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Barcelona

Por aquí todo el mundo sabe aquel chiste de vascos que me contó mi tío José cuando tenía 8 años y no lo entendí… Otra cosa es si conseguiré o no ordenar la inmensa información que tengo en diversos soportes y si lo obtenido expresado en media docena de hojas será convincente.

El chiste vasco consiste en que dos aldeanos se encuentran y uno le dice al otro: “Bart ze lo ona egindot…”; es decir, “Que bien dormí anoche” y el otro entiende “Barzelona egin dot”, o sea, “Yo he hecho Barcelona” y admirado de su amigo se va tan convencido de que Barcelona es la obra de un amigo suyo y no para de contárselo a todos…

La cuestión es que el chiste no es tan inocente, porque pone de manifiesto que los morfemas que componen Barcelona e infinidad de otros nombres de lugar, no son extraños para alguien que hable Euskera. La cuestión es si todo el poder documental existente hasta ahora y toda la capacidad de los mejores sistemas de gestión de datos y de inteligencia artificial disponibles serían capaces de dar una triada de opciones posibles… sin contar con la Intuición.

Yo creo que no; creo que la Intuición es como el catalizador que uso a menudo para endurecer la resina sintética: Sin él la masa se queda como estaba.

Vayamos a los datos.

Hace unos años trabajé con el nombre de Bilbao (Bilbau) y comencé preguntando a varios amigos nacidos en “El Bocho” si sabían si había algún otro Bilbao. La respuesta inmediata, general y contundente, fue, “No hay, no puede haber ninguno”.

Una revisión a mis listas millonarias de topónimos me dio hasta nueve (contando el genuino).

Esto mismo es lo que haré con Barcelona, pero dada su categoría, no me conformaré con España, sino que haré una incursión por países ribereños a ver si el nombre es tan exclusivo como corresponde a la tradición “hiperculta” que a través de Ponponio Mela y su cita a un tal Barcino –que otros llaman Barkino- y si ese propietario tenía otras fincas por ahí.

Un paseo “somero” por Francia nos dice que hay una Barcelonne indiferenciada, otra Barcelonne de Gers en el Suroeste, de la cual me envía una foto el espía Bernard, una Barcelonnette en Alpes, otra comuna llamada Barcillonnette… y hasta 33 localidades que comienzan su nombre por “barse…”.

Italia anda parecida, pues también tiene una Barcellona indiferenciada y otra Barcellona Pozzo di Gatto en Sicilia, además de diversas Barche, Barchessone, Barchessa, etc. que nos recuerdan a la nuestra.

En Portugal tan solo hay varios Barcelos y Barcelinhos, una feligresía de uno de ellos, así como algún Barcel, Casal dos Barcelos y Pico de Barcelos…

Que conste que solo he mirado listas con unas decenas de miles de nombres, porque en el territorio de España, voy a trabajar con millón y medio de topónimos.

En toda España, Barcelona, Barcelona a secas, solo hay una, la de los laietanos, pero Barcelona compuesta con complementos, hay varias:

  • Hay un Barranco de Barcelona en Tudela, Navarra.
  • Una Casilla Barcelona en un remoto lugar de Córdoba
  • Un Cerro Barcelona en Boadilla, Madrid
  • Un La Barcelona en León
  • Otro La Barcelona, en Castellón
  • Un Mas de Barcelona en Bujaraloz, Zaragoza
  • Otro Mas de Barcelona en Teruel
  • Hay Morra de Barcelona en Murcia
  • También Punta Barcelona en las rías bajas, Pontevedra
  • Finalmente hay una Umbría de Barcelona en Zaragoza

Casi una docena de nombres idénticos

Pero ahí no se acaba la cosa; hay un monte, Barcelemundo al sur de Álava, una Barcellina y varios Barcelón en Asturias, un Barcelonés en Carabaña, Madrid. Aparte de la conocida Barceloneta de la propia Barcelona, hay otra en Palafrugell, Girona , un Arroyo Barcelón en Asturias y otro Barcelongo en Zaragoza.

Sigue el goteo y se encuentran hasta siete topónimos llamados Barcela y otros siete llamados Barceló…

Son muchos más, setenta y seis los que comienzan por Barce… y noventa y uno los que lo hacen con Barci…

Ahora que recuerdo, el caserío en que nació mi madre hace cien años, se llamaba Barsillones y se encontraba en el Cabo Matxitxako.

Pero también los hay con “zeta”; hasta veintinueve que comienzan por Barz… como Barzolongo, Barzales ó Barzallas…

Y aunque la uve está desterrada –excepto para lo que los eruditos creen que son valles-, aparecen tres o cuatro Varcevillo, Varcilleiros, Varceberos… y un par de Garcelán, Garcelis, donde la “g” ha suplantado a la “b”.

¿Sirve para algo esta introducción?.

En principio para dar la razón a los aldeanos del chiste y para corroborar que los topónimos no se corresponden con escritos de numismática u otras epigrafías, sino que su conservación milenaria en lugares remotos y distantes unos de otros, nos indica que los nombres no pueden ser objeto del capricho ni de la casualidad; que han sido rigurosamente asignados aunque ahora no nos digan nada.

