La historiografía del arte (o profesión) de la metalurgia padece las mismas carencias que la mayor parte de las disciplinas desarrolladas por los humanos desde tiempos remotos, relatos que se han confeccionado casi exclusivamente a partir de las epigrafías latinas y griegas, con la intervención ocasional de algún hallazgo físico difícil de integrar en un proceso diacrónico coherente y con pinceladas pintorescas de citas que algunos viajeros o comerciantes aportaban de sus relaciones con oriente.
Con esta metodología se ha consolidado desde el “Renacimiento”, un cuerpo de explicaciones y cronologías que, siendo compartido por las élites culturales y religiosas de Europa, ha llegado hasta la actualidad con modificaciones que solo afectan a cuestiones puntuales y a fenómenos y sucesos aislados, siendo la narración que llega a los niveles culturales medios, la misma.
Enciclopedias y diccionarios, libros de texto, paneles y explicaciones en museos y jornadas, panfletos turísticos o culturales y -recientemente- el mayor exponente de divulgación, la “Wikipedia”, cuentan lo mismo, porque todos beben de lo que se ha compartido en los últimos tres o cuatro siglos, siendo prácticamente nula la aportación de interesantes yacimientos de información como puede ser la Lengua Vasca o Euskera, que para la metalurgia en general y para la siderurgia en particular, aporta varias docenas de nombres, verbos y adjetivos muy sugerentes y que en la Etimología que se maneja están huérfanos de un origen sensato y creíble, siendo violenta, sistemática y neciamente rechazadas las propuestas novedosas de investigadores muy competentes, por los académicos y por consultores que son referencia habitual para esa actividad que pretenden “científica”, aunque nunca ha dejado de ser profundamente sucursalista del ambiente cultural dominante.
Valga como ejemplo de esta agresividad, la descalificación genérica que en el transcurso de una explicación para el origen de “arrabio” (hierro colado desde un horno) aprovecha para extender para lo vasco una “experta” de iniciales H.P. que es consultora principal en un blog de etimología, de cuya exposición se destacan algunos párrafos:
“A la llegada de los romanos, los vascones eran un pueblo montañés del Pirineo Oriental, desconocedores de toda metalurgia y de muchas otras técnicas, de manera que no tenían ni siquiera cerámica propia. Las actuales provincias Vascongadas estaban en el 90% de su territorio ocupadas por pueblos celtibéricos de habla y cultura celtas…/…los vascones en realidad vivían sobre todo parapetados en sus montes, con una economía que tenía mucho de cazadora y recolectora…/… Así las cosas, es avanzada la Edad Media cuando la arqueología testimonia por primera vez en el s. XI en poblados claramente vascos en Álava y Vizcaya una actividad metalúrgica inicial en la fundición y trabajo del hierro, favorecidas además por el descubrimiento de abundantes yacimientos de mineral. Y surgen las ferrerías de montaña…/… La tardía adopción de la metalurgia por parte de los vascones, hace que todo el léxico vasco vinculado a la metalurgia esté constituido por préstamos del latín o directamente del castellano como sucede también con todo el léxico vasco vinculado a la agricultura y otros muchos. Todas las palabras como yunque (ingude), acero (altzairu), cincel (zizel), martillo (mailu o marteilu), crisol y todas las que se quieran, son en euskera préstamos de voces latinas evidentes y reconocidos además por todos los lingüistas y etimólogos del vasco.”
Arrabio, que aparece “misteriosamente” en los diccionarios desde el siglo XVIII, de manera radicalmente diferente a lo que pregona H.P., se puede acompañar de otras muchas voces del Castellano, Francés y Vasco e incluso Inglés actuales, como “acero, alambre, alear, arandela, bena (vena, venero), bisel, bronce, burdin, carbón, cincel, coque, crisol, chapa, chatarra, derretir, estaño, fragua, fuelle, gancho, ganga, gratinar, gres, hulla, latón, lingote, lupa, malletu, máquina, mena, metal, rebaba, reverbero, soldar, tocho (“toto”), “txingar” (fraccionar), yunque, zamarra… todas ellas de origen euskériko y un profundo contenido tecnológico, que rebaten las simplísimas explicaciones que se dan desde la lingüística al limitarse a dar por latino todo lo que haya aparecido escrito por primera vez en esa lengua, para devolver al esfuerzo humano de milenios un mérito que se le ha hurtado al asignarlo a las lenguas clásicas sin más pruebas que un deseo irracional, casi ideológico de relacionar los imperios con la gestión del saber.
