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Bestia, beso…

Entre los fenómenos culturales más persistentes e incomprensibles para la razón está la obsesión cultista de forzar datos y hechos para conceder a latín y griego la paternidad, el origen de voces primitivas, concediendo licencias exageradas, tolerando pasos y evoluciones absurdas y sobre todo, evitando buscar en otras fuentes que “a priori” y siendo absolutamente desconocidas, se consideran bastardas, deficientes e indocumentadas.

Como si el documento escrito fuera una patente de autenticidad.

Todos sabemos que se suele señalar al griego (θήρ) “ther” como origen del latino “fher” y de las fieras (animales predadores agresivos), pero no es tan asumida la pretendida originalidad latina de “bestia” ni de su equivalente “bêlus”, concluyendo -dolorosamente- los afanados en buscar pistas escritas en que “no hay datos fiables sobre el origen de ambos términos”…

Los que usamos el potencial del Euskera para la arqueología del lenguaje, sí los tenemos, pero antes de plantear esta opción, merece la pena recorrer los alrededores y la trayectoria histórica disponible y recrear situaciones en que los fenómenos y soluciones que motivaban a la humanidad eran otros.

Es curioso que el Euskera actual carezca de un nombre genérico para las grandes fieras[1], que son denominadas cada una por su nombre de especie, posiblemente porque en el largo periodo transcurrido desde que su presencia escaseó, se ha dejado de usar la apelación global que solo ha quedado “íntegra” en algunos dialectos, mientras en otros, aparece en nombres compuestos: “izti, iizti”, entre cuyos presuntos neologismos vascos, el más frecuente es “basa izti”, fieras del bosque, voz que no hace justicia a las fieras de tierras abiertas o de espacios mixtos.

Así, “pisti”, que es generalmente usada, parece ser la consecuencia de contracción y ensordecimiento de “bæ iizti”; literalmente, fieras rastreras a partir de “bæ”, suelo, parte inferior y de la forma descrita arriba, se llama en gran parte del área euskaldún a las bestezuelas rastreras (culebras, comadrejas, salamandras….) y otros animales de pequeño tamaño y notable fiereza, que no desaparecieron por la presión antrópica como las grandes fieras.

¿Pero, qué pinta el beso en el título de hoy?…

Puede que algo importante.

Esteban Covarrubias que apenas suele dedicar dos o tres párrafos a la explicación de voces curiosas, consagra nada menos que dos páginas y media al besar, en las cuales recorre desde Judea a Francia  y de Roma al campamento de Jacob o de Grecia a Toledo sin encontrar fuente latina o griega para el beso, que tan distinto suena en su forma general latina “osculum”, como lejana del griego “filí”, para quedarse el clérigo con un “basium”, de uso tardío en latín y etimología incierta, posiblemente derivado de “beza”, forma vasca conservada en algunos dialectos para referirse al acto de domar a un animal salvaje o sosegar a uno doméstico excitado, pero también de tranquilizar y devolver la calma a una persona agitada, intranquila o temerosa.

Una película de finales del siglo pasado, “The horse whisperer”, el hombre que susurraba a los caballos dio lugar a una profusión de casos en los medios de comunicación en que los jinetes besaban y aparentemente llevaban al animal a un estado de satisfacción y tranquilidad, algo que es seguro que a lo largo de milenios de pastoreo ha sido una práctica muy recurrida, algo con un efecto parecido a lo que un beso tolerado provoca en ambos miembros de una pareja, sensación de complicidad, seguridad satisfacción y calma.

Descartado el origen latino y la asunción tardía de “basium”, un recorrido por el entorno ibérico, deja el “bico” gallego, el prtugués “beixu”, el catalán “petó”, pero también “bes” y un poco hacia oriente, el “basgió” corso y el “bacho” italiano, son parientes innegables del beso y hacia el norte, el “s’ambrasser”, mucho más usado que el “baiser”, recuerda al abrazo como ejercicio preparatorio del beso.

Ese “bezo” es el brazo humano en Euskera, símbolo de una coincidencia de dos seres y la forma “bezatu”, domar, tranquilizar, quedar unidos en un abrazo, forma de uso general aunque la deriva de la forma de vida actual, alejada radicalmente de la relación íntima con la Naturaleza, hace que esta terminología quede solo para la literatura.

Es posible que el beso, culminación del proceso de complicidad, se quedara finalmente con el nombre del ejercicio previo de acercamiento, “beza tu”, el abrazo.

 

[1] El propio león, “leo” latino y una veintena de allegados, no significan nada en ese idioma, habiendo de recurrir al “le oi” vasco, donde “le” es mandar, dirigir y “oi” es el hábito, la característica y su combinación determina que ese animal era el que mandaba, el que ocupaba el vértice de la pirámide en algún periodo pretérito.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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