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Armiño

Armiño

Precioso mustélido blanco muy menudo pero gran cazador, famoso porque los reyes reclamaban su piel para rematar el cuello de sus mantos, como el rey de bastos que tanto me gustaba de niño.

Como es habitual, los alegres asesores de la lengua se tiran al pozo de la cultura y salen con que la fierecilla de los montes tiene su nombre porque viene de Armenia.

No debe escandalizar a nadie que así se hayan establecido los cimientos de la cultura en que nos movemos: Una persona de prestigio escribía en algún soporte su ocurrencia (generalmente basada en que sabía algo más que los demás), esa cita era comentada o repetida por otros, se transformaba en Bibliografía y entraba en el limbo de lo “asumido” como cierto quitando cualquier responsabilidad a quien en el futuro citara tal cuestión.

Así, alguien que conocía la existencia de un país llamado Armenia, situado entre los mares Negro y Caspio (en el árido Azerbaiján), como al animalito se le llamaba Armiño (casi Armenio), la visión ya tenía soporte y el animal origen.

No importa que Armenia no sea un entorno adecuado para este mustélido que prefiere bosques frescos (en España, apenas está en el Pirineo Occidental y en la Cordillera Cantábrica, como se ve en su mapa de distribución); la cita estaba lanzada al aire como un cohete con el palo roto… ¡Hala, a volar hasta que alguien sea capaz de contestarlo…!

La mayor parte de las lenguas latinas y germánicas, lo llaman de forma parecida, “emin, ermini, ermellino, erminhi, hermina, hermelin, hermelijn, l’hermine…” y solo el Latín y Portugués –junto al Castellano- conservan la A de la deseada Armenia, Armiño, Arminiae y Arminho.

En Euskera se le llama “erbiñude” y en esta palabra compleja se encuentra –probablemente- la clave del nombre.

Hay que saber previamente dos cosas importantes; una es que estos mustélidos son una fierecillas implacables que tienen en conejos y liebres uno de sus menús incruentos favoritos.

Incruentos, porque generalmente se conforman con acercase sigilosamente, sorprenderles dormidos, darles una dentellada en una vena… y sorber unos tragos de sangre.

La víctima se despierta y huye despavorida en tanto que en función del éxito el animalito puede quedar sumido en un profundo sueño, tanto que alguien que lo encontrara, podría cogerlo en las manos y cambiarlo de lugar sin alterar tan denso sopor.

Es posible que los antiguos pastores y cazadores supieran muy bien esta modalidad de parasitismo, porque verían huir a liebres y conejos o –incluso- podrían haber llegado a encontrar al armiño dormido en el encame de la liebre.

Ahora llega el resto; “erbi” es el nombre euskériko genérico de los leporinos e “iñu, iñutu” equivale a nutrirse, mamar, chupar, así que “erbi iñu te” es lo mismo que decir “chupa liebres”.

El paso de “erbiñu” a las formas entrecomilladas arriba y a las variantes con “a”, es solo cosa del tiempo.

Los antiguos describían animales, procesos, fenómenos y lugares con una precisión que ya quisieran para sí muchos catedráticos.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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