El aljibe es una oquedad natural o excavada a la que se deriva agua de una fuente ocasional o intermitente y su destino es tópico, la vivienda o el propio edificio que hace de cuenca de recepción; la cisterna es un depósito artificial al que también se deriva agua, pero normalmente es mayor y el agua puede destinarse para varios usos y conducirse a distintos lugares.
Aljibe de Numancia (sin la bóveda o brocal)
Ambos elementos son explicados desde la cultura oficial como que sus nombres proceden del Árabe uno y del Latín el otro, pero en este ensayo se discute la simpleza con la que se montan paradigmas que luego son creídos a ultranza por algunos sectores (academias oficiales de lengua, enseñanza, editoriales…) hasta el punto de que algunos de sus miembros llegan a acosar a quienes plantean soluciones diferentes.
A lo largo del mismo y se ofrecen otros orígenes para estas dos voces y también para el esquivo “tanque”.
Este último, el tanque, plantea una verdadera incógnita en cuanto a su origen y aunque hoy en día todo el mundo se lo imagina metálico (por tanto, no muy antiguo), frecuentemente movible y capaz de contener diversos líquidos, gases, vapores y hasta áridos, no figura en los diccionarios hasta hace relativamente poco tiempo, siendo “talque” la voz más parecida, pero que se refiere solamente a un tipo de arcilla adecuada para hacer tinas y crisoles.
Volviendo al aljibe, cualquier fuente que se consulte da por irrebatible que es su nombre es árabe y que -probablemente su técnica también- aunque solo Castellano y Catalán (“aljub”) usen esta forma que ninguna otra lengua latina, germánica, eslava ni de las ramas túrquicas ni magiares conoce, lenguas que casi en su totalidad usan variantes reconocibles de “cisterna” para llamar a este elemento que los mismos expertos juran que viene desde el Latín “cisternam” aunque reconociendo que no hay forma de profundizar en latinidad y que “es posible que sea etrusca…”.
Ya se sabe que cuando dicen etrusca, pudieran igualmente decir ligur, aquitana, ibera o vasca, pero no lo dirán.
Para el “aljibe”, el primer origen de la explicación está en el Diccionario dirigido por el Capellán de Felipe III, Sebastián de Covarrubias, hombre tenaz que debió de coordinar a numerosos expertos de la época y contar con mecenazgos generosos para conseguir este libro editado a principios del siglo XVII que atesora infinidad de voces, siendo clave para la memoria de muchas de ellas y pare entender cómo se gestaron etimologías que citan los sabios posteriores a partir de las opiniones y referencias que en él se dan. Modelo de documento renacentista con visos de asomarse a la Ilustración, como se ve en la ventana siguiente, se cita una explicación para “algibe” según el espía Diego de Urrea, asesor que la basa en la conjugación del verbo “gebebe” (recoger, conservar) que dando “jubbun” y con la anteposición del artículo “al” llegaba a “aljub” y de ahí al aljibe.
Así, de forma tácita se asigna el nombre y la invención del aljibe a los árabes, dando a entender que antes de la invasión, o no se conocía o los nativos no tenían nombre para él.
Durante siglos a nadie ha importado ni se ha cuestionado esta y otros cientos de explicaciones arbitrarias, pero hay tal cúmulo de incoherencias, que este es un buen momento para analizar el método y la posible semántica, comenzando por que en Árabe clásico, la construcción más parecida al aljibe tiene un nombre muy diferente, “sahirij”, en el Árabe marroquí, “sahïz” y en Thamazig, “essariy”, las tres muy parecidas aunque esta modalidad[1] de aguada no fuera conocida por los conquistadores de la Héjira, lo que hace posible que la tomaran de los rifeños como el aljibe se tomó de los ibéricos.
La expresión más cercana en Árabe es el verbo “jabba” (جب), que se puede traducir por picar, trocear… y que como sustantivo solo se encuentra como neologismo a partir de bibliografías españolas y portuguesas como la de Covarrubias y las que la copiaron, lo que hace que todo huela a chamusquina.
El investigador tiene que atreverse a pensar que para el aljibe lo más acertado pudiera ser la forma en que andaluces y extremeños lo pronuncian: “arjibe”, con cierta aspiración, donde “har” es la idea de recepción y “xib”, un surtidor, fuente o manadero cuya corriente se derivaba a una fosa artificial que se ubicaba. Bien en los aljibes domésticos, en los de fortalezas y castillos o en simples castros o poblados como este que describía El País, descubierto hace cinco años en Viladonga, dos siglos anterior a la llegada de los romanos y más de diez antes de que los visigodos llamaran al Islam.
