Pronto se cumplirán cien años desde que la pugna entre un poderoso Latín con millones de documentos escritos y cientos de miles de comensales que viven física o espiritualmente de él y un modesto Euskera que apenas estrenaba academia, unas docenas de frailes devotos y algunos “bertsolaris” y románticos porfiaban en una contienda desigual sobre si el hacha que los vascos llaman “aizkora”, venía de las cavernas y de la peña (“aitz”) o era un préstamo del “ascia”[1] latina que se usaba preferentemente en entornos domésticos de fogón y carpintería, mientras nadie importuna a la voz principal del Latín para designar al hacha, “securis”, que es la que pintaba en los bosques, astilleros y cuarteles.
Portada, reproducción de la voz hacha en el Diccionario Trilingüe de Larramendi.
En las imágenes, “securis y ascia”
Es decir, una polémica que arrancara a partir de Manuel Larramendi y su Diccionario Trilingüe publicado hacia 1750 y que se avivó avanzado el XX, sigue promoviendo ensayos que nadie lee y mucho menos, analiza en profundidad, aparte de los estudiantes de filología vasca que esperan ganarse la vida “normalizando” un idioma del que no tienen ni idea.
Nadie, excepto algún despistado como yo, que lleva décadas tomando notas, pero que no había tratado de ponerlas en orden hasta que en unas jornadas[2] de la sobria asociación “Euskeraren Jatorria” en la que dos representantes de la hipercultura se batían “de mentirijillas”, uno a favor y otro en contra sobre cual es la voz original y cual la prestada.
La argumentación del que defendía la procedencia de “aizkora” del Latín “ascïa”, no aportaba reseña alguna sobre qué etimología latina armaba esa voz, ni siquiera la que los propios italianos y alemanes suelen referir, la raíz supuestamente Indo Europea “ak”, penetrar, aunque ensayos previos venían saturados de epítetos que iban de las acusaciones de infantilismo a la ensoñación y del victimismo a la pasión para los que planteaban el origen vasco a partir de “aitz”, peña, pero sin rematar voz ni significación y sugiriendo solo alquimia lingüística para la similitud y posibilidad de deriva “ascïa” >< “aizkora”.
Porque nadie hacía mención a la coda, “kora”, señal de que todos esos agentes son sabios de gabinete, es decir, gente en quienes la práctica totalidad de sus conocimientos procede de citas -generalmente escritas- de otros autores y muy pocos de la experimentación o de disciplinas complementarias, lo que lleva a una espiral filocéntrica, que obliga a que todo cuanto se plantee coincida y respete lo previamente publicado en ambientes latinos.
Antes de entrar en otras batallas, es necesario comenzar por la tiránica e injusta expresión de “edad de piedra”, (término que popularizó hacia mediados del XIX un coleccionista de monedas danés llamado Christian Jürgensen Thomsen con su clasificación de las edades de piedra, bronce y hierro) enunciado que a partir de artículos de periódico, novelas y cuentos, ha entrado en la Ciencia por la puerta grande y ya será muy difícil descartarla.
¿Porqué?
Porque si bien es lógico pensar que los humanos que hace dos millones de años deambularan por la ribera pedregosa de un río o se deslizaran por un canchal, echarían mano de piedras o cantos rodados para lanzárselos a una presa o una fiera, para aplastar una pepita de oro o tomaran una gran piedra que hiciera de lastre para que una corriente no los arrastrara; también hay que pensar en otros elementos como palos y juncos, espinas arbóreas, huesos, cuernos, garras y cartílagos, fibras vegetales, ceras y resinas… – y también tiras de tripa y tendones-, terminando con las pieles y su infinidad de aplicaciones, que supusieron un avance superior al de la mera contusión y corte de las piedras, elementos aquéllos que eran de uso masivo y que por ser de composición orgánica han desaparecido, dejando a las piedras imputrescibles una fama desproporcionada.
Hay una gran carencia en estos “letrados y teóricos” que les priva de la capacidad de crítica ante situaciones físicas y es que pocas veces se han visto en vicisitudes o amenazas por ambientes o tesituras de oportunidad, riesgo o urgencia vital, por lo que no es de extrañar que no valoren elementos o sistemas tan elementales como las cuerdas, las tiras de cuero o los pellejos resistentes, mucho más válidos en esos casos, que un raspador de sílex[3].
Este paréntesis era para volver a “kor a”, vocablo complementario de “aizkora”, que en Euskera significa algo tan concreto e indiscutible como “atado, amarrado”, haciendo que la parte principal, “ai”[4], peña y la partícula genitiva o de composición, “z”, formen “ai z”, de la peña, elemento que multiplica su poder al atarlo a una asta[5] o palo ligeramente mecanizado, voz también neta del Euskera “azta”[6], originalmente “ai z ta”, pasada por la piedra, labrada, raspada, para hacer un mango, obteniendo la herramienta optimizada “aizkora”, elemento de roca atada, como la de la imagen siguiente donde se aprecian dos escotaduras para introducir un asta horquillada que luego se ataba y afirmaba con tendones húmedos que al secarse unían monolíticamente asta y piedra, multiplicando el poder destructor de esta.
