Quien no diga que la Alhambra significa “la colorada” está en grave riesgo de ser considerado inculto porque esto es lo que rezan los documentos, al menos desde comienzos del siglo XVII, así que los editores avispados, siempre a favor del “estatus”, eligen fotos del atardecer cuando el espectro rojo baña todo lo que está al Oriente para obtener imágenes arreboladas del soberbio complejo “granaíno”, que de rojo no tiene nada.
El inefable Sebastián de Covarrubias ya se debatía entre dudas cuando vacilaba sobre si -de verdad- significaba “alcaçar colorada”, si su nombre “se debía a un Rey que hubo en ella, el qual se llamó Alhamar” o si “huvo un pueblo fuerte dicho Alhábra (alambra), assentado sobre peñas, no muy lejos de Granada”…
Los sabios posteriores, poco amigos de controversias, se han liado la manta a la cabeza y han elegido la versión más poética al alimón con maestros y editores, porque adoran la idea de solidez de las cosas muy repetidas.
Pero igual que algunas piedras preciosas que no admiten el esmeril, porque prefieren la talla de un golpe preciso, el nombre de Alhambra conserva una be radical e imposible de extirpar, que desvirtúa el sonido de “alahmar u”, la colorada, tanto en Árabe clásico como en Andalusí.
Una consonante así es tan difícil de tragar que merece un estudio profundo y general, estudio que puede empezar con una búsqueda general de nombres parecidos no solo en grafía sino en “querencias” evolutivas de los sonidos ancestrales.
Lo lógico es comenzar por otros lugares llamados Alhambra, Alhambras, Alambres, Arambar… y ¿por qué no? Hasta Calambres, Langas, Langres, Langruñas, Alambiques, Alambores, Oyambres, Ayamontes y Ayamuces o darse un paseo por la olvidada onomástica antropológica, donde el apellido Aranbarri que llevaba una amiga mía me recordaba siempre a la Alhambra cuando la llamaba un inmigrante oriental…
Es que esa ele líquida tan abundante, a veces se lee como erre y otras como “i”, al tiempo que la be -tan clara de la Alhambra-, a veces se cuela como “g” y no pocas, como “c”, así que el Aranbarri de mi amiga, (orillas del llano) que la ortografía nacional corrige a Arambarri o la Cañada Zalambre, el Cortijo del Calambre y muchos Alambre que andan sueltos por la Geografía, que siempre me han parecido parientes de la Alhambra, por lo que será positivo dar un repaso a los mapas comenzando por un paseo por la vega granadina donde está la Alhambra más importante de las que se van a recorrer.
Tras siglos de discusiones, la internacional académica asume la localización de Iliberis bajo El Albaicín, sugiriendo que Granada es un nombre de ciudad y que el conjunto de murallas y el fuerte de La Alhambra, tuvieron su germen inicial en la peculiaridad de los barrancos donde el Darro y Genil se juntan, la solana de Albaicín (“Arbaizín”) y en el promontorio de Alhambra (“Aran barra”).
Dejando Granada y su etimología (que ni fue originalmente ciudad, ni significa “colina de peregrinos” como se lee en cualquier panfleto) para otra ocasión, se dice en todas partes con igual arrogancia que el nombre de su barrio más importante, el Albaicín, significa “Barrio de Halconeros” y se airea sin atender a lo ridículo de tal solución, a lo poco que se parece el nombre de esa profesión cetrera (“al saquar”) al del barrio y sobre todo sin comprobar lo abundantes que son nombres de ese tipo en la Toponimia, siéndolo en lugares remotos, lejos de donde pudiera haber clientes para estas aves cazadoras ni hábitats adecuados para ellas.
También Albaicín se deja para después, viajando a seis u ocho mil años atrás para centrarse en un lugar singular que enlaza una fertilísima vega de casi 100.000 hectáreas con las aguas, los hielos y las laderas del sector noroccidental de Sierra Nevada que suma otras 60.000 hectáreas que se unen con la llanura a través de los ríos Dilar Genil y Maitena, ríos que con sus barrancos y afluentes, “enlazan” con docenas de veredas un paraíso de verano con otro de invierno.
Una transición preciosa que el Darro -desde el Norte- complementa con nuevas aguas y enlaces, que han tenido que generar un lugar privilegiado para los pueblos nómadas de pastores y cazadores, para la observación, la caza, la pesca y el control de manadas y rebaños antes de que la roza, el desbroce y el arado lo transformaran en el paradigma de siglos de una agricultura exuberante y de la concentración de riqueza que ahora desbordada por el urbanismo y el consumo enfermizo de suelo, amenaza con desmoronarse.
