“Cala” no aparece en los diccionarios de Latín, quizás por eso los estudiosos suelen coincidir en proponer para esa voz, un origen prerromano, generalmente celta o ibero. Muchos lo centran en Baleares donde hay una gran densidad de calas y caletas costeras, pero ninguno de ellos se ha dado un paseo por los documentos del antiguo Bermeo pescador y por sus numerosas “kála”, como son llamadas las depresiones o cañones submarinos que bajan desde la plataforma litoral a los fondos abisales como se ve en la carta de la monografía de mi amigo Jesús Urkidi.
Yo tuve el honor de acompañar una fresca madrugada de Abril del final de los sesenta a un viejo merlucero a la Kala Txillo Barku ó Txilimanku, señalada con un círculo, donde comprobé lo difícil que es mantenerse de pie en una embarcación saltarina y lo mucho que sabe del mar, del aire y la tierra un viejo pescador.
Además, en el mundo tecnológico vasco, “kála” es la sentina de un barco, la parte más profunda a donde van las infiltraciones de agua y todo lo líquido o menudo que se escurre entre las tablas o rendijas…, también es “kala” el plomo del escandallo, el ojo de la aguja… y como en Baleares, las ensenadas protegidas de la costa, en fin, varios entornos y conceptos que siempre tienen que ver con algo profundo.
En Castellano, cala es una flor (“cala ó calla” en otras muchas lenguas), flor profunda en cuyo hondo seno solían caer minúsculos insectos que los niños piadosos ayudábamos a salir -con una pajita- de aquel hoyo antes de llevar las flores a la Virgen. Pero ahora que ya Mayo no es mariano apenas se oye ese nombre para la flor, sino que en las últimas décadas, quizás por el efecto del turismo en Baleares y Costa Brava, se escucha esta voz con el mismo significado que en Catalán, Lengua de Oc e Italiano, es decir, ensenada, pero lo que sí existe es el verbo “calar” que se usa preferentemente para el acto de probar la dulzura de un melón o el aroma de un jamón, pinchándolo con un fino pincho o catéter, sin dañar el exterior.
No debiera extrañarnos el que en las riberas del Mediterráneo, un mar sin mareas y por tanto, sin estuarios, no hubiera en la época anterior a la Historia, sino dos opciones para dejar las embarcaciones: En las costas rocosas, la calas protegidas, donde quedaban a flote y en las costas arenosas, los “graos” o resaltos, donde se varaban o izaban con bueyes si existía este servicio y como no es extraño que “l, ll, y” e incluso “i”, se confundan con el paso de los milenios, “kala”, “kalla”, “kaya” y “kaia”, forma esta última con la que en Euskera se llama a los puertos con muelles construidos (a diferencia de los naturales, que son “portu”) pudiera estar emparentada con las ensenadas naturales.
Mirando tierra adentro, “cala” tampoco debió de ser formante extraño porque está en miles de nombres de lugar compuestos, habiendo de rechazar radicalmente la solución Árabe facilona que aparece en monografías sobre Toponimia y en todo tipo de publicaciones de divulgación, donde se resuelve un tema complejísimo con la explicación de que “qalat”, fortaleza, haya dado nombre a los topónimos que contienen el lexema en estudio. Así, historiadores y cronistas se pavonean diciendo que Calatayud es un nombre “reciente”, debido a que había un castillo, quizás de “yahud” (un judío cualquiera), quizás de Ayyub (algo así como un poderoso Job), todo ello sin saber si existieron estos individuos ni a cual de las torres de defensa que se cree que hubo, se refiere, ni siquiera si una torre de defensa o un castillo son los que dan nombre a un promontorio o si este se llamaba así antes como es el caso de infinidad de “castillos” al borde de mesetas y oteros.
Contando nombres de esta línea, aparte de las calas costeras italianas, francesas, maltesas y portuguesas, en España hay miles… hasta unas 3.000 entre las cuales, solo una es Cala a secas; la misteriosa población del Norte de Huelva que cruza una antigua cañada a un paso de la Ruta de la Plata, pueblo curioso que se sabe que fue minero, que Madoz ni siquiera menciona que tuviera castillo, pero que luce un “mini castillo” de apenas un quinto de hectárea que nadie llega a explicarse para qué pudo servir, pero que ha sido “rehecho” con primor con almenas, torreones y portón mirando al pueblo, cuando lo más probable es que en origen no haya sido castillo, sino un cercado de piedra (una “bir iga”, briga) en lo alto de un cerro, donde guardar los ganados en tránsito para protegerlos de los grandes predadores que hace milenios acechaban a los rebaños y que esperaban al descanso para atacarlos.