Sirve también para avanzar que los cambios fonológicos no son galopantes y generales como nos cuentan esos eruditos, sino que los nombres son rematadamente estables y que cambian menos cuando la transmisión es oral, que cuando se hace por “vía culta”; es decir, son menos de fiar las cosas escritas que las conservadas en la memoria colectiva.

También sirve para poner en cuarentena a Ponponio y a todos los que han hecho “carrera” inventándose historias a partir de citas mínimas y que a base de ser objeto de conjeturas, fantasías y novelas, acaban “Siendo Ley”. A ver quien niega en los ambientes académicos que Barcelona fue una quinta de Barcino (Barkino) y que degeneró a Barcinona y Barcelona.

Pero este no es un ambiente académico sino un blog, un foro donde se admite la combinación de conocimiento e intuición y se destierra el academicismo en cuanto llegan tufos de dogma ciego.

Yo niego que Barcino el fenicio o griego (según Ptolomeo) pusiera su nombre a Barcelona, primero, porque esa teoría de que los asentamientos heredan el nombre de un caudillo o un patricio, es una patraña. Puede haber algún caso en que el lugar ya sonaba al personaje y los pelotas de éste se aprovecharon del caso (véase Pamplona), pero la ley es que los topónimos den nombre al asentamiento y luego a la ciudad, fortaleza o embalse que se construya allí.

No hay fenicio que haya penetrado hasta Carabaña ni griego que haya navegado a la Ría de Muros para dejar su nombre.

Los nombres estaban puestos, estables y sonoros decenas de miles de años antes de que los comerciantes de Tartesos abrieran caminos hacia Oriente y luego, los de allí tomaran la iniciativa de surcar el Mediterráneo.

El nombre de Barcelona no es de los que están compuestos por lexemas de los que más se prodigan, pero aún así, pasan de doscientos los topónimos españoles que comparten golpes de voz y orden y cuando se trabaje con igual abundancia de datos los países cercanos, la cantidad volverá a multiplicarse, dejando en ridículo las creencia de que un hombre pueda dejar huella en el territorio.

Vayamos ahora al análisis de la Barcelona capital, comenzando primero por la escala regional y comarcal, para ir bajando luego al detalle.

La costa mediterránea entre el Ródano y el Guadalquivir, solo tiene un río verdadero que es río porque su cuenca es muy extensa y capta aguas de los sistemas Cantábrico, Ibérico y Pirenaico.

Los demás aportes de agua son de régimen torrencial porque en la práctica solo recogen aguas en la vertiente mediterránea. Vamos a fijarnos en el Besós y el Llobregat, que son los dos torrentes que acotan por Norte y Sur el territorio de Barcelona. Torrencial significa violento.

El primero con algo más de mil kilómetros cuadrados de captación y el segundo con cinco veces más.

Acerquémonos ahora al solar que comprende la Barcelona de hoy y comprobemos que se trata de un ámbito singular en el que aparte de los dos torrentes citados, destaca la Sierra de Collserola que “cierra” el enlace de ese territorio por el Oeste, para dejar una especie de rectángulo con unos ocho kilómetros entre la línea de cumbres de la sierra y el mar y unos doce entre ambos ríos.

En total el área supone unos cien kilómetros cuadrados; cien kilómetros que hoy se hallan casi completamente urbanizados, pero que originalmente daban lugar a casi una decena de barrancos que derechos cruzaban el glacis del piedemonte de la sierra, creando otros tantos surcos que corrían casi paralelos hasta el mar, descargando en sus últimos hectómetros los arrastres que arrancaban de lo alto en cada temporal de lluvia.

Así como Besós y Llobregat debían de tener periódicamente episodios muy violentos de riadas, a los torrentes de Collserola, con cuencas medias de apenas diez kilómetros cuadrados, les correspondían unas avenidas muy modestas y –además- previsibles por ser lluvia cercana y sentida.

Si a esto se añade la notable protección de la sierra respecto de los vientos de poniente, cualquiera puede entender que ese tramo de costa sería un lugar preferente cuando la humanidad comenzó a cambiar su rutina nómada por la de búsqueda de asentamientos. Foto 1.

Es necesario llegar al mar para explicar que esa costa del mediterráneo, un mar sin marea, es una costa “en emergencia”, es decir, en ella predomina la tendencia a elevarse, aunque esto lo haga a “escala temporal geológica”, elevación que ha coincidido a grandes rasgos con la elevación del nivel del mar desde la última glaciación, hace unos 17.000 años. Quiere esto decir que no ha habido grandes diferencias en el límite de la línea costera en los 7 u 8.000 años de que datan los primeros vestigios de asentamientos encontrados en la zona.

Sí ha habido pequeños cambios, como la del continuo avance de los conos de deyección de los “diez arroyos”, que al llegar al mar se unían, pero que a escala de vida humana pasaban desapercibidos. Esto no ha sido así ni en el Llobregat, donde hay una extensa plataforma con aires de delta, cuya formación se ha acelerado desde que la agricultura descarna los suelos de su cuenca ni tampoco en el Besós, que siendo más modesto y teniendo una costa más profunda, ha lanzado sus acarreos hacia el Sur, promovidos por la tendencia de la corriente litoral.

