Albacete es un topónimo raro aunque sus ingredientes están en cientos de otros cercanos o lejanos a lo largo de toda España e incluso de países circunmediterráneos, cuestión que obliga a estudiar su etimología más allá de los recursos fáciles de los arabistas para los cuales, siempre que hay un “al” o “az” al comienzo de un nombre, es una señal arábiga.
Los propensos a creer en que esa influencia es patente, dicen que en documentos medievales que hablan de Albacete en aljamía, se distingue su nombre como “bzt” y que esa concatenación de consonantes son en realidad semisílabas que hay que leer como “bazete” y que significa “lo extendido”, lo plano y que eso es suficiente prueba porque coincide con su morfología. Si los árabes hubieran querido decir “lo plano”, hubieran dicho “al sahl”, pero decir “lo plano”, llamar así a una localidad en medio de una planicie de cien kilómetros, no dice nada y la toponimia se hace “para decir algo notorio”, no algo vago o poco descriptivo.
El Albacete de hoy debe el aspecto de su territorio, de su pellejo, a la tecnología que ha facilitado el acceso al agua subterránea de forma exponencial: Hasta hace sesenta años, se podía extraer con norias y animales desde unos cuatro metros, a partir de los años sesenta, con tractores, desde unos siete y a partir de los ochenta y con la electrificación rural, se abolieron todos los límites físicos, quedando solo la barrera económica del gasto en kilovatios/hora que aumentaba mucho si el agua era elevada de 30, 60 o hasta 100 metros. El resultado, una cubierta vegetal irreconocible llena de enormes círculos verdes y grandes líneas ortogonales de carreteras de “macadam”.
Los mapas topográficos de mayor detalle disponibles, son del último cuarto del siglo XIX y muestran una pequeña ciudad con un ferrocarril incipiente y con un campo “pobre”, consistente principalmente en viñedos, pastos, algunos labrantíos y grandes zonas salobres. Esta es una característica general de “Lamancha” ibérica y también lo fue en “Lamancha” de la zona bretona del canal (que los cursis franceses llaman “Lamange”, la manga), hace unos 12.000 años, cuando aquello no era un mar sino las amplias vegas del río Mosela.
El caso es que bajo la gran llanura de La Mancha albaceteña subyacen varios acuíferos de origen endorreico que desaguan lentamente en todas direcciones, pero que antes de la intervención agrícola masiva de los últimos dos mil años, se manifestaba superficialmente en centenares de lugares, con encharcamientos someros que hacían del entorno una región singular, una “lam an txa”, es decir un gran conjunto de lagunas.
A pesar del agotamiento de las aguas profundas, esta propiedad singular se muestra tímidamente cada treinta o más años, cuando una primavera excepcionalmente húmeda, hace aflorar cientos de “ojos” –como ahí les llaman-, que estaban olvidados. Yo tuve ocasión de ver una de estas situaciones en Mayo de 2011.
La cuestión es que en lugares con morfologías montañosas, los relieves muestran una historia geológica fácil de seguir, pero estas zonas planas, poco alteradas por la dinámica de la corteza, han sido secularmente maquilladas por procesos naturales y acciones antrópicas que ocultan la historia a la simple percepción de los sentidos.
Eso no quiere decir que no sea posible profundizar en los procesos “recientes” y llegar a tener una idea cabal de qué ha sucedido en los últimos miles de años. Por un lado está la posibilidad de analizar morfologías y suelos, también hay múltiples indicios de flora persistente que sirve de indicadora y la toponimia debidamente estudiada, puede ser definitiva a la hora de acotar sucesos o estados.
También el estudio de espectros no visibles de luz que se pueden seguir en fotografías de satélites y aviones, nos enseñan donde hubo aguas con más frecuencia en una llanura aparentemente isótropa.
Con todo ello se puede preparar una teoría.
Es evidente que en Albacete no disponemos de esos mínimos rasgos de relieve, porque el asentamiento original (seguramente una aldea temporal de cazadores de aves acuáticas) se iniciaría sobre ellos y la ampliación de la ciudad los difuminó definitivamente.
Lo que si sabemos es que no hay una red fluvial jerarquizada, sino unos cuantos regueros entre los que destaca el Canal de Doña María que se trazó uniendo el Canal de San Jorge (que nacía en los “Ojos de San Jorge”, el del Acequión y el riachuelo de la Estacadilla para “desaguar” hacia el nordeste, a pesar de la extrema horizontalidad de la zona. Aparte de esa mínima red, la fotografía aérea y las prácticas agrícolas, denuncian gran cantidad de láminas de agua que impedían sembrar aunque en verano se secaran.
