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Asno

Asno, burro, jumento, ruc, rucio, pollino… digan lo que digan los libros y las leyendas, el asno es un animal casi perfecto para prosperar en la banda templada del mundo, banda, cinturón en general agradable en cuanto a las alternancias de humedad, temperatura y energía disipada en la atmósfera, pero que ocasionalmente castigaba a sus huéspedes con grandes sequías y con olas de calor o frío intempestivas que diezmaban poblaciones y arrasaban formaciones florísticas atrevidas.
La peste cultural que afecta a todos los diccionarios divulga que este nombre (y los otros cinco del comienzo), vienen del Latín, de la forma latina “asinus” y… ¡todos felices aunque nadie explique lo que esa sentencia dice!, porque realmente no dice nada; se sabe que el “as” fue la primera moneda romana copiada de los etruscos, pero nadie lo airea ni dice que en una lengua ignorada para la ciencia, “as” es tanto el comienzo, como la raíz verbal elemental del crecimiento y la utilidad y tal era probablemente el nombre del burro entre las demás lenguas proto mediterráneas antes de los reyes romanos.
“As”, que no “asto”1) , es el nombre original de este género en Euskera, determinándose por “alzada o cruz”, dos especies, una de animales pequeños, “as no”, literalmente, burrito, como los que abundan en Somalia y en el Atlas (que es la forma que ha dado más variantes) y otra de gran alzada, “as (t)o”, burro grande, que aquí pudieran corresponderse con las subespecies catalana o zamorana. En las siguientes figuras.

“As” es un vocablo noble, sinónimo de comienzo de cualquier empeño y recurso conveniente durante el afianzamiento de proyectos durísimos (como pudieron ser los grandes desplazamientos, las roturaciones de sotos y los drenajes de tierras) que llenaron decenas de miles de años entre Paleo y Neolítico antes de que los labradores dominaran tierras y aguas, desafío del que no tenemos siquiera una remota idea, porque la bibliografía nos muestra el “Creciente Fértil”, Egipto y sus sucedáneos como si se hubieran creado de la nada.
Como si la civilización fuera algo que nació en las ciudades, cuando el conocimiento, la razón y los números niegan cualquier posibilidad de afianzarse en un palmo tierra si antes no se ha conseguido “manejar” en campo libre a los animales que han de ser la despensa de cada día, la fuerza y el almacén de pieles, tendones y huesos con que ir subiendo la complejidad de la tecnología en un proceso de más de un millón de años.
Es muy probable que en esas largas fases, el asno haya sido un animal de compañía áspero y de modales rudos (dos de mis burros machos, Bony y Chase mantienen violentas peleas y uno ha castrado al otro), pero su género femenino es relativamente fácil de domar y es candidato a reclamar que ha llevado una gran parte de los trabajos pesados de nuestros antepasados.
En el ámbito de Europa con India, el nombre del asno toma tres formas principales, una del tipo “æsel, osel” en lenguas latinas, germánicas y eslavas, en la que predomina la raíz vasca “as”, otra parecida a “gadha”, en Griego y lenguas védicas y una tercera, “magar” menos abundante, aparte que en Galicia y gran parte de España el nombre común sea “burro”, no pudiendo haber duda de que la primera de estas formas está inspirada en “as”.
El francés, siempre perdiendo piezas, se ha comido la “s” y le llama “áne” (“ann”).
Burros onagros y cebros han corrido salvajes las cuestas y barrancos de Iberia hasta época histórica, pero, “poco plásticos” para el arte parietal en las cuevas, sus imágenes son escasas aunque algo me dice que en exteriores, en roquedos, abrigos, cortados y en grandes árboles que han perdido su librea o se han desmoronado, el asno fue protagonista.
“As” fueron también las piezas de oro, plata y cobre con forma de medalla y una mínima señal “ku in” (“ku”, pico y “in, ein”, acción), que indicaba quien la había emitido y que dio lugar al “coin” inglés, piezas preciosas que usaban los etruscos y que -copiada en forma y función- fue la primera moneda romana, valiosa como un asno para el proyecto que empezaban los hijos de la loba y que duraría un milenio.
Por si fuera poco disparate atribuir a una cultura urbana el nombre del asno, quizás quince mil años anterior, también para el español “burro” aplican los de los escaños letrados la misma fórmula y explican que “burricus” se usaba en Latín para llamar a los caballos pequeños y si no gusta esa fórmula, como los burritos al nacer tienen un pelo fino como “borra”, puede venir de esta pelusa como ya empezara diciendo Juan Ramón Jiménez de Platero.
Así se siembra la estupidez, tratando de acostumbrarnos a delirios insustanciales con tal de que el Latín quede boyante; pero, ¿tan simples eran los antiguos, tan escasos sus recursos que al caballo le llamaban burro?… O, ¿no hay animales que al nacer tienen verdadera borra (como los borregos que nacen en el frío Marzo) para merecer ese nombre?
Burro es un nombre muy sonoro como sonoro es el rebuzno de mis burros cuando les llevo ciruelas. He medido 119 dB. “Orró, orrú” es en Euskera el alarido, el bramido, el grito desgarrado el rebuzno a pleno pulmón y el comienzo, “buh”, es la interjección que potencia lo que viene detrás, de manera que “buh orró” es el escandaloso rebuznador.
La forma catalana “ruc” y la castellana “rucio”, son respectivamente apócope y explicación (“zio”, motivo) del nombre “orrú zio”, porque rebuzna.
Más ridícula -si cabe- es la explicación académica para pollino:” Obviamente del Latín “pullus”, cría de un ave y por extensión borrico”.
Otra vez dejan como tontos a los paisanos y ellos se calzan el collar hasta el ombligo improvisando, engañando y haciendo uso descarado del púlpito que les regalan para cambiar incluso la sabia etimología de los antepasados, trocando el bello nombre funcional de un animal “el que tira” por una puerilidad que hace desesperar a las inteligencias.
“Pul”, empujar, estirar inicialmente, hoy se dice “bultza” en Euskera. En Castellano se ha conservado en el pulso y en la tripulación (la que tira de los cabos), en las poleas y en varios elementos mas y lleva en su purísimo lexema la idea de lo que hacían los burros, tirar de carros y de cables, de arados y de vagones, de maromas y de tornos: “pull eino” es el que tira…

Ya solo queda el jumento. Nuestros sabios se quedan calvos al decir que “iümentum”, animal de carga, nació espontáneamente en Latín aunque esta voz no tenga ni un miserable pariente del que echar mano.
La clave es “ium”, saltar hacia arriba, lo que los ingleses han copiado como “jump”. “Men” es la autenticidad, la originalidad, así que en realidad, los romanos llamaban “iumentum” a estos nerviosos animales de tiro y carga que saltaban a diferencia de los bueyes, que no lo hacían.

 

[1] “Asto, astu” es la forma común actualmente.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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