Coloración rojiza del cielo más frecuente en los atardeceres.
También se dice arrebol cuando a algún adolescente se le “sube el pavo” y la cara se le enciende contra su voluntad y en el peor momento…
Si bien Catalán y Castellano comparten esa acepción, no hay una ley en las lenguas latinas (que llegan a ofrecer varias formas muy distintas, como el “trapo” gallego y portugués, el “rossore” italiano, el “culoare” rumano o el “chiffon” francés), cosa que si existe entre las germánicas alrededor de “flash” y formas similares o en el Griego y algunas lenguas de India, que eligen “rag, ragú, raga…”.
Como pasa con cierta frecuencia, a los creadores del Esperanto les priva la dulzura francesa y para eso crearon “c’ifono” para este momento del amor.
Pero, ¿y los sabios?.
Lo que se podía esperar, que sea latino por encima de todo, así que se agarran al “ruber rubra rubrum”, lo estiran, lo encojen, le anteceden un polivalente “ad” y se sacan un “ad rubeus” que oportunamente mecanizado y pulido, tras ocho cambios queda en un hermoso arrebol.
Una visita al Euskera nos dice que con mucha frecuencia el “gor” raíz adjetiva para lo rojo, colorado, queda como “gol” por una lambadización muy bien aceptada especialmente en poesía y de esa forma, otras veces pasa a “bol”.
Si esa pieza la colocamos tras “arré”, raíz también adjetiva que significa turbio, difuso, tenemos (sin cambiar nada) un atardecer como los que pintan los acuarelistas, rojo difuso.