El desfiladero en “Y” que trazaban el Darro y Genil, primero por separado y luego unidos y del que ahora apenas quedan unos canales urbanos “typical spanish”, ha sido durante milenios una gran autopista abierta que comenzó a cubrirse de hormigón a finales del siglo XIX (ver imagen siguiente), vía por la que antaño circulaba una cantidad ingente de energía y vida y que ahora nadie podría adivinar que al mediodía estaba el Cerro de Alhambra desde donde el observatorio debía ser inmejorable.
Ese cerro se llamaba “Aran barra” o lo que es lo mismo, “el altozano del valle”, el otero que enlazaba la sierra con la vega; una forma destacada que desde hace milenios cubierta de castillos y palacios, nos hace difícil imaginar cómo fue su morfología y cómo era la dinámica de su entorno antes de la civilización.
La siguiente imagen, de la época de Napoleón, con el Darro aún abierto, permite recrear cómo el cerro de La Alhambra dominaba la ciudad, las huertas y la sierra.
Pero hay más Alhambras.
En un reciente paseo por La Mancha, se hablaba tangencialmente de la Sierra y población de Alhambra, esta última, en un cerro desgajado de una Sierra ya fraccionada por el río Azuer, que lleva el rumbo de las pre béticas y que es como una larga atalaya sobre el Campo de Montiel (al Sur) y el propio valle del Azuer hasta perderse en “el trampal” del Guadiana, al Norte.
En la foto adjunta de Alhambra se aprecia el contraste entre los colores claros de las capas superiores del cerro y los rojizos del fondo de valle, así que se rechazaba allí que su nombre tuviera que ver con el color rojo de las tierras bajas y que fuera la mítica Laminio, que los sabios de profesión quieren que proceda de una defectuosa epigrafía del “miño” (cinabrio) también aferrándose al color rojo, cuando “Lam in i o”, (el gran conjunto de lagunas) hay que buscarlo en un entorno endorreico y -por tanto- plano.
Los nombres de lugar necesitan precisión para definir unívocamente los lugares. Tierra roja hay por doquier en La Mancha, pero las atalayas son contadas.
Pues bien, sierra y cerro de Alhambra, deben su nombre al mismo condicionante morfológico que la de Granada, el constituir una atalaya sobre el valle o la llanura aluvial: “Aran barra”.
Un paso al Oeste, en pleno Cabañeros, (donde se cruzan dos rutas migratorias luego transformadas en el Cordel de Horcajo y El Collado de La Perdiz) sobre el arroyo Portezuelo, se yergue el Cerro Alhambra, observatorio inmejorable para controlar los movimientos de fauna y de rebaños.
Volando un poco más al Oeste, cerca del famoso Puerto Hurraco cacereño, hay una amplia zona de unas mil hectáreas en la solana del río Guadalefra, dominada por un morro suave que asoma sobre ese valle (indicado en trazo negro), que se conoce como La Alhambra y donde -además de topónimos genéricos de la cultura pastoril, como “Fuente del Piojo”, se encuentran varios que se refieren al homónimo, como Esparragal de Alhambra, Moro de Alhambra[1], Casa Vieja de la Alhambra o Casa del Moro de la Alhambra.
Cerca de Despeñaperros, en lo más agreste de la Sierra de San Andrés vuelve a aparecer Alhambra, ahora denominando a una hoya y cerca de Linares, en el río Guadalimar, otra.
Al oriente de Valdepeñas quedan varios topónimos que se dicen “Raya de La Alhambra”, situados a una legua del extremo Sur de la Sierra de los Bailones, desgajada de la de Alhambra.
Pero quizá haya que ir hacia Teruel, a la Sierra de Javalambre para ver una de las evidencias más convincentes de que La Alhambra y Las Alhambras no son casas coloradas sino cerros desafiantes sobre los valles… Aquí, en un entorno tortuoso, el flanco de un barranco a dos leguas del pico Javalambre muestra una decena de “torreones” que se han destacado en blanco y que la gente llama “Las Alhambras”, sobre la mayor de las cuales está apretado el núcleo de Las Alhambras y al otro lado del Río de Las Fuentes, la Peña de Las Alhambras, mira hacia ellas.
Si las Alhambras no pasan de una docena, los Alambres pasan de cinco, siendo curiosos los Arroyos del Alambre, las Cabezas, Cerros, de Alambre, Cordeles y Peñas del Alambre.
Para ejemplo, el pueblito abulense de Cabezas de Alambre, que se asienta en la loma del Tocino, única elevación de diez metros sobre la planísima llanura entre los ríos Zapardiel y Adaja, que se destaca con un trazo siena y que pudo ser suficiente para establecer un asentamiento seco cuando lo demás era una gran laguna; diez metros que fueron suficientes para dominar el valle; “aran barr ae”, Alambre, que se salvó de la hache de milagro.
¿Dónde verían estos sabios el alambre?
[1] Ojo, “moro” no es un musulmán sino un pequeño otero cónico.