Aunque en algunas cartografías aparece como “Río Barbadua”, Barbadún es el nombre más recurrido y con el que se conoce al último tramo de un par de millas de legua estuarina que quedan (muy alteradas respecto de la configuración original), hasta la que llegaba desde el Sureste el río Picón ó Kotorrio 1) , cruzando una amplia llanura de “trasplaya” que se conocía como “el Malecón”, río que fue retranqueado hasta llevarlo al cauce principal, que también se “arrimó” a la ladera occidental a mediados de los sesenta para hacer sitio a la refinería que se construiría asociada al puerto de Bilbao. Foto en marea baja durante las obras preliminares con el cauce principal señalado.
Ya en el recorrido “de río” hacia aguas arriba, recibe aportes variados y cambia a menudo de nombre, llamándose Mayor tras recibir al Arroyo Mayor, torrente que baja desde más de seiscientos metros en poco más de dos kilómetros. Luego muda otra vez su nombre por el de Mercadillo, tras unirse en la llanura de Mercadillo, los ríos Kolitza y Beci y recibir al Galdames por la derecha.
Es curioso que Pascual Madoz en su descripción detallada del entorno de Somorrostro en 1848, explicara minuciosamente el caos minero con cientos de minas y simas, pero solo mencionara al río “Colisa” y centrado en cuestiones económicas y estratégicas no entrara en la zona de marismas, en aquélla época sin interés.
Kotorrio y Mayor proceden de zonas de alta densidad de menas ferríferas incrustadas en calizas y los otros dos y varios arroyos más como los de Las Muñecas y Montellano, también muestran indicios de antiguos yacimientos y placeres entre margas, calizas arcillosas y areniscas con topografía brusca y muy removidas en superficie por la explotación minera continuada desde antes de la era romana a que se refería el ministro de hacienda navarro, aunque es seguro que muchos de los que hubo permanecen ocultos tras una maraña de vegetación bravía como consecuencia de los casi dos siglos sin cuidar los antiguos bosques de robles, encinas, carrascos y madroños que cita Pascual y que fueron reemplazados por especies exógenas de rápido crecimiento sin la selvicultura ni la ordenación agropecuaria y forestal adecuadas.
En resumen, un territorio muy degradado en el que aparte de lo que se encuentre en diversas cartografías, no es fácil descubrir indicios de fenómenos, configuraciones o actividades que hubieran podido dar lugar a la toponimia que se encuentra.
Aparte de “Barbadún” que es el objetivo principal de este ensayo, hay nombres de entornos de cierta magnitud como “Las Muñecas”, donde la persistencia de balsas que pueden pasar de una hectárea sugiere que tal nombre no tiene relación con muñecas de juguete, sino que puede ser una alteración de “lam une eka as”, en realidad una frase que se refiere a un entorno (“une”) que es adecuado (“eka-ega”) para el surgimiento (“as”) de balsas (“lam”).
Condición que es coherente con otro nombre genérico cercano: “La Baluga”, con el que se conoce a la cubeta peri plana de más de cien hectáreas, cuyo nombre pudiera estar relacionado con los limos negros (“bal” ) abundantes (“uga”) que fueron explotados para la agricultura quizás desde hace milenios.
Propensión a la existencia de lagunas, que también se da en la parte oriental, en el área caliza del monte Graneran (ó Grumeran), con nombres como El Gallo (lago), La Laguna Butzua (pozo la laguna), La Balsa del Saúco, La Lisa Butzua (pozo la lisa), etc., que se señalan con contornos azules.
Entre topónimos muy antiguos, como Pobeña, que parece referirse a la colinita (antes isla y ahora unida a tierra) donde está la ermita de Nuestra Señora del Socorro, “po”, pequeña, “eñá”, colina, muela, con la “b” intervocálica para eufonía, hay otros recientes como El Pobal, posible variante de pobeda, alameda de álamos blancos, terraza fluvial donde funcionó hasta no hace mucho una singular ferrería que ahora es museo.
Barbadún es un nombre único en la Toponimia de España, pero sus componentes, sea cual fuere la disección practicada, son aplicados por más de mil nombres de lugar.
El primero, “bar”, indicando generalmente barra o acumulación alargada de arenas, gravas o limos fluviales, no es evidente ahora, con un estuario radicalmente alterado, pero es más que probable que en su estado natural, se formaran barras en la zona de contienda energética entre el río y la mar (como se sabe que se formaban en Portugalete, Mundaka, Zumaia u Hondarribia).
Antes de seguir con la tesis toponímica es oportuno decir que la voz “vado”, que aparece hasta en dos mil topónimos, no es derivada del Latín “vadum”, préstamo de la forma vasca, sino de la secuencia “bae (d)u”, “agua baja”, condición que se buscaba antaño para cruzar un río, aprovechando los lugares en que su vena se extendía y como consecuencia, la profundidad menguaba.
Estos dos componentes enlazados, dan “bar badu”, vado de la barra, rematados con la terminación “une”, entorno, lugar de… y con pérdida de la última vocal átona, dan “bar badu une”, “barbadun” que la ortografía castellana ha dotado de tilde, “barbadún”, zona de vados de barra, definición que resulta viable para un cruce del cauce, mejor sobre arenas gruesas en la playa, que sobre limos aguas arriba; al menos hasta que se construyera el puente de Lavalle indicado en una cartografía de alrededor de 1920 en la que aún se ve el desagüe del Kotorrio.
[1] Esta forma solo se usa en los “euskalkis” de Iparralde, si bien sus componentes, “kote”, peña de tipo mesa, “or”, elevada, “i” abundante y “o”, extenso, señala hacia los altos de Topas y Grumeran o Graneran.