Bronce
Aleación de cobre y estaño que con miles de años de antigüedad sigue siendo útil para viejas y nuevas aplicaciones.
Habrá quien diga que no hay aleación metálica como el acero y que el bronce ha sido superado, pero a quienes nos gusta el estilo “slow”, seguro que el bronce y su versatilidad nos produce una simpatía al menos comparable a la que nos aporta el rey de las tecnologías.
Los etimólogos se pelean por la paternidad de este producto: Los germánicos más ortodoxos, acercando el ascua a su sardina, quieren que proceda de la voz “bronza” que viene a ser algo así como “carbón brillante” ó que su origen sea “brunst”, que en algunos dialectos significa “fuego”.
Los francófonos, tiran hacia el Persa y su “birinj, berenj” y los latinófilos quieren que proceda de la antigua ciudad y puerto del tacón de la bota de Italia, Brindisi (según las crónicas, el Brundisium que fundó Nicomedes), quizás porque allí se desembarcaba el oricalco que procedía de Tartesos para distribuirlo por el imperio.
La pasión está entreverada en estos malandrines de las letras como la grasa en el jamón ibérico, así que sus planteamientos carecen del mínimo componente científico aunque ellos los envuelvan en papeles y crónicas bien datadas.
Se sabe con certeza que ya en el cuarto milenio antes de Cristo había bronce, antes de que se aceptara en todo el mundo la propuesta del danés Jürgensen de que el bronce vino del norte y se extendió hacia el mediterráneo en el segundo milenio.
Muchos creemos que es muy, muy anterior como lo atestigua la uniformidad de su nombre que escrito con distintas grafías, varía muy poco (“bronce, brons, bronse, bronz, bronza, bronze, bronzo, bronaza…”) en las lenguas que habitualmente se comparan, solo con alguna excepción como el “chalkino” (de calcos) griego o el “aes” latino, que nadie ha copiado.
¿Por qué?.
Seguramente porque su nombre es muy anterior y no tiene nada que ver con un puerto ni con el fuego, sino con la propiedad esencial de esta maravillosa aleación que partiendo de dos metales nobles ya muy útiles, mejora y multiplica las propiedades de ambos.
¿Cuál es la propiedad esencial?.
Para saberlo hay que haber fundido o visto fundir metales y comprobar las características del menisco que forman sus bolitas fundidas cuando se depositan sobre una superficie.
El cobre líquido que se obtenía de los trozos nativos encontrados o de la fusión de la calcopirita, se resistía a penetrar en los moldes con formas muy agudas porque su menisco era muy esférico a pesar de los fundentes minerales aplicados, pero cuando se descubrió que la mezcla de una parte de estaño con el cobre del crisol, daba unas bolas casi planas, casi láminas, se inició una etapa dorada para los productos de fundición que ya rellenarían hasta las puntas más agudas de los moldes de piedra o arcilla.
Así, se pudieron obtener láminas muy finas, bisturís y escalpelos, fíbulas como la de la imagen y monedas y toda una suerte de agujas y accesorios: El estaño “aligeraba” al cobre y lo hacía penetrante y duro; seguía siendo forjable, pero conseguía unos filos casi como los del sílex.
Esto es lo que dice la palabra antigua “borro ontze” que se ha contractado a “bronce”, la forma más repetida.
“Borro” en Euskera es la propiedad de aplanarse, de rebajar la altura, de ceñirse al terreno; en el caso del menisco de un líquido o de un metal fundido, es la propiedad que le hace más susceptible de extenderse por un molde.
La parte final, “ontze” equivale a mejorar, así que “borro ontze” es esa mezcla mágica que ha conseguido que el nuevo metal fundido penetre con facilidad y reproduzca los dibujos de ese molde.
Francamente una era nueva que aún sigue vigente con cientos de modalidades de bronce que compiten con otros metales y aleaciones, con plásticos y nano materiales.