Apenas son tres palabras con mucha personalidad las que acaban en “amel” en varios de los idiomas cercanos importantes: Bechamel, Caramel y Enamel y en todas ellas hay un denominador común que apunta al antiguo Euskera como generador de las mismas: El hecho de que las tres pasen por un estadio de esmalte, pasta o gel antes de ser degustada y desaparecer en un momento, la primera, poder durar unos meses, la segunda y hacerse imperecedera la tercera.
Bechamel o besamel es una salsa que precisa mantequilla de leche de vaca, leche, harina, sal, un cierto batido y calor y que los franceses se han apresurado a darla como gabacha y a buscarle un inventor: El Intendente General de la Casa del Duque de Orleans que acabó siendo camarero y amigo del rey Luis XIV, llamado Louis de Béchameil, hombre polifacético que un día en que el rey tenía hambre canina, se metió en la cocina y le preparó una salsa especial para acompañar al salmón que se cocía al horno.
El rey que andaba muy mal de dentición se zampó salmón y salsa en un santiamén y felicitó a Louis por la innovación en lugar de la dura guarnición habitual de nabos que era una pesadilla.
Y puso a la salsa el apellido del creativo jefe de camareros.
Aunque pueda parecer un cuento chino, esta explicación se da en todos los diccionarios que he consultado, se enseña en las escuelas de cocina y se aplica como pregunta en concursos de radio y televisión; esto es, forma parte de la cultura, ese fenómeno un tercio religión, otro tercio tribalismo, y uno más, negocio, que tiene muy poco que ver con el Conocimiento y la Ciencia.
La cuestión es que el apellido “Béchameil” no existe en Francia y los mismos franceses serios dicen que no, que no lo inventó Louis, sino un tal Pierre de la Varenne, cocinero del Marqués de Uxelles que le pasó la receta…
Aquí es cuando los que disponen de conocimientos y sentido crítico se preguntan si es posible que haya habido que esperar a finales del siglo XVII para que un cocinero mezcle tres de los ingredientes que más frecuentes eran en las cocinas desde hacía quizás dos mil años y en las chozas de pastores desde hacía ocho mil…
Obviamente, la ley de probabilidades niega ese retraso, especialmente si entra en liza el nombre con que en Euskera se denomina a los pastores de vacas: “Betzain”[1] y su forma apocopada “betza”.
No sabemos suficiente (porque nuestra cultura niega la importancia prehistórica del nomadeo pastoril, reduciéndolo a un sucedáneo de la agricultura) sobre la cultura pastoril, pero hay evidencias que aporta el Euskera como herramienta de arqueología del lenguaje que son de una coherencia determinante. Por ejemplo, que los pastores de vacas disponían de mantequilla en varias épocas del año y que ocasionalmente podían encontrar rodales de trigo, escanda o centeno coincidiendo en esa época veraniega, con lo que dispondrían de harina, quizá no en cantidades como para panificar, pero si para “engordar” una salsa.
Ahí entra “amel”, sustantivo y adjetivo que se refiere al estado intermedio entre líquido y sólido; un gel, un producto pastoso en el que se pueden untar trozos de carne, pescado, setas o verduras y que en aquellos ambientes bien pudo llamarse “betza amel”, la salsa gorda de los pastores de vacas.
¿Es que los franceses no se han apropiado de otras salsas vascas como la “bearnesa” y la “bayonaisse”[2] o mayonesa.?.
Así como Covarrubias no recoge en su diccionario la bechamel, si se hace eco del caramelo al que llama “carameles” y -siguiendo consejos de su asesor de Árabe al no encontrar referencias latinas, apunta que se deriva de “carama”, regalo (aunque en esta lengua al caramelo se le llame “halvi”), en tanto que otros autores lo asignan a “calamus”, cañita en Latín, porque los caramelos se recogerían sobre una caña o “cannamelis”, caña de miel…por su dulzor, haciendo evidente que los sabios oficiales se parecen mucho al burro de la fábula de Iriarte, esperando acertar “por casualidad”.
Este caramelo que se usa con pequeñas diferencias en varias lenguas cercanas (Castellano, Catalán, Euskera, Griego, Italiano…), pero no en otras, donde la forma general tiene más que ver con “konfet, dolce, candy….” y no aparece en ninguna de las védicas, tiene una característica esencial que -parece- que los sabios de academia ignoran; el hecho de que el sometimiento de ciertos azúcares a un fuego intenso mientras son agitados con energía los transforma en un producto viscoso, la transformación de cristal en gel, un estado que sirve para muchas aplicaciones, como para el fondo de los flanes, el guirlache aglutinando piñones o el modesto caramelo que extendido en una plancha se corta en pastillas.
Ahí está la clave, en el efecto del calor en el azúcar, en Euskera, “garr amel”, donde “garr” es la llama, el fuego directo y “amel” la pasta obtenida.
Y la tercera palabra coincidente en la esencia, es “enamel”, voz que ha quedado reducida al ámbito de la odontología, donde se llama así a la capa externa, dura y brillante que cubre los dientes.
Palabra poco usada en la actualidad, antaño fue muy usada porque todo un sector de la joyería se basaba en la capacidad de un barniz transparente que era capaz de sujetar piedras preciosas a soportes de oro y plata. Cuando se dice antaño, hay que remitirse a Egipto, Asiria, etc. hace cuatro mil años, donde se han encontrado piezas increíbles, algunas reproducidas actualmente como la de la imagen de portada
El barniz que hacía de ligante y protector de la joya, se hacía partiendo de arena de cuarzo, óxido de hierro, óxido de potasio y bórax, que juntos son incoloros; luego se agregan varios óxidos metálicos para rebajar el punto de fusión y conseguir distintos tonos.
Estos óxidos (cobalto, plomo…) eran venenos muy potentes aún en pequeñas cantidades, aspecto harto conocido por quienes los manejaban, que sabían que una vez fundidos desaparecía el efecto fatal.
Los sabios vuelven a andar despistados, porque en realidad no son tan sabios, sino copistas de biblioteca, que si no encuentran fuente, no tienen criterio, así, para el “enamel”, se inventan una voz del Fráncico que debería sonar tal que “smalt” para que fuera cambiando a “smelt” (fundir), a “email” y por fin a enamel.
Como en otras ocasiones, el recurso al Euskera nos brinda otra luz mucho más interesante que las elucubraciones de la internacional de sabios unidos.
La capacidad letal de algunos óxidos metálicos era conocida por los antiguos cazadores, que también sabían que el fuerte calor alteraba esa condición y formaba una especie de costra muy fuerte, apta para sujetar elementos metálicos como puntas de flecha de cobre, anzuelos u otros pequeños elementos, como joyas o amuletos.
“Ena” es una de las raíces vascas relacionadas con el veneno y la putrefacción y en cuanto a “amel”, ya se ha dicho que es el proceso de formación de gel o pasta, concluyéndose que la industria que partía del flameado de ciertos óxidos venenosos para conseguir que aglutinaran otros materiales inertes se llamó “ena amel”, la pasta hecha con veneno.
[1] Literalmente, cuidador de vacuno.
[2] Bayonesa, de Bayona, no de