En la vida moderna muy pocos tienen ocasión de tocar alquitrán, asfalto, brea o pez (realmente, “lapez”), así que no es extraño que estas sustancias pringosas se confundan y en los países cercanos se llame a varias de ellas con el mismo nombre y la sociedad, que ya no las usa en estado crudo, las vea como algo lejano, del pasado.
Los niños de hace cincuenta, sesenta y más años se limpiaban los zapatos untándolos de betún y conocían y jugaban con bolitas de todos estos materiales, los marineros calentaban chapapote en trébedes a la orilla de la playa y untaban con escobas las panzas y cubiertas de sus barcos, el vino se bebía en botas untadas de la pez y los camineros tapaban los baches con grava y brea, así que todo el mundo sabía de sobra que eran productos orgánicos pegajosos, olorosos y peligrosos.
Una de las varias clases de brea mezclada con componentes secretos se aplicaba por los calafates al fondo de las embarcaciones antes de que ese invento holandés llamado “Patente” desplazara al oloroso pringue y fuera él mismo condenado por sus daños al mar medio siglo después. Para oler la pez bastaba con asomarse a las tiendas -siempre abiertas de par en par- de los boteros que untaban las tripas de las nuevas botas con ese plaste.
El asfalto llegó con la modernidad en forma de “aglomerado en caliente” en unos camiones muy sucios que llevaban una humeante chimenea y el alquitrán (el de hulla, sobre todo) se fue retirando de los sitios públicos empujado por los nuevos productos y se refugió en oscuras industrias para pasar a formar parte de mil productos embotados donde una letra microscópica impide saber cual es su porcentaje…
Primero lo oficial.
Todos los diccionarios y hasta la Wikipedia coinciden en asegurar que el alquitrán deriva del Árabe “qatran” (cataran) y este, un derivado del goteo que en la lengua que difundieron los omeyas tiene dos formas, “qatara” (en marroquí, “qattar”) y “taqat”, aunque los franceses dicen que su “le goudron” es el que viene directo de la “gutta” latina y que los árabes lo tomaron de ahí.
Algunos no creemos que la “gutta” latina haya nacido de la nada, además es sospechoso que para el verbo gotear, vayan a “stilla” (“stillare”) y que es más probable que tal nombre sea antiquísimo y procedente del sustrato pre romano relacionado con el Vasco “go ta”, donde “go” es lo que está en un nivel superior y “eta-ta”, es un localizador y el nombre se referiría a la condición que tienen las gotas de lluvia que caen del cielo, primera y mejor referencia posible para este fenómeno físico que hace que los líquidos con tensión superficial suspendidos en el espacio, formen esferitas o gotas minúsculas, modelo de lo infinitesimal que en Euskera da el adverbio “gutxi”, poco.
Además, ¿tiene algo que ver el Euskera con los demás nombres?
Comiéncese con el betún que aparecía en pozos de Galilea o en las zarzas del Sinaí que ardían sin consumirse y que casi invariablemente se llama con ligeros cambios “betum-bitum” con las excepciones del Griego “pissa”, del Islandés y del Turco.
Betún con “e” solo aparece en las lenguas occidentales, concretamente en las ibéricas incluido el Euskera y el esfuerzo de generaciones de sabios solo ha dado para decir que todas estas variantes vienen de la forma latina “bitumen”, ya que es en Latín donde se ha encontrado la referencia escrita más antigua.
Obviamente eso es un convencionalismo y nadie equilibrado y que confíe en la lógica combinada de las Ciencias Naturales y la Lingüística puede ratificar tal aseveración. Es evidente que algún cronista latino escribió así el nombre, pero el original -algo distinto- tenía una trayectoria que el recurso a la ciencia y la ayuda del Euskera pueden aclarar. Hoy en día, la forma principal de llamar al betún en esta lengua es “ui” ó “lu g ui”, donde “lu” es la tierra, el suelo y “ui”, como se verá después, es el desecho, el subproducto, la hez.
Además, se le llama a veces “liga” o “leka”, pareciendo ser un caso más en el que la designación original, racional y precisa, haya quedado en otras lenguas, mientras la vasca se ha creado una o varias alternativas sucedáneas o que explican peor, que son de etimología floja. En este caso la explicación nativa hablade su origen y esta, solo se refiere a la viscosidad, ya que en nuestra lengua, “lik” es la designación de los materiales pringosos, nada mas. (ver la raíz en El ADN del Euskera).
Otras varias circunstancias apoyan estas posibilidades.
Una es que el betún, los pozos de betún que antiguamente aparecían en algunos lugares de Eurasia ligados a masas de crudo de petróleo superficiales, eran susceptibles de incendiarse por la emanación de fracciones ligeras y su ignición espontánea (fuegos fatuos) o por electricidad atmosférica, podía mantenerlos ardiendo durante décadas, fenómeno de sobra conocido por los pastores nómadas que pudieron llamarles “be tund”, frase en la que el primer lexema es un locativo que indica “parte inferior”, “hondonada” y la otra designaba hasta hace poco a los braseros, reservorios de brasa, una técnica que podía conservar una ascua (del Euskera “hasi koa”, la de empezar) durante días para luego encender un fuego aún con tiempo desapacible y que hasta hace cincuenta años cuando que los mecheros “bic” invadieron los estancos, había tomado la forma de “mechero de yesca” con el nombre de “tund a”, un utensilio que todos los hombres llevaban.
La forma “ui”, tampoco es huérfana o aislada, estando en el “suie” francés, hollín, contracción de “su”, fuego y “ui” tizne, pez, subproducto, aunque ellos se inventen un engendro galo-latino que no existió, obsesionados con el Latín y lo celta.
