La soberbia cadena montañosa que se conoce como Atlas y muy especialmente el cuerpo más occidental que se llama “Alto Atlas”, tiene una particularidad, una característica que para nuestra civilización que se mueve con aviones o helicópteros puede pasar inadvertida, pero que para los pueblos pastores y cazadores de hace más de seis mil años, era determinante: Hay muy pocos puertos de montaña que comuniquen las tierras interiores con el mar y los que hay, son verdaderos barrancos como el de la imagen, Tizi n tichka.
La explicación culta sobre el nombre de la cadena, se basa en la mitología griega y concretamente en la huella que dejaron las cadenas con que el titán Atlas estaba amarrado mientras soportaba el arco celeste en sus espaldas. Tales explicaciones -que hemos oído desde niños-, nos narcotizan por su belleza y misterio y colaboran a que nadie se preocupe de lo absurdo de tal planteamiento, ya que en la prehistoria (y aún bien entrada la historia en el ámbito de la pequeña geografía), los nombres se mantenían firmes de boca en boca por los pueblos que visitaban tales zonas en sus nomadeos y por los anacoretas y pequeños grupos sedentarios.
Es por tanto absurdo cualquier mecanismo que plantee que unos señores griegos se fueran a las cabilas del Atlas a convencer a los Thamazig de que el nombre que convenía a tales montes no es el que ellos usan, sino el del prestigioso titán.
Lo más probable es que griegos o cartagineses que navegaban el occidente africano y que hacían incursiones por tierra, hubieran oído de los nativos tal nombre de las montañas, coincidente con el de un rey que hubo en Mauritania y que los poetas helenos admirados por su parecido al nombre de su forzudo preferido, hubieran cocinado la milonga que nos han vendido desde hace siglos.
A principios del siglo XVII, en España, todavía se llamaba “Océano Atlántico” al mar que se halla bajo las montañas más altas del Atlas, tal como se puede ver en el diccionario de Covarrubias.
Que el nombre no es árabe es obvio, pero tampoco en la lengua bereber o Tamazhig hay vocablos que contengan sonidos cercanos a esa doble consonante “tl” que parece más azteca que africana: “attan” es en la lengua bereber una dolencia ocular y “attas” es un adverbio que significa demasiado.
No hay nada más cercano a Atlas.
¿Entonces?
La toponimia de los países cercanos, tampoco muestra mucha riqueza; en Francia hay un topónimo igual, “Atlas”; en Túnez hay “Bir el Atla” (pozo de Atla) y dos o tres más; en Marruecos, varios parecidos, tales como “Atlar”; en Italia un “Monte Vatles”…
En España, “Beniatlá” es el más parecido y hay que irse a los del tipo “Atelena”, “Atelene”, “Atelarán”, “Atalanes” para encontrar algo parecido.
La conclusión es que parece que Atlas es una forma contracta que se usaba así hace dos mil quinientos años y lo único parecido se encuentra en apellidos vascos corrientes como Atela y en los cuatro topónimos citados y la hipótesis más verosímil es la que plantea que el nombre original fue “At al ach”, donde el primer lexema es muy conocido y se refiere a los puertos de montaña, a los pasos entre sistemas o cuencas; “al” es uno de los sufijos que indican carencia o ausencia y “ach” es la forma genérica de llamar a los montes agrestes y a las peñas.
El significado sería “Montañas sin puertos” y es coherente con la morfología del Alto Atlas.
Apoya esa coherencia, el hecho de que se comenzara llamando “Oceano Atlántico” a la porción de mar frente al Atlas.
Pensemos en el estado del actual Sahara hace siete u ocho mil años, cuando era una depresión fresca y fértil y pensemos que los habitantes de ese entorno, subirían con cierta frecuencia a la cordillera (desde la cual se ven las Islas Canarias). El nombre que hubieran dado al mar que se abría al occidente si hablaran Euskera, hubiera sido “Atlas handiko”, es decir, el que está más allá del Atlas (handiko = el de allá).
“Oceanum Atlanticum”?.