Acabo de llegar a casa después de un interesante y provocador viaje de seis días por las fragosidades de Albarracín y Javalambre que me va a dar trabajo para seis meses.
Llego con la sensación de traerme un gran ovillo de estambre liado, pero con la convicción de que es posible soltarlo y luego tejer con él una prenda preciosa y útil.
Todo iba muy bien hasta que en la visita a Albarracín, “ciudad sobre un monte áspero y fragoso en aquélla parte por la cual antiguamente partían mojones los Contestanos y Celtiberianos…”, como decía Sebastián de Covarrubias en mil seiscientos y pico, la guía turística que en media hora nos explicaba la historia de esa maravilla urbana, nos repitiera hasta veinte veces que su nombre procedía de una familia bereber que administró su territorio de influencia hasta que agotados por el escaso rendimiento de esos terrenos, se lo pasaron graciosamente (sin sangre ni pago alguno) a la familia Azagra de Estella. Los Abu Razin (nombre que derivó en Albarracín) se originaban a su vez en Ibn Razin, hijos de Razin, una de las taifas que surgieron de las guerras de Al Andalus, se me antojara indigesto, porque aparte de en esa comarca, me sonaba el nombre en otros lugares muy lejanos, donde era raro asumir que allí también hubieran cobrado impuestos los Ibn Razin.
Así que tras comprobar que en los últimos cuatrocientos años el nombre de “Albarracín” no solo no se había alterado lo más mínimo, sino que tal nombre aparecía en una decena de lugares más fuera de la comarca y que otros que compartían su genética orlaban la península de forma regular, la búsqueda de un significado lógico para esos lugares fuera de la fantasía historicista que busca en el Latín, Griego, Godo, Árabe o Arameo los significados de nombres de lugar en lugar de comenzar a hacerlo por la lengua más antigua que se ha hablado aquí (y en un entorno que cada vez se muestra más extenso) es una necesidad para los investigadores que solo quedan satisfechos cuando una explicación está contrastada por la lógica y el sentido común.
El desparpajo con que historiadores y eruditos civiles y religiosos han despachado desde que comenzara la era Moderna o el Renacimiento los significados de topónimos de cualquier rango con elucubraciones basadas en datos históricos o legendarios que sacan de la escala en que se originaron y que son “pasteleados” con bellas historias, no resisten el mínimo análisis racional, pero ha llenado enciclopedias, atlas, libros de texto, diccionarios y películas, de manera que su continua repetición por agentes que no tienen ni idea de lo endeble de sus afirmaciones, crea tal estado de convicción en la gente que los asimila, que rechazan explicaciones coherentes porque que no tienen el mismo atractivo.
En este caso, las citas de la guía turística nativa, tiraban de la fuente musulmana, recurso que es una verdadera endemia entre los que viven de la interpretación y me ha inducido a buscar nombres de lugar idénticos, encontrando varios; un Albarracín en una zona árida y áspera (primera imagen), casi desértica cerca de Tabernas, otro en un lugar agreste de Huelva, otros dos, tres iguales en Jaén, segunda imagen, otros en Albacete, El Albarracín en Cádiz… todos ellos en lugares estériles y sin ningún interés económico ni estratégico y sin posibilidad de relacionarlos con los Ibn Razin y con la rarísima evolución en el tiempo que hubieran tenido que sufrir para llegar a un nombre común que además tiene muchos “parientes” como Cerracín, Sarracín, Serracín, Barracín, Mazarracín… que sugieren que hay un origen nativo más que musulmán.
Tampoco faltan lugares que terminando en “…asín”, “…achín”, “…agín”, “…atín”, nos recuerdan que es necesario estrujarse el cerebro antes de lanzarse en brazos de soluciones fantasiosas que llegan a producir una oligofrenia pedagógica que obtura la posibilidad de “entrar” en aspectos muy interesantes de Historia y Protohistoria; por ejemplo, el barranco de Balnarasín en un enclave navarro, el Rego de Villarbasín en Lugo, Barachín y Bardachín en las estribaciones del Moncayo y de los Monegros, respectivamente, El Marrachín en la costa asturiana, El Ferrachín en O Ribeiro, Zaragín en el Valle del Ega o el Barranco de Fragín en Huesca.
Pero en Toponimia, a veces la solución a un enigma está en una voz muy cercana pero que el mundo culto (más acostumbrado a la grafía) no la ve como emparentada y no la estudia con la debida profundidad.
