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Arabismos en el Castellano

 

La asunción gratuita de que el Castellano está cuajado de arabismos viene de antiguo. Recogida sistemáticamente ya en el Diccionario de Covarrubias donde la pasión de sus asesores es transmitida con nitidez por Sebastián, muestra que no es nueva y que dada la carencia de una fuente digna de orgullo para el origen de la lengua de esta nación aparte del Latín, había como una añoranza de padrino que se colmó con la huella árabe.

 

En ese diccionario ya se incluía “oxala”[1] como partícula operativa equivalente al latín “utinam” (deseo) y el autor certificaba que “Es Arabigo y vale tanto como, quiera lo Dios”. Hoy en día ojalá sigue estando vigente con mucha fuerza en las relaciones personales, en las canciones y en la poesía y aunque se sigue vendiendo como arábiga en cualquier página de Internet (como se ve en el siguiente recuadro extraído de una cualquiera), la sentencia no es cierta.

 

Ojalá tiene el sentido contrario al de la voluntad de Dios, porque traduce el deseo exteriorizado de quien lo lanza, que casi siempre quiere torcer un proceso por algún desaire o traición y no tiene paralelos -excepto en Gallego- y procede de la combinación de dos partículas del Euskera, “ux”, deseo profundo y “alá”, de esta manera, fórmula que suele completarse con la mención del desenlace que se desea, por ejemplo, “…revientes”.

 

A pesar de que hubo eruditos como Baltasar de Echave que advertían del potencial de la “Lengua Bascongada”, esa tendencia marginadora cogió fuerza en la era Moderna y creció durante la Ilustración para acabar arrinconando toda oposición durante el siglo XIX y comienzo del XX cuando es plasmada en obras de Menéndez Pidal, Lapesa, etc., que se transforman en textos de referencia, haciendo casi una ley el que las voces que comienzan por “al” o “az” y aún otras muchas sean asignadas –sin más- al Árabe mientras no haya posibilidades de endosarlas a Latín, Griego o Godo.

 

Nunca nadie con poder para influir al nivel académico se molestó en contrastar con el Euskera el supuesto origen de muchas de esas piezas ni de atender con interés las explicaciones de algunos estudiosos vascos, de otras comunidades españolas y aún de otras nacionalidades europeas.

 

Aunque los ejemplos siempre resultan pequeños, empecemos por el final.

 

“Zaga”, ir a la zaga, refugiarse en la zaga… dicen que procede del Árabe hispano “saqa”, retaguardia de un ejército, pero eso no es riguroso, ya que la retaguardia en Árabe se dice desde “khalfi” y “jalfi” hasta “muahira”, suficientemente distintas de “zaga” como para buscar en las proximidades, por ejemplo en el Euskera, donde “saka” se usa a diario, voz poli semántica que significa principalmente “empujar por detrás” y se usaba con preferencia para denominar a los “zagales”[2], jóvenes meritorios del menor rango, que se dedicaban a “arrear” a los rebaños y recuas marchando tras ellos tragándose todo el polvo y pisando las heces que los animales dejaban.

 

Por eso es una voz despectiva. No hay nada marcial ni de retaguardia en la zaga.

 

Acémila aseguran procede de “azzámila”, con el significado de “la bestia de carga”, pero hay cierto empeño en forzar la realidad, porque si bien en Árabe clásico al camello se le llama “jumal”, que podría parecerse a “zamil”, aquí no hubo camellos, ni los rifeños hubieran usado con gusto la voz “az zamil”, que en el Árabe marroquí significa literalmente, maricón, afeminado, lo que hace pensar que acémila era un producto neto ibérico que nunca se usó por los invasores musulmanes y que se explica puntualmente a través del Euskera mediante “zama”, peso, bulto, mercancía y la desinencia “eila”, desarrollador; “el que carga”, de manera que “zamaeilla” es el origen cuyo paso a acémila es elemental mediante una metátesis muy común (za x az), la elisión de la “e” y la simplificación de “ll” a “l”. En la imagen, mulo de carga o acémila.

Gandul, personaje vago y de poco valor social, nos lo venden como evolución de “gundar”, obeso, un préstamo del Persa al Árabe o bien del Arameo (“gandar”) y transformado en “gandur” y “gandul” sin precisar cuándo, cómo ni dónde, puesto que en Árabe, tal voz se dice “alkusul”, pero, además un gandul no es un obeso sino alguien indolente y es mucho más sencillo ir al vasco, donde la composición “gando aul” de contenido agrario, concretamente de gestión del arbolado frutal, formada con “gando”, brote, chupón que sale de la raíz, y que generalmente solo da madera, por lo que es un elemento a extirpar, se complementa con “aul”, flojo, débil, acentuando aún su inutilidad, por lo que un gandul es algo y alguien doblemente inútil.

