La asunción gratuita de que el Castellano está cuajado de arabismos, es antigua. Recogida sistemáticamente ya en el Diccionario de Covarrubias, donde la pasión de sus asesores es transmitida con nitidez por Sebastián, muestra que no es nueva, que había como una añoranza previa de la huella árabe.
Esta tendencia fue realzada durante el siglo XIX y plasmada en obras posteriores de Menéndez Pidal, Lapesa, etc., haciendo casi una ley, que las voces que comienzan por “al” o “az”, sean asignadas –sin más- al Árabe en cuanto no hay posibilidades de endosarlas a Latín, Griego o Godo.
Nunca nadie se molestó en contrastar con el Euskera el supuesto origen de muchas de esas voces.
Empecemos por el final. “Zaga”, dicen que procede de “saqah”, retaguardia de un ejército, pero eso no es riguroso, ya que la retaguardia se dice “khalfi”, “jalfi” en Árabe. “Saka”, voz poli semántica en Euskera, significa principalmente “empujar por detrás” y se usaba con preferencia a los “zagales”, jóvenes meritorios del menor rango, que se dedicaban a “arrear” a los rebaños marchando tras ellos y tragándose todo el polvo y pisando las heces que los animales dejaban. Por eso es una voz despectiva. No hay nada de ejército en la zaga.
Acémila que aseguran procede de “azzámila”, la bestia de carga o “az zamil”, literalmente, maricón, “al que le dan por detrás”. Una simple mirada a “zama”, transporte y a la desinencia “eila”, desarrollador; “el que transporta”.
Gandul, nos lo venden como evolución de “gundar”, obeso, prestado del Persa al Árabe o bien del Arameo (“gandar”) y transformado en “gandur” y “gandul”. Puesto que en Árabe, tal voz se dice “alkusul”, es mucho más sencillo ir al vasco “doil” villano, canalla, que con el prefijo “gan”, superior, queda en “gan doil”, uno de cuyos sinónimos, “andoil”, todavía se usa.
Mezquino, se dice que viene ¡nada menos! que de Babilonia, donde los hombres libres pero con derechos limitados, se llamaban “mushkenu”. Para ello se montan todo un trasiego a través del Corán y de la Égira. Con solo recurrir a “mizk”, raíz vasca relacionada con el vicio de la gula, con el capricho, se tiene que “mizk eino” es el que practica esa forma de egoísmo.
Con el halago, lo mismo; se dice que deriva de “halalla”, gritar, azuzar, pero hay términos euskéricos como “aga tu” que equivale a esponjar, henchir, que bien con el “aal” vasco, potencial o con el artículo Árabe “al”, han dado “aal aga”.
La hazaña la venden como ejemplo híbrido del Árabe “hasan”, bello y del Castellano incipiente “facere”. Si se molestan en buscar en el Vasco, “atxa”, deseo vehemente y “eiña” ejecución, culminación, se tiene la “atx eiña”, el objetivo grandioso cumplido.
Con el marfil pasa algo parecido; quieren hacer prevalecer la idea del marfil de elefante, como si docenas de animales terrestres y marinos no tuvieran marfil. Dicen que procede del Árabe “azm”, hueso y “fil”, elefante. Si se mira el marfil a la lupa, se ven al momento las marcas características, las “vetas” inconfundibles de este material orgánico, con ángulos distintos para cada especie. “Marr”, son las vetas, las líneas y “fin, fil”, finas, estrechas, así que “mar fil” solo indica “finamente rayado”. Sabían más que nosotros.
La manía deformadora de los expertos, lleva a que se quiera derivar “jinete” desde “zanata”, solo porque no encuentran nada asequible en sus fuentes habituales. Si buscaran en el Euskera, verían que “djin” es un verbo relacionado con el ir y venir, con la movilidad continua y “eta, ete”, es la pluralización o generalización; así “djin ete” es el que se dedica a llevar encargos, el recadero, voz que resultaba adecuada a los que lo hacían montando a caballo: “jin eta”.
Entre las palabras que comienzan por “al”, hay muchas que sí son árabes, como “alberca”, a partir de “byr”, “berka”, pozo, aunque el origen arcaico pueda estar en “u arka”, receptáculo de agua, que tras pasar por “verka”, habría llegado a “berka” en un proceso muy corriente. Otras como aljibe, albarda, alubia, almia, aldaba… Esta última, por ejemplo, se fuerza hasta el infinito para hacerla derivar de “ad dabba”, lagarto en Árabe, asegurando que las aldabas y los cerrojos se parecen a los lagartos…
En todas ellas es necesario un análisis. Esta misma “aldaba”, en Euskera significa atrio, cobertizo previo de entrada en la casa, en clara referencia a un entorno en el que al visitante le correspondía llamar antes de franquearlo. Llamada que con el paso del tiempo se realizaba golpeando la puerta con la aldaba, de donde quedó el nombre.
Lo mismo sucede con las que comienzan con “az”; por ejemplo “azucena”, voz que se hace derivar del egipcio “s ssn”, nenúfar, queriéndonos convencer de que el flotante nenúfar tiene algo que ver con la esbeltísima azucena, cuyo nombre procede del recto tallo o vástago que hace destacar a la flor por encima de otras. “Zuzena” significa recto, tieso, adjetivo que con una “as” previo como “eje, crecedera”, ha hecho la “as zuzena”.
Como resumen, la conveniencia de analizarlas una por una es clara para evitar una propensión adquirida de la repetición irresponsable durante siglos de una realidad no tan general como se dice.