En este caso la clave no está en la etnia Razin ni en el propio Albarracín que más que población o ciudad es sierra y comarca y ha creado docenas de nombres relacionados; está en Barrachina, población de cierto rango en la orilla del río Pancrudo y en una decena más de collados, cejas, honduras, rincones, altos y ramblas, por ejemplo en una rambla modesta de apenas nueve kilómetros al sur de Teruel capital (ciudad que se aprecia en la siguiente imagen de tal rambla) y que vierte de vez en cuando sus turbulentas aguas al Turia como el Pancrudo lo hace al Jiloca al otro lado de esta vertiente.
La foto muestra una imagen soberbia de lo que es una masa sedimentaria inalterada cortada verticalmente y ofreciendo con gran nitidez la secuencia estratigráfica de una buena parte de los casi cincuenta millones de años que duró el Triásico y haciéndolo con un gran alarde estético y fuerza didáctica donde, (segunda imagen) los estratos más contundentes están en la cima. En cotas inferiores las capas son más finas hasta confundirse con una masa que cubren los derrubios que se debaten entre dejarse colonizar por las plantas xerofíticas, por las sabinas y pinos carrascos o dejarse arrastrar por las aguas de cada tormenta.
Esta condición de estratos resistentes horizontales en las cumbres y restos de ellas se puede ver en multitud de cotas altas en gran parte de lo que se llama “Sierra de Albarracín”.
Aparecen las capas o barras de distintas potencias y diferentes tonos en cualquier ríncón, llegando a ser lo más característico de toda una gran sierra que ocupa más de 60.000 hectáreas.
En este vasto territorio son habituales imágenes como las cuatro siguientes en las que lo fundamental y lo que llamó la atención a nuestros antecesores, fue la estabilidad, la horizontalidad de los estratos, “barra” en Euskera, especialmente de los que se encontraban en las zonas superiores, “zin”, generando cimas planas y unas espectaculares laderas a veces verticales.
Esta condición morfológica, estética y ambiental es la que ha generado en épocas prehistóricas los nombres de varias escalas, los de la Sierra o comarca, los de los diversos lugares en los que luego se han construido asentamientos y pueblos, los de ramblas, fuentes, cimas… como los cercanos del propio Albarracín o Santa María de Albarracín, Gea de Albarracín, Torres de Albarracín, Monterde de Albarracín, Nogueras de Albarracín y los otros que se han mencionado a lo largo de la geografía de la península.
Conclusión, los nombres de los lugares en esta zona del suroeste europeo, son antiquísimos y tienen explicación. Lo que es absolutamente falso es lo que la cultura oficial nos vende, no siendo lo grave la mentira superficial, sino el empeño de los agentes de la cultura, la enseñanza, la divulgación y el gobierno en mantener un paradigma podrido y no dar paso a otras disciplinas -como el estudio profundo de la lengua vasca y los llamados “romances”- que tienen un potencial fabuloso para acercarnos a la verdad y a explicaciones para muchos de los fenómenos que nos agobian.
Gracias Javier, por tu dilatado y estupendo trabajo.
Me alegra infinito ver lo que argumentas sobre Albarracín.
Yo soy de Teruel,de una comarca bastante próxima,concretamente de un pueblo llamado Orrios,me gustaría preguntarte si podría ser que a la luz del euskera procediera de: or=altura, elevación
i=abundante
os=fuente,pozo.
Pues la razón de ser del pueblo es su abundante manantial de agua en su parte alta.
Un saludo cariñoso.
Hola María Pilar; lo primero, decirte que Orrios no abunda mucho. Que yo sepa hay otro entorno en Las Omañas en las que hay varios derivados de Orrios. Es necesario analizar bien ambos entornos y los parecidos. En principio, «or» indica altura o agudeza con una «r» no muy fuerte, como en «oreja» (or exa), peña espigada, pero «os» si que es casi siempre un pozo. En el Alto de Las Calzadas hay una zona llamada Juncar y varios indicios de surgencias de agua, por lo que podrías andar acertada.
Lo miraré.
Entonces al ser «ALa» BARRA CIM incluiría que las capas son horizontales, planas?
Simplemente barras arriba. Lo de la planicie hace que los morros se vean barreados desde cualquier punto. Eran tan economicistas como precisos en la designación de los lugares, especialmente los destacados.