Además, dada la facilidad de intercambio B x P y T x TX del Euskera, donde “bitx” es la forma genérica de llamar a los geles y espumas densas, a nadie le puede extrañar la cercanía a la forma griega, “pissa” ni ese nombre tan exótico de una de las formas del alquitrán, “la pez”, en realidad evolución del nombre original, “lab bitx”, (“lab”, horno) expresión perfecta para el precipitado que queda al enfriarse en las paredes del horno de bóveda conocido en Segovia y Burgos como la pejiguera o “pezguera” cuando se destila madera de conífera, literalmente, “gel de horno”.
En la imagen, prendido de una pezguera.
La popular brea que solo se llama así en Catalán y Castellano, mayoritariamente se llama con formas parecidas a “pitch, pica, pikis…”, derivados o de “bitx” (que en ciertos idiomas tiende a formas como “tom, ton…”), es también una clara evolución de “be errea”, algo así como pozo, hondonada quemada, el residuo viscoso que quedaba en los pozos de petróleo cuando habían ardido las fracciones volátiles.
Los académicos franceses -que hacen tantas o más cabriolas que los españoles-, llaman “goudron” a la brea y lo explican “porque gotea”, sin embargo, tienen el verbo “brayer” usado para la acción de calafatear los cascos de los barcos y plantean con seriedad gabacha que la brea del Catalán y Castellano deriva de su verbo y no de producto alguno. ¿No será que todas proceden de “be errea”?.
No se puede negar que el goteo esté relacionado con el “goudrón” e incluso que el alquitrán, con esa “i” tan impertinente que los lingüistas resuelven diciendo que el Andalusí gustaba de ese cambio, pero la investigación obliga a plantear tesis atrevidas. Por ejemplo, ¿Qué se ponía en la base de los escandallos para saber si un fondo era de limo, arena, cascajo o algas?… Un brochazo de alquitrán que arrancaba unas partículas o un trozo de alga y daba mejor información al piloto que las sondas de ultrasonidos.
“Kita” es un verbo básico del Euskera que los esbirros del Latín que no lo encuentran en sus bases, salen con que “es una creación del Latín Medieval” y expresa claramente la detracción de cosas arrancadas con zarpa o pegamento, ¿qué más da? y ha dado en el quitar y en “kita arran”, robador que arranca.
Del asfalto es difícil conseguir otra cita que las referencia bíblicas y las citas civiles al lago Asfaltites, que incluso en Hebreo llaman “Asfaltitin”, sin que nadie sepa si su nombre es acadio, griego o arameo, pero que bien pudo ser “asp aldo” (“asp” es lo inmediatamente inferior y “ald do” lo que circula) con el significado de masa o corriente subterránea para referirse a las masas de betún que hace varios miles de años rompían la sal y salían a la superficie, algo parecido a lo que ahora mismo puede verse en Trinidad.
Como resumen, es posible que todas estas voces aparentemente tan lejanas, tengan vínculos comunes perceptibles a través de lenguas muy antiguas y estables como el Euskera, porque entre las palabras hay relaciones insospechadas porque la idea simplista que tenemos de la transición entre Prehistoria e Historia, la han tejido intereses de seres mediocres en lo que a inteligencia (entendimiento de los fenómenos) y creatividad (capacidad para generar nuevos entornos) se refiere, pero con una gran capacidad para organizarse y conspirar.
Así, la transición entre las formas de vida “autónomas” previas a las organizaciones agrarias, a las ciudades y a los imperios y esta “forma dependiente” que lleva consolidada varios milenios y que ahora reconocemos como “globalización”, ha ido aportando riqueza a los individuos y a las organizaciones al tiempo que les detraía libertad, tiempo y capacidad de resolver los problemas reiterados o nuevos y convencía a las masas de que el balance era positivo, que nunca se había dispuesto de tanta abundancia ni oportunidades.
Y todo apuntaba a que era cierto, porque la sistematización generaba una especie de economía evidente en el corto plazo, si bien ahora se están viendo consecuencias negativas de esta riqueza infundida, como la pérdida, el olvido de una habilidad social tan importante como fue la comprensión semántica, un flujo que enlazaba los temas, los lugares y los seres a través de nombres cargados de lógica y proporcionalidad.
Los idiomas que se usan masivamente ahora y que son fruto de evoluciones aisladas rapidísimas (apenas 10-12.000 años), han perdido gran parte de esa particularidad antigua, así que los trabajos etimológicos que desarrollan los lingüistas resultan grotescos y torpes para alguien que domine la Lengua Vasca analítica. En efecto, el potencial del Euskera para analizar voces propias y de otras lenguas, nombres de lugares y su capacidad para buscarles relaciones entre sí y con fenómenos y objetos del medio, aporta una enorme cantidad de información que sorprende por sus conclusiones y que es imposible de rechazar por su dimensión.
No se trata de unas decenas de casualidades, sino de todo un cuerpo de casos que en lo referente a nombres de lugares se localizan en grandes zonas del antiguo continente y en lo que tiene que ver con las lenguas, se encuentra en las latinas y germánicas principalmente, pero también aparece en el Griego, en las lenguas de la India e incluso en las eslavas y bálticas, pero mucho menos en las camíticas y en las del grupo Tamazight, a pesar de que algunos autores insisten en que hay indicios.
Ese potencial puede desatarse en cualquier momento que a alguien curioso le llame la atención la etimología oficial de alguna voz; por ejemplo, las que se acaban de ver, el alquitrán y sus parientes.