Cuerpo o restos de un animal muerto o de una persona insepulta.
Voz repetidísima, casi cotidiana, que los latinistas obsesivos se empeñan en asignar a su modelo y que se halla extendida en casi todas las lenguas latinas, pero no en las germánicas, eslavas, bálticas ni índicas.
La obsesión ya la tenía San Isidoro que ensayaba la explicación tratando de diferenciar entre restos sepultados o no y relacionándolo con el verbo “cadere”, caer y otros posteriores que jugaban a que cadáver era una especie de acrónimo de Caro Data Vermibus, haciendo referencia a la futura “comida de gusanos”.
Otros de obsesión compartida con el Griego y con el invento Indoeuropeo, quieren que la parte inicial sea relacionada con “caer” latino y la final, una alteración de un imaginario “wes” pasado a “wer”.
Cuadraturas de un círculo que nunca podrá rodar porque no se preocupan por encontrar su centro (el Euskera) ni la cinta o compás que ha de trazarlo; la forma de vida pretérita cuando ni la economía ni la acumulación funcionaban como en los tres o cuatro últimos miles de años.
Así, todavía en el Euskera actual, “kade” es la raíz que forma composiciones que siempre tienen que ver con la condición de parada o impedimento; con la dificultad o imposibilidad de que un ser vivo desarrolle su capacidad motora.
La coda, “abere”, es netamente la expresión con que tanto hace milenios como hoy en día se llama a las cabezas de ganado. El conjunto “kade abere” expresa con nitidez la situación en que se halla una res coja, herida o enferma, de manera que no puede seguir al rebaño en su camino.
Algo que hoy en día con el ganado estabulado es un problema menor que soluciona el veterinario o el remolque del pastor en un momento, antiguamente significaba la muerte, la pérdida de esa cabeza, porque los predadores que seguían a los rebaños, daban cuenta de los caídos inmediatamente.
“Kade abere”, cadáver, era una forma muy expresiva de dar por perdida una res que moría por indisposición larvada o aguda, pero no devorada por fieras; es decir, su cuerpo se quedaba atrás y permanecía íntegro mientras se iba pudriendo.
Las personas muertas eran incineradas “in itínere”, porque contra lo que muchos afirman, los nómadas eurasiáticos no enterraban a sus muertos (ver “Reliquia”).