“Cala”, al final, está solo en un par de cientos de lugares como Barcala, Izcala, Cucala, Yuncala, Carrascala, Fiscala, Oncala, l’Escala, Mariscala… que nos darían para investigar durante un año, en tanto que con “cala” al principio es fácil dar con diez veces más de nombres en los cuales la mitad son compuestos, casi todos ellos en baleares, con alguno suelto en las costas de Galicia, Almería, Cádiz, Murcia…, como Cala Trofeso, Cala do Entremiños, Cala Tomate, Cala Melchor, Cala del Tío Juan de Medina, Calaburras… sin que ninguno de ellos sugiera fortalezas ni castillos.
De la mayor parte de los demás, que suman alrededor de 1.200, dos tercios son compuestos en los que el lexema “cala” es comienzo de la parte calificadora, como “Arroyo de los Calares”… y solo en una pequeña parte, “cala” es un elemento integrado, no complementario del nombre, como en Bacalao, Benicalap, Bocalazuda, Buscalapoyo, Can Calabrés, Carcaladrau, Escalabra, Escalante, Foncalada, Icalardoya, La Calamocha, La Calahorra, La Calavera, Los Calares, Marcalaín, Peña Calabre, Puerto del Calabar, Sacalapiedra, Sacalasmulas, Sacalatierra, Sancalagua, Tajo de Orcalate, Teso Calamorro… y el tercio restante son del tipo Calares, Calabazas, Calabuig, Calaceite, Calafell, Calahorra, Calamocha, Calamoix, Calañas, Calarte, Calasanz, Calasparra, Calatañazor, Calatayud, Calaveras…, material para investigar y que dará para rechazar multitud de explicaciones tan hipercultas como ñoñas que se han dado desde hace cuatro siglos.
En algunos de estos casos, “cal-cala”, se refiere a la roca caliza, como en el pueblo de Escalante, cerca de Santoña, donde el nombre procede del llamativo pico calizo, Montehano o en el Cerro Escalante, entre Puente Genil y Antequera, ambos con sus canteras calizas y su cumbre apuntada, variantes de “haiz kal ande”, literalmente, gran peña caliza.
Este ensayo para “cala”, es imposible de cerrar en un artículo de media docena de páginas, porque quedan muchos nombres interesantes por tratar como Calasparra, lugar seductor como pocos, donde se concentra muchísima información situado hacia la mitad del curso del río Segura, cerca de donde se le incorporan el Mundo y el Moratalla, lugar y nombre que lejos de tener herencias árabes, nos lleva a una prehistoria ganadera con ese “esparr a” que los sabios atribuyen a esparragales, pero que se refiere a ejidos o cerrados donde el ganado se “juntaba”, descansaba y se recuperaba para seguir trashumando como en este Ejido de la Esparragosa en el Norte de Córdoba, nombre que exhibe la repetición de “esi”, cercado.
La terminación “osa”, en este caso, se refiere a la poza en que abrevaban los animales, Ejido, “esi du” de la Esparragosa, “esi barr a (g) osa”, donde “esi” es el cercado, “barr” el interior, el acto de contener y “os”, el pozo.
Además de la forma “cala”, algunos sospechamos que hay otras dos emparentadas, “cara” y “cada” que no llegan a aportar tantos nombres como la primera, pero que están presentes también en Francia e Italia en proporciones parecidas a las españolas (64, 28 y 8 para Francia y 65, 33 y 1 para Italia), lo que corrobora que la forma inicial y la más estable, fue “cala”.
Pero “cala” guarda muchos secretos; el primero, que no siempre se puede diseccionar este lexema de los contiguos. Así, parece que “calar”, la forma más abundante, es una contracción de “kar lar”, donde la “l” ha podido a la “r”, quizás para evitar su repetición y para mayor claridad fonética, significando “prado calizo”, una forma de lapiaz con rocas aflorando entre la hierba, que se repite en muchos de los calares.