Rebatir los argumentos de H.P. es relativamente sencillo si el interlocutor dispone de tiempo e interés, pero la fría estadística favorece la sentencia de la frase que dice que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad…”, así que muchos de los cientos o miles de “uiquipedas” que lean a esta despechada o a otros divulgadores y profesores (que coincidan en credo con ella aunque carezcan de su maldad) elegirán seguramente el camino de la mayoría, un camino más suave y llevadero que una bronca confrontación, senda que no lleva a otra parte que a una realidad paralela ficticia que el academicismo se empeña en blindar porque siente un vértigo terrible solo de pensar que argumentos desconocidos por ellos que el vascuence puede esgrimir, desbaraten su cómodo nicho de siglos que carece de verdaderos cimientos.
El mundo de los metales puede aportar una suculenta información que muchos no podrían imaginar.
El origen del sustantivo “metal” que es compartido por numerosas lenguas (latinas, germánicas, eslavas, bálticas, ugrofinesas, célticas…), aparece siempre rodeado de adjetivos dubitativos respecto a su origen, aunque todos miran al “métallon”, excavación en Griego, que los seguidores de Heródoto dan por auténtico.
Pero ¿es lógico que tras milenios que los humanos llevaban encontrando metales nativos como el oro, la plata, el cobre, mercurio, estaño, incluso hierro[1], metales casi puros en placeres de ríos, en grietas de rocas, volcanes y fuentes termales, milenios uniéndolos por simple martilleo o en el fuego, aplastando sus pepitas para hacer medallas y alambres, anzuelos y exvotos, el nombre genérico que debieron tener se olvidara repentinamente para ligarlo para siempre a la actividad minera?…
¡Absolutamente, no!
Esta explicación, como otras muchas que tratan de novelar la evolución humana, es el producto de una aberración cultural basada en una serie de creencias incentivadas por un humanismo mal entendido, la principal de las cuales tiene que ver con la idea de que la concentración de la población, la urbanización o “civitas” deviene en avance científico y en perfeccionamiento de la organización social basada en la transmisión del saber y en la especialización; aberración que ignora deliberadamente la importancia de la observación de los procesos y fenómenos naturales, del aprendizaje enfrentándose a las amenazas del ambiente y a las ventajas -en última instancia- de la cruel selección natural.
Metal se dice también en Euskera y los propios lingüistas y académicos vascos que debieran conocer su verdadero origen, se compinchan para postular que la voz no es vasca sino un préstamo a través del francés “métal”, del “mêtallum” latino, después de que esta lengua la tomara del Griego citado arriba, en lugar de exprimir el soberbio potencial de nuestra lengua, una de cuyo millar largo de raíces semánticas, “me”, adjetivo, señala a la propiedad de adelgazarse de un material.
Así, “me tu”, hecho verbo, equivale a adelgazar, laminar; y “me t(u) al”, donde “al”[2] es el potencial, la capacidad o susceptibilidad de ese elemento para ser aplastado, laminado y permanecer así con idénticas propiedades que antes; que de una bola, pepita o ramita, se pueda obtener una medalla, un alambre, una lámina, una cinta… y que la economía prosódica ha apocopado a “metal”.
El encuentro casual o la búsqueda de pepitas o cristalizaciones dendríticas, cúbicas o monoclínicas de oro, plata y cobre, como la extracción de arenas auríferas con sistemas como el “vellocino de oro” debió de ser algo tan corriente en la dinámica antigüedad como el buscar setas hoy en día y la actividad posterior de purificar, unir y modelar aquellas masas, un pasatiempo en el que algunos destacaron y aún podemos admirar sus obras.
En la imagen de portada y en las siguientes, una de las piezas del tesoro de Varna (Bulgaria), datado en más de 6.000 años y menas de cobre, plata, oro y mercurio nativos.
La alta probabilidad -antaño- de encontrar estos metales preciosos nativos, de ensayar el fenómeno de las amalgamas o el de la acreción por martilleo, hace ridículo que hubiera que esperar a la explotación industrial de los metales para disponer de un nombre coherente, lógico, acertado y fácil de recordar: Metal, lo que se puede laminar.
Luego, ya en la Ilustración llegaría la explicación desde la química y otras definiciones más precisas para los nuevos metales descubiertos, pero eso no tuvo la fuerza suficiente para arrancar el nombre que en la Europa Occidental llevaba milenios usándose.