 

Algo parecido sucede con el adjetivo despectivo, mezquino, que se dice que viene ¡nada menos! que de Babilonia, donde los hombres libres pero con derechos limitados, se llamaban “mushkenu”. Para ello se montan todo un trasiego a través del Corán y de la Égira, cuando con solo recurrir a “mizk”, raíz vasca relacionada con el vicio de la gula, con el capricho y refinamiento enfermizo, se tiene que “mizk eino” es el que practica una forma de egoísmo despreciable

 

Con el halago, lo mismo; se dice que deriva de “halalla”, gritar, azuzar, pero hay términos euskéricos como “aga tu” que equivale a esponjar, henchir, cuya raíz, bien precedida del “aal” vasco que indica potencial o capacidad ha dado “aal aga”, hinchar, llenar de aire y de adulación a alguien, aunque pudiera ser que ante la raíz funcional “aga” se hubiera precedido con el artículo árabe “al”, porque también hay voces mixtas.

 

Con esta misma raíz está el verbo agasajar, cuya fuente han ido a buscar nuestros sabios al germánico “gesell” acompañante (que no tiene nada que ver con la lisonja) en lugar de mirar aquí mismo donde cualquier campesino de Mungía les diría que “aga” equivale a alabar y “sagara” es la consagración a la persona objetivo.

 

Siguiendo su estilo, venden la hazaña, con un atrevimiento descarado y sin ningún indicio para postularlo como ejemplo híbrido del Árabe “hasan”, bello y del Castellano incipiente “facere”, un suceso bello, pero la hazaña no tiene por qué ser bella, sino que las hazañas casi siempre están impregnadas de sangre, pérdidas y sollozos. Si se molestaran en buscar en el Vasco, “asal”, motín, jaleo… y “eiña” ejecución, culminación, tendrían la “asal eiña”, el objetivo grandioso cumplido que con la disolución de la lateral y del diptongo, quedó abreviada como “asa ña” y corregida su ortografía a “hazaña”.

 

Con el marfil pasa algo parecido; quieren hacer prevalecer la idea del marfil de elefante, como si docenas de animales terrestres y marinos no tuvieran marfil. Dicen que procede del Árabe “azm”, hueso y “fil”, elefante. Si se mira cualquier marfil a la lupa, se ven al momento las marcas características, las “vetas” inconfundibles de este material orgánico, con ángulos distintos para cada especie. “Marr”, son las vetas, las líneas y “fin, fil”, un adjetivo que equivale a finas, estrechas, así que “mar fil” solo indica “finamente rayado”; tanto es así que los marfiles de distintos animales se conocen por su rayado y la industria ya es capaz de crear sucedáneos del marfil reproduciendo sus tonos y líneas.

 

Sabían más que nosotros.

 

La manía deformadora de los expertos en bibliografía, lleva a que se quiera derivar “jinete” de “zanata”, la forma en que se llamaba a la caballería bereber que vino con los Omeyas, cuando su forma en Árabe es “rakib” y lo hacen solo porque no encuentran nada asequible en sus fuentes habituales. Si buscaran en Euskera, verían que “djin” es un verbo relacionado con el ir y venir, con la movilidad continua y “eta, ete”, es la pluralización o generalización; así “djin ete” es el que se dedica a llevar encargos, el recadero, voz que resultaba adecuada a los que lo hacían montando a caballo: “jin eta”.

 

Entre las palabras que comienzan por “al”, hay muchas que sí son árabes, como “alberca”, a partir de “byr”, “berka”, pozo, aunque el origen arcaico pueda estar en “u arka”, (“u”, agua; “arka”, cajón, receptáculo) que tras pasar por “verka”, cambio frecuente de “u x v”, habría llegado a “berka” en un proceso muy común.

 

Otras muchas como aljibe, albarda, alubia, almia, aldaba…  son asignadas al Árabe sin un mínimo análisis. La última de ese grupo, por ejemplo, es forzada hasta el infinito para hacerla derivar de “ad dabba”, lagarto en Árabe, asegurando que las aldabas y los cerrojos se parecen a los lagartos…

 

Esta misma “aldaba”, en Euskera significa atrio, cobertizo previo de entrada en la casa en clara referencia a un entorno en el que al visitante le correspondía llamar antes de franquearlo. Llamada que con el paso del tiempo se realizaba golpeando la puerta con la aldaba, de donde quedó el nombre.

 

Lo mismo sucede con muchas que comienzan con “az”; por ejemplo “azucena”, voz que se hace derivar del egipcio “s ssn”, nenúfar, queriéndonos convencer de que el flotante nenúfar tiene algo que ver con la esbeltísima azucena, cuyo nombre procede del recto tallo o vástago que hace destacar a la flor por encima de otras. “Zuzena” significa el más recto y tieso; adjetivo que con una “as” previo como “eje, crecedera”, ha hecho la “as zuzena”, flor que emerge en lo alto de un recto tallo para diferenciarse de cualquier otra. Foto de portada.

 

Como conclusión, es ineludible la necesidad de analizar desde el Euskera una por una las voces que por defecto o sistemáticamente se asignan al Árabe en función de su comienzo o de poseer alguna característica pretendidamente exclusiva.

 

[1] Se hacía derivar de “iin sha’allah”.

[2] “Saka ari”, el que empuja, ya que “ari” es la dedicación, mudado por lambadismo a “sakali” y acortado por sonorización y aféresis a “zagal”.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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