En los largos milenios de nomadeo pastoril de nuestros antepasados y en la difícil y también larga transición al sedentarismo, el agua, siendo imprescindible no era un dolor de cabeza especial; en las épocas de viaje, se tocaban fuentes, ríos o pozos varias veces por jornada o se conocían acuíferos someros y en los cuarteles y estaciones de cría se conocían los manantiales y se disponía del rocío nocturno y de numerosas hembras lactando a sus crías, a la vez que en los lugares periódicamente visitados (como los castros, que inicialmente no eran fortalezas sino oteros adaptados al confinamiento temporal del ganado) se iban preparando silos (del Euskera “zülo”, hoyo), aljibes y otras infraestructuras estables y fáciles de recuperar cuando se volvía tras años de ausencia.
Tan pronto como el sedentarismo comenzó a afianzar sus posibilidades de éxito y se fueron construyendo viviendas de forma ortogonal tipo “kaxa”[2] con materiales más duraderos, las captaciones tradicionales de escorrentías del suelo (como en el castro de la imagen anterior) se pasaron a tejados y soleras pavimentadas que llevaban las aguas de lluvia hacia el interior del cuadrilátero donde se excavaba lo que aún se llama en Euskera, “patin”, oración formada por “bat”, unificar, concentrar y “ein”, participio de acción, un depósito recolector de agua; el aljibe.
Esta pieza central de casas avanzadas y también de fortificaciones, de conventos y claustros, es un gran invento que guarda fresca durante meses el agua de lluvia. El “patín” es un precursor del patio (“bati o”) español que tenía un nombre muy diferente (“antenna”) en Latín y que viene a significar lo mismo, gran recolector, un depósito doméstico de agua.
Volviendo a la cisterna que incluso los latinistas reconocen como voz ajena y anterior al Latín de origen desconocido, ¿qué puede aportar el Euskera?
En principio, “txis” es la designación común de un goteo, incluso de un chorrillo modesto, “te” es un sufijo de acción y “erna, erne” es un concepto difuso en torno a la producción copiosa y su garantía de continuidad, algo originalmente relacionado con la fertilidad o productividad, así que “txis te erna” no es otra cosa que el elemento infraestructural que garantiza un chorrito de agua.
Llegando al tanque, el mismo Covarrubias no se cortaba un pelo para decir que en origen no era un sustantivo sino un verbo, “estancar” que se origina en el imaginado pero inexistente verbo latino “tancare” (cerrar en Catalán) que formaba adjetivos latinos como “stagnum”, agua estancada.
Otros autores posteriores toleraban que pudiera venir de allende el Indo, donde lenguas como el Bengalí, Gujarati, Hindi o Nepalí usan formas que lo recuerdan. Por supuesto, no han revisado la Lengua Vasca, donde “esi” es un cerco de cualquiera de los tipos, “tan, tant” es la mínima cantidad de agua, una simple gota y “ke” es la negación, de forma que “esi tan ke” es una construcción impermeable que contenía agua, en la cual, la parte final, “tan ke” envíaba el mensaje de la estanqueidad del constructo.
Se tienen indicios de que en lugares como Sieteiglesias de Tormes (“zi ete igel esi ak”, literalmente, cercos de ranas del juncal) antes de la desecación de sus vegas para agricultura intensiva, había varias charcas naturales que los pastores recrecían antes de las lluvias de primavera y que al quedar llenas de agua hasta entrado el estío, criaban ranas con un sistema en cierto modo parecido al de los esteros “esi te ero”, cerco habitual de pesca de marea en varios lugares de la costa española.
Imagen siguiente.
Como epílogo, las etimologías oficiales dadas para estos tres elementos hidráulicos y los mensajes tácitos que llevan, tienen una gran carga ideológica y poco análisis científico-lingüístico.
[1] El aljibe deriva el agua de lluvia de tejados y patios a un pozo subterráneo artificial, un sistema adecuado para regiones con lluvias intermitentes, pero no para Arabia, donde a grandes precipitaciones suceden grandes periodos de sequía, así que tradicionalmente se han surtido de pozos relacionados con acuíferos subterráneos.
[2] “Kaxa” es el concepto rectilíneo, cuadrado o rectangular que se aplica para estancias permanentes que ha dado la casa actual, que nada tiene que ver con “capsa” ni con la choza llamada tardíamente “casa” en Latín.