No menos interesante es el nombre del mineral rico en metal, “mena”, que los mismos sabios sucursalistas dudan si achacarlo al Francés “mine”, al Galés “mwynglawdd”, al Irlandés “myanach” o al Hispano-céltico recién inventado, “mena”, que aún no se ha encontrado escrito, pero confían en encontrarlo…. Todo ello por no preguntar a cualquier conocedor del Euskera dialectal, qué significa “men” en esta lengua, para escuchar que con esa voz se describe lo neto, lo auténtico físico o moral, lo que roza la pureza e integridad, siendo su forma articulada, “men a”, voz que con cierta frecuencia se ensordece a “bena” y que la ortografía española ha corregido a “vena” hace ya más de tres siglos, significando lo mismo que significaba para los ferrones vascos que buscaban veneros (“bena ero” indicio de filón, a partir de lo dicho para “mena” y el radical verbal “ero”, lo que conduce a…) en las fuentes ferruginosas (ver siguiente imagen) para montar un horno provisional o de campaña y sacar unos quintales de hierro por el método de “txingarra” (que dio lugar al “cinglar” español y británico) y fue precursor de los hornos de pudelado o de reverbero.
Cada una de estas voces que lo oficial ignora, atesoran significados que solo el Euskera puede explicar, pero para ello hay que tener nociones de metalurgia histórica y hay que conocer muy bien la lengua vasca tradicional, no la sintética que se ha hecho fuerte en el “Batúa” ni la de carísimos diccionarios[3] como el “Orotariko”, sino la que se ha conservado en hablantes hasta hace dos generaciones, salvada en parte en otros diccionarios[4], porque si estos ferrones conseguían masas considerables de hierro dulce sin llegar al punto de fusión, es porque fraccionaban a base de barra las pellas (“lupak”) pastosas de hierro, mineral y escoria (“txingar, xingar”) que yacían en el horno, para quemar el carbono al recalentar su corazón, extraerlas y martillarlas vigorosamente (“malletu”) para expulsar la escoria y unir unas a otras, formando barras o palanquillas, material ya semi elaborado, que era el único que las Juntas Generales permitían exportar.
Es muy probable que la primera revolución industrial inglesa que comenzó a mediados del siglo XVIII con una meritoria carrera por conseguir la efectividad de los hornos de reverbero o “reverberatory furnaces”, se inspirara en esos ferrones vascos y su sistema de recalentar la masa, a medio fundir, dividirla con una barra terminada en paleta, “puddel”, en un proceso que en los países de habla castellana se llamó “cinglar” (como alteración del citado “xingar”) y luego martillarla mecánicamente, todo ello, a una escala mayor que los vascos, consiguiendo multiplicar por diez la cantidad de hierro generado y lográndolo con una mayor uniformidad en el contenido de carbono.
Al propio horno de reverbero, que se ha escrito con “uve” y se ha dotado de una especie de pleonasmo para insistir en su objeto de recalentar una masa ya caliente, le sobra la “Re” inicial, porque el “reverbero” de horno, no corresponde al verbo reverberar, que se refiere a un fenómeno sonoro de superposición tonal y no al forzado del calor, para lo cual bastaba con “ber bero”, que en Euskera ya significa “recalentar” a partir de “ber”, de nuevo y “bero”, calor.
Insistiendo en la técnica tradicional vasca de conseguir la acreción de ciertos metales como el hierro con gran afinidad por el oxígeno, su nombre, “burdin”, habla claramente del sistema con el cual se fabricaba, ya que “burd” es una migaja, un pedazo y la desinencia “ein” señala el método, el sistema: “elaborado con pedazos”.
La fusión integral del hierro exigía un esfuerzo térmico considerable y -por eso- el método preferido para obtener las “lupak”, conglomerados, del Euskera “lopea”, lo mayor de un conjunto, dejaba la colada, “arrabio”, para casos de especial pureza del óxido de hierro, cuando se perforaba el crisol y se dejaba correr la primicia del material fundido al canal de arena donde se formaba el lingote.
Arrabio, que H.P. desconociendo que “erragoa, herragoa” es la expresión de calor agobiante en Bizkaia, voz que en Castellano ha dado en “ferragoa” y “fragoa” (fragua), palabra que no procede en absoluto del Latín “fabrica”[5] tras una serie traumática de cambios fonéticos, “fabricam, fabriga, fábrega, frábega, frabéga, frauga, fragua…” como apuradamente se explica en las enciclopedias, sino de la expresión vasca para ese entorno de calor agobiante en el que se ensayaba el laboreo de metales y especialmente para el foco y núcleo del calor.
El sufijo “pio” que tiende a sonorizar a “bio”, transmite en Euskera la idea de partes que se desprenden, desgajan, cuelan o deslizan de una masa principal, así, en “errag bio”, que apunta a la colada de hierro fundido desde la base del horno, la “g” subsumida por otra oclusiva más potente, ha quedado y se ha perpetuado como “arrabio”, indicando con claridad un proceso industrial de mejora que pudo durar varios siglos y aún uno o más milenios.