Eliminada esta, la forma calabaza-calabozo es la más abundante, encontrándose muy repartida y una gran cantidad de estos nombres coinciden con lugares en que la morfología superficial presenta grandes ondulaciones o grandes hoyos o cuencas a favor de la pendiente como en las Cumbres del Calabazar o en Peña Calabazosa, donde hay infinidad de simas y lagos, un entorno de estratigrafía rocosa (principalmente caliza) subvertical; siendo “kala”, depresión, “kala batzar” equivaldría a “conjunto o reunión de depresiones”.
Tampoco es baladí en información la forma “calam” que en el más célebre de sus topónimos, Calamocha, los arabistas ven como “el castillo del moro Muza” (de Ibn Musa) mientras los locales porfían por un “alimón” árabe-latino a través de “qalat + mocha”, algo así como Castillo Mutilado.
Delirios de fácil contagio por los vicios culturales de siglos, este último, porque un castillo antes de ser mutilado o despuntado, siempre ha tenido un nombre original difícil de perder (además, “motx” es una raíz vasca heredada por el Castellano, con significado de corto, podado) y el primero, queriendo buscar la importancia en los inquilinos, factor irrelevante en la Prehistoria que puso un Cerro Calamocha en la frontera entre Salamanca y Ávila y otro en Cáceres, cerca de Talaván, además de cientos de nombres parecidos como Calamocho, El Calamocho, Los Calamochos, La Calamocha, El Calamochal, El Calamochu, Calamouco, Calamendi, un Calamúa en Villaviciosa y otro Kalamúa en Gipúzkoa… en ninguno de los cuales hay castillos, además de un “Calamuza” como ellos querían para su moro, en una campa entre las peñas de Izki, en Álava.
“Kalamo txa” es uno de los escasos pero contundentes fitónimos que nuestra actividad agraria ha borrado del mapa y que son difíciles de imponer, pero que un estudio agrológico y palinológico podría apoyar demostrando que las riberas del Jiloca eran lugares donde el cáñamo silvestre prosperaba hace milenios. Su significado, “el cañamal” es apropiado para un entorno con menos relieves que otros lugares como Calanda, Calasparra, Calabazas de Fuentidueña, Calaceite, Calatayud o cualquiera de las Calahorras.
Cuando “cala” está al final, solo suelen precederla las consonantes “n, r, s, x y z”, llamando la atención un par de títulos absurdos por excelencia, que aparecen con cierta frecuencia en lugares muy agrestes, Fiscala y Mariscala. El cerro de Fiscala, entre Antequera y Málaga, muestra una cima cuajada de columnas rocosas por la disolución del carbonato a través de las diaclasas, semejando la espalda de un puerco espín y quizás de ahí, de la talla moderada de esas rocas, el nombre “fitx kala”, literalmente, profundidad escasa.
Entre las formas más abundantes, “escala, l’escala”, casi siempre coincidiendo con tramos horizontales en que se muestra la roca subyaciente, formando aparentes escalinatas, a veces de gran extensión, posiblemente de la evolución de “haitz kala”, hendiduras de roca. En la imagen, Barranc Escala en el Pirineo.
Presencia múltiple de “escalas” que sugieren que la propia escalera primigenia pudo ser una talla de escalones en la roca: “Haitz kala”, quizás sin la perfección de esta escalera sajona de época histórica, pero que pudieron permitir trepar por cantiles.
O en el caso del pueblecito soriano de Oncala (al fondo en la imagen), donde las laderas del Monte Cayo, perfectamente “urbanizadas” por milenios de pastoreo, se ven como auténticas laderas abancaladas de una anchura adecuada (menos de 20 metros) para que los rebaños pasten siguiendo los escalones, sin dispersarse “on kala”, la buena explanación. Una imagen digna de mérito por lo que supone de aprovechamiento sostenible de los recursos naturales.
No se puede dejar sin tratar la cincuentena de lugares en que las modas lingüísticas han cambiado la ortografía, así que en los territorios vascos y navarros, aparecen “kalas” en la costa y en las cumbres, que con otros interesantes procesos ocultos, se recorrerán en otro ensayo.