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Benaoján

No hace mucho que Paco Marín me decía que sí, que en Benaoján hay un pozo célebre.

En portada, imagen del Cerco de piedra recrecido, pero de gran personalidad.

La Toponimia es un ámbito que pertenece a los pastores, como el poner nombre a calles y plazas es otro de dominio de militares, alcaldes y sacerdotes.

Las ciudades (desde la primera de nuestro hemisferio, según muchos, Jericó hasta los numerosos “Tell” y a infinitas chinas y mayas), fueron un gigantesco retroceso a la libertad y dignidad humanas, aprovechado  tanto desde la antigüedad por los “personajes mediocres” que tienen una gran habilidad para unirse para sus fines, como ahora para reclutar lo peor de los vicios humanos y crear ejércitos, bancos, mercados y cecas, casas de putas, dioses y órdenes religiosas, llevando a la extinción a las formas de vida más independientes, a los pastores, anacoretas, gitanos y aventureros que admiraban la obra de Dios sin necesidad de intérpretes como lo demuestra el Eusquera con su delicada interpretación y denominación de fenómenos naturales y presuntos influjos divinos.

Un proceso lentísimo, que se aceleró al final como se está precipitando ahora el calentamiento global[1], que no obstante esa aceleración, el desorden sobrevenido no fue suficiente para borrar infinidad de rastros que con esta lengua y el seguimiento de algunos de los puntos que se citan a continuación pueden verse por todos aquéllos que quieran verlos.

Uno a uno o cien a cien, cuando cualquiera de vosotros haya analizado diez o doce mil nombres, llegará al rechazo radical de lo que hasta ahora se ha propuesto basándose en epigrafías, citas, fantasías bíblicas o mitología clásica (producto urbano de místicos de biblioteca) y le será fácil proceder a a revisar nuestro país y los cercanos para recoger cuantos topónimos sean iguales o se parezcan al último estudiado y a su entorno próximo, para analizar sus características y ponderar si su descomposición en lexemas eusquéricos o la existencia de elementos físicos que sugieran una explicación coherente pudiera acercarse a un significado revelador de acuerdo con el método que tras negar como genéricas las explicaciones de consumo del tipo de las citadas,  parte de los siguientes pasos, argumentos y paradigmas:

  • Los topónimos son en general prehistóricos y hacen referencia a condiciones físicas o sistémicas del entorno. Raramente a sucesos.[2]
  • Hay topónimos de escala de continente, de país, de región, de comarca, de lugar e incluso menores.
  • Conservados oralmente hasta hace apenas doscientos años, sorprende que distancias de miles de kilómetros no hayan afectado intensamente a sus estructuras ni fonología aún con un sistema pobre que no puede reproducir todas las gamas de sonido.
  • Los nombres de lugar se repiten con variada frecuencia (sus componentes, mucho más) lo que hace pensar en dos cosas, una, un idioma compartido y otra, una vida nómada que hubo de basarse en la ganadería como sustento central hasta que las fronteras instaladas por el sedentarismo agrario impidieron el movimiento masivo del ganado.
  • El Vascuence o Eusquera tiene un gran potencial para introducirse en las estructuras de los nombres, especialmente el Eusquera arcaico determinado a través de las raíces que se aportan en El ADN del Euskera en 1500 partículas, potencial que aumenta apoyándose en los idiomas cercanos.
  • Tan importante como lo anterior es el recurso a disciplinas y técnicas de alto contenido científico[3] porque este no es un ámbito de dominio de la Lingüística ni de la Arqueología tradicionales que han fracasado estrepitosamente desde el siglo quinto en el objetivo de crear un modelo de evolución, sino un laboratorio en el que el primer hito perseguido es el de “reconstruir” el mundo paleolítico, su Gea, su Flora, su Fauna, su Meteorología y sus sistemas de interacciones que serán determinantes para “invertir” el esquema reciente de la evolución humana que nos han marcado.
  • Aproximados a esa reconstrucción, se ha de ensayar el posible significado de los nombres, partiendo de lo general para ir a lo particular; es decir, no se ha de tomar un topónimo e intentar aplicarle diez, veinte, treinta leyes fonéticas hasta que se aproxime a una imagen latina (u otra), sino que se ha de partir de cuantos nombres iguales o parecidos se disponga, analizando con criterios de Sistema de Información Geográfica sus coincidencias.
  • Hay muy pocos autores que han trabajado de esta manera porque hasta ahora las bases de datos eran modestas e inconexas, como lo eran las cartografías temáticas y retrógradas y el acceso a documentos muy restringido, pero todo eso está cambiando desde hace treinta años y ahora se impone una forma de trabajar científica con mucha información y desterrando ideologías supremacistas como la que se formó en torno al Latín, que han retasado notablemente el avance lingüístico y antropológico, a la vez que han destruido mucha información y han marginado recursos clave para la investigación como el Eusquera.
  • La arqueología clásica sigue siendo necesaria para certificar lo que hubo en un momento y en un punto, pero no vale en absoluto para postular que algo no existió. Además, la arqueología física se practica solo en ciertos entornos (ciudades, cementerios, vertederos, simas, cuevas…), que no son representativos de la forma de vida “ex urbis”. Hay otra arqueología, la de las lenguas, especialmente la vasca, que tienen herramientas insospechadas para mostrarnos valores, conocimientos, sistemas económicos y la clave para conservar el mundo.