Camino parecido ha sido el del lingote, barra manejable de una o pocas arrobas que los metalúrgicos tartésicos del cobre preparaban para los fenicios con el nombre de “oricalco”, como estas encontradas al Sur de Sicilia y que también se ejecutaban para el hierro cuando por la calidad de la mena o por otros motivos, era oportuno llegar al punto de fusión y colarlo en barras manejables.
Su nombre, que los académicos quieren que venga de “lengua” y que vino del Provenzal que se dice “lingo”, pasando al francés como “lingot”, pero tiene una explicación mucho más consistente en Euskera, donde “leengo ote”, compuesto por “leengo”, el primero, la primicia y “ote”, sarta de goteo, chorreo, colgajo…, designa lo más selecto de la colada, lo primero que fluye, el mejor metal que puede ir directo a formar una barra, en tanto que el final de la colada, habrá de ser martillado de nuevo.
Pero la larga carrera de la metalurgia dio un paso determinante con la destilación de la hulla[6] y la confirmación de que su residuo, el “coque”, era capaz de superar ampliamente la temperatura de combustión de su matriz, así que el uso de esta fracción fue una nueva revolución para la producción siderúrgica ya entrando en el siglo XIX. Revolución que no supo contestar al origen del nombre “coke” que los ingleses hicieron famoso, que nuestros sabios se lo dejan a ellos como padrinos, pero que la propia academia inglesa reconoce ser “of unknown origin”.
Palabra que en la forma “kok a”, significa en Euskera, lo consumido, acabado…, bastando con mirar al trozo de coque de la siguiente imagen que muestra los grandes poros que ha dejado el betún y otros hidrocarburos que los ocupaban antes de que el trozo de hulla se sometiera a la destilación.
Los estudiantes de Tecnología de los años sesenta, recordamos con un gesto de huída, la prueba que nos aplicaban los profesores pasándonos un trozo de coque por la nuca para que sintiéramos el poder de aquellos poros que llegaban a asir el pelo hasta el punto de hacer verdadero daño.
El “kok a”, pues, tiene muchas probabilidades de haber sido creado y bautizado, también por personas que hablaban un lenguaje cercano al Euskera.
No menos importante ha sido y sigue siendo el bronce que se llama de forma casi igual en todos los países de nuestro entorno y -en esto sí que coinciden todos los expertos-; “De origen desconocido…”. Como mucho, quieren que sea originario de Brindisi en la Apulia, como quieren que las avellanas (“abel janá”, comida de animales) tenga su origen en la ciudad italiana de Abella o la pistola (“biztu olá”, tabla de encender, en referencia al pedernal) sea un invento de Pistoia.
Lo cierto es que cuando los antepasados fundieron algún trozo de calcopirita que tenía estaño, comprobaron que el menisco que formaba la colada se extendía y penetraba en los moldes más estrechos… .“Borró” es la propiedad inversa a la viscosidad, la que hace “brotar” a ciertos líquidos al disminuir su fricción molecular y “ontze” es la mejora, de forma que “borró ontze” y su contracto “bronce”, es la aleación soñada, la que funde pronto, llena los moldes y con un ligero forjado consigue unos filos que el acero no tuvo hasta milenios después.
Así que los fenicios se iban a buscar el estaño a las “Casitérides”, porque ellos lo llamaban “kassiteros”, no como nuestros primos de Tartesia[7], para quienes era sencillamente “estal eiño”, el que cubre, lo que indica que sabían usarlo solo o aleado con el cobre.
Otro material curioso es el gres, producto artificial creado mezclando arcilla con fundentes, otros silicatos más puros y con arena de sílice y sometido después a un fuerte calentamiento, lo que lo transforma en un producto de gran dureza que no se resquebraja al fuego y casi imposible de fundir. Posiblemente los primeros ensayos para hacer del gres algo útil, pasaron por la ejecución de balas para las hondas en las amplias llanuras donde la suavidad de las corrientes de los ríos tenía como consecuencia que no hubiera cantos rodados y se tenía que recurrir a endurecer barro en los rescoldos del fuego.
Una de las mezclas debió de aportar dureza y densidad superior a las bolas y luego, mucho después, cuando con el sedentarismo se encontró utilidad a la cerámica, se rescató la vieja fórmula del “kra ez”, “kres” lo que no se raja y se construyeron desde cazos y placas para asar hasta crisoles (“kres oe, kres oi”, lecho infracturable, donde la “i” mutó a “l” para dar “kresol”), cuenco de gres y ni el gres tiene que ver con el “grés” francés con que se llama a la piedra arenisca ni el crisol tiene que ver con que algunos crisoles tengan cuatro vertederas en forma de cruz, sino con sus propiedades funcionales, esto es, que soporta enormes temperaturas sin romperse.
