No todo el mundo ha hecho el paseo desde la estación de Ferrocarril a la ciudad antigua de Badajoz en el atardecer de un día de Junio cruzando el Guadiana por el Puente Viejo con un atronador croar de ranas de fondo, pero quien lo haya hecho se habrá podido imaginar las dudas que asaltarían a los ejércitos que varias veces han asediado la ciudad desde el Norte respecto a si conseguirían derribar las murallas desde las que los pacenses les desafiaban con gritos a porfía como los batracios…
Badajoz lo definiría un militar como un lugar donde el Guadiana, el río Ana de los iberos tras sesenta kilómetros de calmado avance en que su cuerpo se abre cada poco en varias venas que luego se unen o crean islas o barrizales y se enseñorea de una amplia y calmada ribera a la que se incorporan con pereza los sucesivos afluentes, recibe por fin al Gévora y frena en seco.
Frena porque el otero de La Muela al Sur (sobre la que se edificó la alcazaba y primera muralla) y la sierrecita de Las Cuestas de Orinaza al Norte, pusieron fin a sus anchuras y le obligaron a estrecharse hasta medir “un cable”, la distancia a la que solían ser remolcados los galeones heridos.
Así terminan las licencias y caprichos de la libérrima vida de este río singular a tan solo dos escasas leguas de hacerse internacional. Porque si el río de las espadañas[1] que comienza su vida arropado por el Cigüela, Záncara y Pinilla para ir apareciendo y desapareciendo cuando le place, para trazar infinitos meandros caprichosos que desesperan al viajero con prisa, de dar lugar a numerosos embalses, inundar vegas y correr entre sierras estrechas como cuchillos, al dejar Castilla La Mancha para entrar en Extremadura se vuelve definitivamente perezoso, ancho y cambiante y ya desde Villanueva de La Serena incorporado el Zújar, antiguamente había que llegar a Mérida y luego a Badajoz para cruzar el río sin mojarse los pies.
Quizás en la zona de El Badén, tres leguas antes de Mérida hubiera un badén estable, un vado muy recurrido donde ahora se ve desde la nueva carretera, un puente “nuevo”, cedido, que pudo hacerse sobre aquel badén que dejó su nombre.
Pero desde Mérida hasta Badajoz, no hubo otra alternativa para cruzar los numerosos brazos del Ana, que la de preguntar a los lugareños que vado era más fiable esa temporada… y descalzarse.
Así Badajoz, confirmando la ley que dice que un vado es estable cuando un río es frenado por una angostura y va cediendo su carga “aguas arriba della”, tuvo ese vado y sobre el se construyó el Puente de la Palma, mas o menos cuando Colón aparejaba sus naves. Puente que a la vista parece de planta quebrada, (como el de Talavera) a pesar de lo alto de sus claves, fue barrido varias veces por el Guadiana antes de que el tramo medio de este “río tranquilo” se llenara de embalses y desdibujara todo un proceso territorial.
Pero vayamos al nombre.
Badajoz no es en absoluto un nombre común, tan solo hay otro lugar de cierta dimensión llamado Badajoz en España, (un abrupto y estrecho “Barranco de Badajoz” en la costa oriental de Tenerife que cuesta diferenciarlo de los demás barrancos vecinos y no aporta gran información) y luego, apenas una quincena que comiencen por “bada”, pero solo uno (“Badajes”, en Barañaín, que comparta la jota), habiendo de buscar sonidos cercanos para constatar que la “d” en el nombre de la capital pacense que los clásicos aseguran que proviene de la degeneración de “Pax Julia ó Pax Augusta” no es un error, que está justificada y que la última sílaba tónica, es –efectivamente- “joz”.
Las dudas se disparan porque los comienzos con las alternativas habituales a esta dental, “l y r”, es decir, “bala y bara” son mucho más abundantes, 108 para la primera y 190 para la segunda, lo que señala a Badajóz como un nombre relativamente extraño .
Además, aunque haya más de mil lugares que terminan en “…ajos”, solo existe la aldeíta de Cajós, cerca de Luarca con esa condición de tonicidad, que se suele dar en los nombres terminados en “joz” o en aquellos que siendo originalmente terminados en “os”, mutan a “oz”, cuestión que apoya la idea de que el nombre esté “ligeramente” alterado (no en el grado que los académicos proponen), sino que posiblemente, el apelativo inicial sería “ba lai os”, donde “ba” es la indicación de condición baja, “lai” es un camino, un pasadizo, un “carrejo” donde se prueban los bueyes y “os” es la precisión de ser un lugar estrecho.
Si la referencia es al Guadiana, agente importante en ese lugar, puede que el nombre se refiriera a un vado o pasillo estable y estrecho (corto), en comparación de las complicaciones que presentaría el río con aguas medias o altas. Es posible que a lo largo de los años el nombre se adaptara a secuencias más cómodas, como “ba la ios” y “ba da ios”, para que –finalmente- la “i” diera en jota: Badajoz
Apenas el río Guadajoz nos trae concomitancias de la ciudad con el nombre actual y el lugar de la marisma de Vigo conocida como Balaídos, donde el río Lagares facilitaba el paso entre ambas orillas y donde se construyó el campo de fútbol del Celta, pudiera parecerse al “ba la ios” que se propone.
[1] Ana es el nombre euskériko de las aneas, de las espadañas, la planta que coloniza cuanta agua limpia y somera se le ofrezca.