 

La Toponimia es un yacimiento enorme de nombres y situaciones repetidos que una vez se “aprende” a leer, muestra tal riqueza descriptiva, que no hay más remedio que reconocer que la transmisión de sus vivencias de estos primeros agentes a los urbanos es lo que ha generado las bibliotecas, que no pueden ser obra de la comodidad traductora y editora, sino del esfuerzo y del razonamiento condensado por generaciones mientras recorrían el mundo.

La obsesión de los estudiosos “intensivos”, los especialistas que quieren saber más que nadie de algún tema, me recuerdan a los micólogos de mi infancia, que me maravillaban con aquellos nombres imposibles de replicar para llamar a las setas, pero salían al campo y se pasaban el día desempañando sus gafas y con la cesta vacía.

La Toponimia es un tablero para generalistas, para personas que, tras disponer de amplios y profundos conocimientos, no desdeñan la intuición. Así, cuando se desata una tormenta porque alguien menciona “Benaoján” y los especialistas apuntan al Árabe, los generalistas piensan antes en el Darija ó Dariya y en el Rifeño, que es como llamábamos antes al Zamaçijz ó Xeljha.

De hecho, en mi diccionario de Rifeño[4], obra iniciada por Pedro Sarrionaindía, vizcaíno de Garai y terminado por Esteban Ibáñez, “bena”, es el verbo construir, que en árabe clásico es muy parecido, “bina” y en Bereber, lo más parecido a “ohan”, está entre “oher”, garduña y “ohran”, Orán, lo que daría poco sentido a Benaoján… El mismo “bena” en el denominado “Árabe Marroquí” se puede asimilar a “ben”, hijo o a “benna”, sabor delicioso y lo más cercano a “ohan”, que resulta “uham”, es un antojo, capricho, de modo que ninguna de estas dos opciones, “Garduña de Orán” ni “Hijo caprichoso” serían los nombres que hubieran podido asignar los soldados escindidos de las huestes rifeñas que acompañaran a los omeyas del Árabe Clásico y se quedaran por ahí no aportan ideas satisfactorias para explicar el significado de Benaojan.

Si se procede a un recorrido por lugares de fonología parecida como Vena del Cuervo, Venadal, Venade, Venafrán, Venaje, Venajo, Venalcalde, Venares (como el indio) o Venagonzalillo, comenzando todos con uve y rebuscan los que lo hacen con be y salen cientos, desde Agerrebena a Zierbena, pasando por Benabolá, Benamor, Benadogh, Benabarre, Benacazón, Benajara, Benalmádena… que los arabistas se azaran por relacionar con antropónimos o cosas peores, dando disparates como:

Benabarre de Aven Avarre, Benacazón de Ben Qassum, Benadalid de Jalid (tribu Bereber), Benalauría de los Banu-l-Hawria, Benade frecuente en Galicia , no saben a qué moro asignar y la dejan para el Vasco “ate”, Benafer hijos de Afer (el africano, como todos), Benafigos de Peña y Fictus, mojón, Benaguasil hijos del visir o Al Wazir, Benamarías de la unión de tres mujeres, una Bena y dos María, que se salvaron de una epidemia, Benaocaz descendientes de los Ocaz y así y con soluciones aún más chistosas, se llenan cientos de páginas de tratados que deberían ser una referencia.

Para el Benaoján de portada, se dividen entre los que se quedarían gustosos con “Los Hijos de Oján” si tuvieran la certeza de que hubo una tribu así en Berberia y los que prefieren “Casa del panadero”. Yo prefiero los segundos, que parecen menos cursis, aunque la solución aplicando la arqueología del lenguaje es mucho más coherente.

La parte final, “oj an”, versión tardía de “ox an”, indica que ha sido un pozo “oj, ox, os” de tamaño extraordinario “an” (grande, apócope de “andi”), como el Pozo Frío del río Gaduares cerca de la Cueva del Gato, el elemento quien ha dado nombre a la población.

En la imagen, Pozo Frío de Benaoján.

Que Gaduares sea alteración de Guad Ares[5] y que aún no haya acuerdo sobre si los Ben equivalen a la Pena gallega, a la Penya valenciana o son una alteración de Bena, mina o cueva con minerales en concentración aprovechable, son cuestiones que tarde o temprano, cuando las academias aflojen sus cerrojos y las informaciones sean compartidas y discutidas con alegría se resolverán.

Benaoján será uno de los ejemplos que abran paso.

 

 

[1] Lo que se llama el “hockey stick graph”

[2] Hay casos como Lutxana, La Mancha o Etna que describen sucesos extraordinarios.

[3] Matemáticas, Física, Química, Agricultura, Ganadería y Selvicultura, Biología y Ecología, Oceanografía e Hidrología, Geología y Geotecnia, Cristalografía, Metalografía, Construcción y Resistencia de Materiales, Navegación, Pesca y Construcción Naval, Organización militar…

[4] Que otros llaman Thamazig o Bereber

[5] “ar es”, cerco de piedra. Ver imagen de portada del río Gaduares.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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