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Ardora en el mar de Bermeo.

Esta foto corresponde a la madrugada del 9 de mayo de 2023, comprende un arco de unos sesenta grados de costa y se pueden contar alrededor de setenta luces; desde mi caserío en Barrika, el sector observado es la cuarta parte y yo conté otros doce.

En toda la costa cantábrica, bien podía haber doscientos barcos “largando a la anchoa”, porque esta faena es en la que se afanaban estas embarcaciones.

“Ardora, largar y anchoa”, tres voces interesantes y una historia de sostenibilidad olvidada, que muchos jóvenes ni siquiera habrán oído y otros, quizás vecinos de la costa de edad madura habrán olvidado.

La imagen es bella, pero el castigo que estamos infringiendo a la biocenosis marina y a nuestra futura subsistencia en un mundo que quisiéramos variado y agradable, es dramático y no hay ente, sociedad ni santón o santona que cuente a la población donde están estas agresiones. ¿En la increíble iluminación de mar y tierra que desorienta a los insectos y hace madrugar a las aves?, ¿en el despliegue en toda la costa de unos cien mil megavatios de potencia diesel con su consumo, humos, vibraciones y vertidos?, ¿en la contaminación que se producirá en mercados, fábricas y restaurantes con los despojos de los pececillos?…

En todos ellos, pero sobre todo en la ignorancia de la población respecto a cómo se pescaba antes y cómo se debería pescar hoy cuando solo desplegamos la tecnología para hacer más notoria nuestra presencia como hacen los gamberros en las ferias.

Esta pasada noche estaba aún reciente la luna llena y nadie antes de la llegada de la potencia del vapor hubiera salido a pescar anchoa por muy bella que estuviera la mar. Nadie hubiera salido, porque antes de las sondas, los radares y los sonares, los pescadores esperaban a las noches sin luna para detectar los cardúmenes de anchoa en plena freza, el acto sexual de estos cupléidos donde en cada uno de cada grupo podían juntarse medio millón de machos y hembras que en plena excitación comunitaria multiplicaban la fosforescencia de cierto plancton y necton y en el mar aparecían grandes círculos de luz frente a los cuales los marineros tenían que largar las “trainas”, unas redes estáticas como paredes sin que los peces se inmutaran.

Extendida la red, a pedradas desde las embarcaciones, los arrantzales sacaban de su trance a los enfervorecidos pececillos y los conducían hacia la red, donde los juveniles se colaban entre las mallas, la mayor parte de las hembras adultas no podían franquearlas y se volvían y los elementos intermedios colaban su cabeza y al tratar de recular se rompían las arterias de las agallas, se desangraban y morían en minutos quedando enmallados.

Las hembras preñadas y los juveniles huían en la red quedaban sacrificados como en un matadero, elementos todos iguales, desangrados y limpios sin apenas haber sufrido estrés tras su noche de amor.

La traina con el pescado inserto se traía inmediatamente al puerto, donde sin demora se separaba para su comercialización.

¿Qué ventajas trajo la tecnología?… para la seguridad y la comodidad en el trabajo, muchas, para los negocios inmediatos, muchas, pero para la sostenibilidad de un mundo cada vez más necesitado de ella, ninguna, para la conservación del conocimiento y el trato a las pesquerías, ninguna.

Con el vapor y los motores diesel y semidiesel se generalizó la pesca con cerco, que al principio seguía necesitando de la “ardora” para detectar los bálamos, bancos o cardúmenes sobre los cuales se dejaba un bote con una batería y una luz con su pantalla para mantener la cohesión del grupo, mientras el barco “largaba” la red por babor, tratando de trazar un círculo y cerrar al cardumen dentro.

Si la tripulación era buena el copo podía ser suficiente para dos, tres o cuatro barcos que llenaban los “guardarrañes” hasta la regala, como en la siguiente imagen de los primeros años sesenta.

¿Había algo de malo?… Si, aunque puede que nadie entonces pensara que un mar infinito pudiera resentirse. Malo, radicalmente malo era que la red cogía todo lo que quedaba dentro: Hembras grávidas, juveniles inmaduros, otras especies no objetivo…

¿Algo más?… Si, el pescado no moría al instante y sangrado, sino que lo hacía asfixiado, estresado y magullado, a veces tras horas en una red, con lo que la calidad de su carne perdía mucho respecto a las artes antiguas y además, su sangre y otros fluidos no enriquecían el mar, sino que llevaban la eutrofia a las aguas de los puertos generando olores, contaminación y pérdida radical de la diversidad antigua.

Con los sucesivos avances y capturas cada vez menos respetuosas, los barcos fueron sometidos a cupos y otras restricciones; así y todo, la anchoa del Cantábrico estuvo a punto de desaparecer en los años noventa cuando la moratoria decretada fue agriamente recibida por todos los sectores implicados.

Ahora, un cuarto de siglo después de que se recuperaran los reclutamientos y se pudiera volver a pescar, sigue una tecnología brutal marcando la moda de esta pesca con enormes consumos energéticos, costos astronómicos de los equipos electrónicos, de potencia, de seguridad… ¿No sería mejor orientar la tecnología a disponer de sistemas y equipos que hicieran fácil la forma de pescar hace cien años?… dejar a un lado la velocidad, el escaneo de mares profundos, los “haladores” gigantescos, las bombas de succión de peces y diseñar detectores de “ardora”, “largadores” de nuevas “trainas” que solo atrapen las tallas predichas y rodillos de despesque en unos barcos sencillos y seguros?

Si no lo hacemos así es porque la velocidad del avance no nos deja ver los defectos de una aplicación apresurada, cuando el mundo actual lo que necesita más que nunca, es serenidad, calma y… quizás una dosis de inteligencia artificial, que en esto, seguro que apuntaría a algo como lo que aquí se dice.

En cuanto a la etimología de las tres voces del inicio, “ardora” se hace derivar del Latín “ardeo arsi arsum”, pero tiene una connotación de excitación como la tiene el “arrau” del Euskera con el que se llama a la freza, donde la desinencia “ora” es la circunstancia, el momento.

Largar, que en términos de marinería es más propiamente “lascar”, tiene su origen en “la”, sujetar y “ez”, negación, “laez-las”, dejar de sujetar, que fue tomado por el Latín “laxus”, flojo, pasando luego por “las ka”, donde “ka” es un sufijo modal que se refiere a hacer algo progresiva y controladamente. El frecuente rotacismo ha transformado “las ka” en “lar ga”, que aquí se refiere al proceso de ir soltando la red de cerco mientras el barco avanza.

Finalmente, la anchoa tiene un nombre que recuerda mucho al del “sábalo” (ver otro capítulo de Eukele. com) “antx” parecido a “zabal”, son adjetivos  para llamar a lo ancho y a lo extenso y “ao” es la boca; “boca ancha”.

Ahora que las anchoítas están en su mejor momento, si alguno de vosotros va a comprarlas, que pida al pescadero que introduzca un dedo en su boca y extienda sus mandíbulas hacia fuera; la boca de las anchoas se abre como un paraguas.

Por eso en el Sur le llaman “boquerón”.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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