Otra de las aleaciones de base cúprica, el latón, que los latinos no distinguían del bronce, tiene su origen igualmente del Euskera “lat”, sonido monocorde y el frecuentativo “ohi”, que en Castellano suele mutar a “on” para dar “latón”[8], con el significado de “material sonoro”, profusamente usado en platillos, triángulos, trompetas…
El propio cobre cuya etimología se suele asignar sin argumento alguno -aparte de un cierto aire en la sonoridad- a la isla de Chipre (“Kïpros”) a través de su paso por el Latín “cuprum” para llegar al germánico “kupfer”, es un cambalache total porque el Latín usaba el genérico “aes aeris” para el cobre y sus satélites, demostrando que la metalurgia no era su fuerte, mientras Hispania era un verdadero laboratorio para metales y todo tipo de sales metálicas, apareciendo las de cobre en infinidad de lugares, en gran cantidad y a veces con pureza extrema, incluso en forma nativa, que era cuando se le calificaba con el adjetivo “beré, bre”, blando, dúctil, la propiedad de ser combadas algunas de la ramificaciones del cobre precipitado como metal, “kop” para dar “kop bere” y quedar finalmente en “cobre”.
Esta condición física de ternura también aparece en el nombre vasco canónico de la plata, “zil”, que en el Euskera ha quedado como “zilar”, piedra, mineral de plata, pero que en Inglés se ha conservado con su nombre para el estado metálico “silver”, en realidad “zil bere” o plata metálica, dúctil.
Por no hacer demasiado pesado este ensayo, se dejan otras muchas voces para un segundo desarrollo, terminando esta con el yunque, pieza fundamental para la metalurgia desde sus primeros momentos en que se trabajaba en frío, útil que lo oficial quiere que venga de “incutio”, una forma poco frecuente de llamar en Latín al acto de golpear, generalmente “ictus” o “percusio” y de ahí a la forma vulgarizada imaginada, no existente, “incudo” aunque el yunque es la antítesis del golpeo, es la masa que soporta los golpes sin moverse, siendo esta la clave de su efectividad y no es creíble que los antiguos, muy fieles seguidores de la semántica aceptaran fórmulas absurdas.
Varias lenguas latinas y alguna germánica, usan voces con cierto parecido, como “enclusa, incudine, enclume, incus, inkwina…” que conservan la raíz “ink”, clavar en Euskera, lo que hace pensar que en algunos momentos, quizás en los grupos nómadas el yunque en lugar de ser masivo, era un elemento portátil que se hincaba en un suelo denso o en el tronco de un árbol, como el pequeño yunque de la imagen.
En Euskera, aunque en los diccionarios prima la forma “ingude”, en Bizkaia es inalienable el lexema “iun” que está emparentado con el “jump” germánico, “salto”, significando lo mismo, por lo que se considera que la forma gallega y castellana, “yunque”, formada por “iun”, saltar más el coercitivo “ke”, “el que no salta” por ser muy masivo, es una forma propia de sociedades sedentarias, complementaria de la otra forma en que esta pieza sufridora, se clavaba para evitar su movimiento.
Como resumen, la variante con “ink, enc” correspondía a culturas móviles y la de “iun, yun”, a sedentarias.
Otros sustantivos y verbos como acero, alambre, alear, arandela, bisel, carbón, cincel, chapa, chatarra, chimenea, derretir, fuelle, gancho, ganga, gratinar, grisú, máquina, rebaba, soldar, tocho (“toto”), zamarra, también muy relacionados con la minería y metalurgia, se tratarán más adelante.
[1] Se sabe que se conocía el hierro sideral hace 9.000 años.
[2] Hoy en día, “ahal”
[3] Carísimos para el pueblo que ha mantenido décadas de trabajo a cientos de meritorios recogiendo citas en publicaciones insustanciales, generalmente religiosas y poéticas.
[4] Mújika, Azkue, L. Mendizabal, Elhuyar…
[5] La “fabrica” latina lleva implícito el trabajo bajo techo en un edificio, algo que tardó milenios en llegar, puesto que las forjas se instalaron en exteriores.
[6] Cuyo nombre no viene del Valón “hoye”, cacho, sino de la contracción del Euskera “ui eilla”, hecha de betún.
[7] “Tarte esia”, el perímetro, la ciudad del medio, entre África y Europa.
[8] Debidas al mismo proceso son palabras castellanas como avión, bastón, botón…