Se comenzaba el ensayo diciendo que Albacete es un topónimo raro y la verdad es que más que raro, es único.
Eso no quita para que la toponimia española, la francesa, la marroquí, italiana y la de Portugal que se han mirado superficialmente, tienen numerosos lugares (incluso comarcas) que comienzan con “Alba…”, un alba que nada tiene que ver con el color albo.
Mucho más abundantes son los de “Alma…”
Los topónimos de una amplia zona des suroeste europeo y del noroeste de África, comparten numerosos “morfemas” que como los ladrillo de una torre mozárabe, tienen unas formas adecuadas a sus funciones; así, las terminaciones “…cete” y “…sete” son abundante en España (del orden de 80 en cada caso) y también abundan los comienzos con “Bace…” (unos 20) y los de “Base…” con más de medio ciento.
Eso quiere decir que los mimbres de este cesto son familiares, aunque la determinación del nombre primigenio no siempre es fácil y que la investigación es más “agradecida” cuando abundan los nombres muy cercanos.
En un proceso que puede tener milenios, los nombres han podido sufrir variaciones por modas prosódicas y también procesos de apocopación o adición de prótesis o apósitos, aunque estos últimos no son tantos como gusta decir a los arabistas – y por contagio e ignorancia- a muchos otros eruditos.
Pero en Albacete es posible que el lexema inicial “Al”, sea el artículo árabe, conservado por los hispanoablantes por su semejanza con el artículo contracto “a el, al”, quedando adherido al topónimo original que pudo ser “Basete”.
Esta posibilidad la apoya el hecho de que haya varios topónimos parecidos en zonas en que ha habido o incluso hay actualmente charcas de diversas características; una es el caserío “Baseta” en Iurreta, hoy en día marginado por urbanizaciones y carreteras, pero que antaño era muy cercano a un meandro del río Ibaizabal, donde desaguaban varios torrentes del monte Oiz y donde la configuración es adecuada para la existencia ocasional de galachos.
También existe un “Bacetello” en la Bureba (Burgos), un “Baceta” cerca de Xátiva en Valencia, varios “Baseta, Basetes, Basesses…” en Valencia y Castellón, todos ellos en confluencias de ríos o en llanos de inundación apropiados para contener charcas, e incluso un “Les Basetes”, en Huesca, donde por ser en zona de montaña, una depresión parcial entre cumbres no afectada por la actividad agraria, aún se conservan las charcas: las “Basetes de Ardones” que se muestran en la figura siguiente.
El Catalán conserva el sustantivo “basseta”(toll d’aigua a la sorra), charco, y es posible que el plural se hiciera antiguamente en la forma “bassete”, nombre que pudo tener nuestra ciudad manchega antes de que le añadieran el “al” de los cobradores de impuestos con cimitarra, para quedar como “al bassete” y dar finalmente en “Albacete” que pudo significar sencillamente, “Las charcas”; nombre no muy preciso, pero –seguramente- suficiente para un lugar salobre.
La relación de “baseta, basete” con el “basa” euskériko, lodo y sus variantes “basadi, baseta”, lodazal, nos pueden parecer apelaciones raras en un mundo “dominado” en el que el lodo solo aparece cuando hay inundaciones, pero antes de ese dominio, las zonas propensas para cada fenómeno, perduraban durante generaciones y acababan denominando a los lugares y siendo aprendidas por los jóvenes y transmitidas con fidelidad.
En resumen, la genética no es extraña sino ibérica y solo parcialmente árabe, así que el nombre puede muy bien significar algo antes muy patente y que nuestra profunda intervención en el medio ha desfigurado. Es un caso frecuente en las zonas de poco relieve.
Precioso. Jamás había pensado que podía haber una conexión entre basseta en valenciano y Albacete.
Crees que podría ser que el ‘Al’ de Albacete no sea un añadido del árabe sino que venga de ‘Ar=llano’? Tendríamos ‘el llano de las charcas’….
Un abrazo!
PM.
No lo había pensado, pero es perfectamente posible que fuera «ar bazete» y se fosilizara en «al bazete», más cacofónico.