrancada estéril que contrasta con los fértiles valles se llame Musitu (en el mapa adjunto).

 

 

O queda como “Muxika”, una comarquita que en documentos figura como “Mújica” en la parte más abrupta de la Reserva de Urdaibai en Bizkaia.

 

O Muxín que es un caserío en el borde occidental de Terra do Chá, al pié de la Serra da Loba y Muxía, mucho más conocida población costera de la comarca que llaman “Fisterra”, donde se hizo una incursión hace algún tiempo para investigar en sus dos atalayas llamadas “Corpiño” y lugar donde aparte del núcleo central, hay varios valles bajos y conexos rellenos de tierra fértil (como el Villacalabuey que se verá a continuación), con importantes aldeas aparte de la abrupta costa y sus varias penínsulas y campos de piedra berroqueña y donde puede llamar a engaño para quienes buscan lugares de procesado de pescado el lugar llamado Cetárea, nombre moderno para un vivero de marisco reciente, que se encuentra en un punto inadecuado para arribadas de barcos en el pasado.

 

A veces, la “m” opta por transformarse en “l” y así está Lucientes, otro “malpaís” en Guadalajara. O se cambia por una “b” dando Buciello, otra cárcava improductiva cerca del río Nalón, Buciegos, un vallecito de poco valor entre oteros en Cuenca, Bucipeñas, un fondo de barranco entre Asturias y León o Bucibrán, otra montaña pelada cerca de Murias en León.

 

Esta “b” y la cárcava mencionada me traen recuerdos de una caminata por el Monte Buciero en Santoña, donde oquedades, pozas y dolinas llenan casi completamente las trescientas hectáreas de su cabezo que esas hondonadas comparten con picos redondeados; un ambiente típico de zonas cacuminales propensas a la disolución y colada hacia lo profundo de sus calizas solubles.

 

“Bus, buj, buy…” que no hay que reírse cuando los niños dicen “bujero”, porque hay numerosos indicios de que en muchos lugares (Cala Buig, Cala Bucha, Villacalabuey…) este lexema se relacionaba con hondonadas, hundimientos, poljes, etc. o incluso con depresiones locales como la que se adivina en Calabuey, León a poco que se analice la topografía, la red hidrográfica, la de caminos y acequias, los topónimos como Barriales, la lagunita residual o lo verde de las cosechas en la corona del pueblo  aún en agosto.

 

Si se diera por buena la posibilidad de que el nombre original de la solana donde se asoma el pueblo actual de Mucientes, se hubiera llamado inicialmente “Busi ente”, tal nombre podría relacionarse con la facilidad del terreno para soportar pequeñas excavaciones, cuevas, pozos o túneles que habría sido aprovechada ya en épocas pre agrarias por los visitantes ocasionales para excavar cámaras (como en la Capadocia) en las que pasar temporadas e incluso dejar en otoño el mosto exprimido en pellejos, pensando en disfrutarlo (ya vino) cuando volvieran en Abril…

 

Esto no es imposible y se ha dado en otras localizaciones donde la vid silvestre prosperaba y nuestros antepasados la aprovechaban con gran respeto como hacían con otros recursos.

El entorno de Mucientes no ha tenido que esperar a que los civilizadores romanos traigan sus esquejes de vid desde la Campania, en España se han encontrado fósiles de “vitis silvestris” de 30.000 años y no hay motivos para pensar que aquéllas generaciones no supieran aprovechar este regalo. Mucientes ha tenido su gloria y ha recibido su nombre antes de que el castillo imperara sobre el horizonte. Ahora quedan muy pocos restos de las excavaciones prehistóricas (ver portada), probablemente porque muchas están bajo las calles y casas del pueblo, pero las que quedan en los suburbios son suficientes para certificar que es posible que su nombre pudo ser “bus i ende”, donde “bus” hace referencia a las excavaciones, “i” nos habla de su multiplicidad y “ende” es el borde, el límite.

 

En resumen, es posible que significara “El borde de las bodegas”. La adición de la “s” final es muy frecuente y es arcaica, como en reconocimiento de que el nombre original hablaba de algo repetido, abundante.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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