Quien debe explicar la procedencia de “ascïa”, es el Latín, cuya forma principal de llamar al hacha, “securis”, que por los devotos de esa lengua se suele apoyar en la raíz “sec”, hay que decir que tampoco esta raíz le pertenece, porque proviene del Euskera “se”, menudo, fraccional y del frecuentativo “ka”, haciendo “se ka”, cortar menudo y transversalmente, ¡ojo!, concepto importantísimo en la antigüedad, radicalmente distinto a “eba”, que era el corte a lo largo de la veta para obtener tablas que no se hacía con hacha, sino con cuñas. Siguientes imágenes, “seka y eba”
Así que desde el “seco secui sectum” a “secessio secessionis”, ”sectio”, “secta” y “securis”, el hacha para tronzar y otras varias voces relacionadas con cortes, tienen su raíz en el Euskera, en tanto que “ascïa” carece de familia latina, lo que apoya la idea de que “securis” es anterior y derivada de la raíz vasca, en tanto que “ascia” posiblemente se tomó tardíamente de la misma voz “ascïa” de alguna de las lenguas italianas pre latinas que tampoco son tan lejanas de “ai z”, la cabeza de “aizkora”, posiblemente paso de “ai z” a “azi”, metátesis muy común.
En cuanto a la parte emotiva del ensayo de A.R., “El Basko de las cavernas. Cuando fiamos todo a las piedras”, se percibe desde los primeros renglones que el autor quiere dar aire al Latín y negárselo al Euskera como hacían antes los malos tenderos que vendían paño, que sisaban en los palmos y ajustaban en los centímetros.
Todo lo que se aporta en contra del posible origen vasco, está entresacado tendenciosamente sea quien fuere el autor y negando corolarios que lo son, al menos hasta que alguien los supere.
Por ejemplo, hay un lugar en Bizkaia (bueno, dos) que se llama Lutxana y que se repite a cien metros en dos municipios ahora separados por la ría del Nervión.
El eminente Luis Michelena escribió (sacándoselo del bolsillo de atrás) que en Luchana hubo un tal Lucius que tuvo una finca y eso dio nombre al predio. ¿Habría dos Lucius, uno en cada ribera, cada uno con una finca en un lugar que el espacio es tan exiguo que un carro se vería mal para maniobrar?
¡Negativo!, Lutxana, evolución “a la bizkaína” de “luta an a”, el gran desprendimiento de tierras es el mensaje de un suceso geológico que acaeció hace 8.500 años y que consistió en el hundimiento repentino, el colapso de un frágil dique que unía la bajada de Enékuri con el otero de Rontegi, (marcado con trazos en el mapa siguiente) dejando paso franco hacia Altzaga (Erandio) al Nervión, que a partir de entonces abandonó su amplísimo meandro del Valle de Trápaga, dejando a Barakaldo en la margen izquierda para siempre.
Este suceso comprobado ampliamente por la sedimentología cuaternaria y datado recientemente mediante los foraminíferos del paleo cauce, no tiene discusión y deja claro que no hubo Lucius ni fincas, sino un estrecho dique que fue arrastrado por las aguas y unos testigos, que fueran habitantes locales o visitantes habituales, dejaron en ambas márgenes la descripción del suceso en clarísimo idioma vasco.
Varios topónimos del entorno como Trápaga, Granada, Galindo, Ansio, Desierto, Barakaldo, Ugarte, Ibarzarra, El Juncal… apoyan la dinámica hidrográfica del pasado en esa zona, demostrando que la Toponimia puede persistir diez mil años casi invariada en el territorio.
La discusión sobre si los lingüistas vascos de los últimos tres cuartos de siglo han sido o no descarados, prepotentes y sucursalistas del Latín por intereses particulares o si eran solamente ignorantes acomodaticios, acaba de empezar y hay gran cantidad de datos en la Toponimia, en la Semántica y en las Etimologías, que señalan al Euskera como un elemento imprescindible para acometer una revisión general de principios y paradigmas de la Prehistoria que se han dado por buenos desde la Ilustración, pero también asuntos de plena época histórica, especialmente los relacionados con la creación y evolución de las lenguas.
Para terminar, lastres muy pesados que han asfixiado la imaginación haciéndonos creer que se vivía en cuevas, que los hielos nos retenían durante milenios en un refugio, que los mares y grandes ríos nos aislaban, que temíamos a las fieras, que nuestra vocación era el sedentarismo y la comodidad del hogar en vez de la curiosidad por el mundo o que las lenguas llamadas latinas derivan del Latín, o que los eruditos son los verdaderos sabios, están siendo sacudidos y las más de 1600 raíces recuperadas del Euskera, aportan una visión estereoscópica que abarca desde la comprensión y explicación de fenómenos físicos y biológicos a cuestiones relacionadas con el clima, los materiales o incluso la etología de los animales, para mostrar un escenario muy distinto al de temor y aflicción, que nos proyectaban sacerdotes y dirigentes del Neolítico, consistente en el descubrimiento y comprensión del mundo.
[1] Ascïa [cêa], -ae, hacha pequeña, azuela, azada, azadón, escardillo.
[2] EHUko Letren Fakultatea eta Euskera: Laguntza ala erasoa? 2024 maiatzak 11 Segura Errastiola.
[3] Óxido de silicio que la erudición remite a Silexia, quizás porque no saben que “sil ez” significa “imposible de perforar” y esa es la principal característica distintiva del pedernal, que él perfora a otras piedras, pero ninguna de ellas puede con él.
[4] Ver el ensayo “Aia, aya, alla, aña, aja, axa, acha, ac…” en Eukele.com
[5] Es cómico ver a los referentes en etimología hacerse un lío para explicar “asta” desde el “hasta” latina, para, finalmente admitir que “es una palabra previa, pre indoeuropea de muy antiguo origen”
[6] “Azta” es en Euskera un elemento de madera ligeramente labrado; “azta” es el eje de la balanza, la vara del carro, el cuerpo de la lanza de ataque y el mango de martillos hachas y azadas, dando en “aztilla”, la astilla del Castellano, palito residual de la labra para encender el fuego