Antes de que se hicieran las numerosas “defensas costeras”, que como radios de una corona cuajan la Foto 1, ese material comenzó a depositarse hace dos o tres mil años en el pequeño dique de protección que los barceloneses hicieron en lo que hoy es la Barceloneta y que en la foto 2, puede apreciarse cómo estaba en el siglo XVIII y que consolidó y apoyó el primer dique de defensa del puerto.

Foto 2
Antes de eso, los barcos no tenían ni necesitaban puerto. No lo tenían porque en la costa no había ensenadas y no lo necesitaban porque las embarcaciones eran pequeñas y podían varar ayudadas por bueyes en el extenso “grao”, el resalto de la playa a la que solo llegaban las olas en los mayores temporales. Ver dibujo 1.

Volvamos a tierra y a nuestros arroyos que son la raíz de este ensayo. Estos arroyos lineales y paralelos, sus surcos y lomos vistos desde lo alto de la sierra o desde la distancia en el mar se veían como las guitas de una bandurria, como las marcas de las garras de un tigre: claros y definidos.

En Euskera, “lai” es la raíz sustantiva y adjetiva que define tanto un surco, como la calidad de algo de estar hendido linealmente, rayado. “Lai” son las piezas largas de tierra que los caseros vascos vuelcan en su trabajo comunitario (auzo lan) y “laia” es la horquilla de dos pinchos con la que vuelcan las piezas de tierra con gran eficacia. Foto 3.

Foto 3

“Lai eta” significa “varios surcos” y así es como los marinos principalmente llamaban a ese territorio tan singular y conspicuo y “lai eta ena”, es lo correspondiente a “Laieta”, ya que “ena” es el genitivo.

Laietania era ese trozo de tierra según los latinos y Laietana se llama una de las principales calles de Barcelona aunque casi nadie sepa a qué debe su nombre.

Vayamos ahora a Barcelona.

Nuestros aldeanos habían descompuesto su nombre en “Bart ze lo ona”, pero caben muchas otras formas de hacer este desguace, esta disección.

Yo me agarro a la intuición y propongo hacerlo según “Bar sel ona”.

El primer lexema, rotundo e indudable, hace referencia a los arrastres de los ríos que quedan depositados mas o menos longitudinalmente cuando los ríos son rectilíneos; se trata de las barras.

En las barras de los grandes ríos se inició la agricultura antes de que los desheredados tuvieran que ir a hacer claros en los bosques a base de hacha y tea. Las barras tenían materiales sueltos, minerales ricos, falta de competencia y agua cerca, así que no es difícil imaginar lo atractivas que serían las barras de Laieta y que en los interfluvios se construirían los primeros asentamientos en lugares secos, con gran visibilidad y muy seguros ante las riadas.

“Bar”, se refiere a las barras de ribera.

“Sel” es otra raíz desconocida actualmente, pero que hace cuatro o cinco mil años debió de ser muy recurrida. Sel era el elemento circular de tierra que se trazaba alrededor de un polo, de un mojón y que se asignaba a una persona o a un clan, para ser explotado como agricultura y ganadería. Se desconoce casi todo de los seles, porque solo han quedado vestigios en las montañas, pero no hay duda alguna de que empezaron en lugares más fáciles y productivos.

“Bar sel” sería entonces “el Sel de la Barra”.

La calificación “ona” (bueno en vasco) explica que su calidad era lo suficientemente buena como para que un elemento “no estructural”, de factura humana, dejara su nombre a un punto de una comarca que se llamaba “Laieta”; en resumen, Barcelona, con esta disección significaría “El sel bueno de la barra”, una especie de granja que debió de ser tan duradera y especial, que –probablemente- se erigió donde ahora está el barrio del Raval y que ahora (especialmente ahora, con “El Prosés”) está en boca de todo el mundo.

Caben otras explicaciones.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

2 Comments

  • Me encanta, Javier!

    Me gusta también la interpretación del topónimo que hace nuestro amigo Bernat. No se si la has visto.

    Un par de preguntas, que como siempre me haces pensar…

    Podría el SEL evolucionar a significar algo así como asentamiento, caserío, etc…? o por extensión zona de pastos para el ganado, etc…?

    Por otro lado, hay otros topónimos con SEL (por ejemplo, Sella en Alicante) que no son ríos y me parecería muy probable que pudiera tener un origen similar. Sin embargo también hay hidrónimos, como el río sella en Asturias… tendría algo que ver?

    Un abrazo!
    PM.

    • Bernat anda siempre muy cerca de mis interpretaciones; coincido mucho con él y es una persona que «va a los sitios», que siente la toponimia.

      Yo creo que «Sel» es la raíz que ha acabado definiendo a los primeros sedentarios, concretamente a los «seltas», que los romanos llamaban «geltoi» (en Euskera, tendentes a la quietud).

      Con la «ll» hay que pensar siempre en una posible situación previa de «ñ», ya que estas palatales profundas sosn intercambiables. Es curioso que en el semisilabario ibérico no tengamos una eñe…

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