Estado de quietud de la atmósfera y de la sociedad o de cualquier sistema.
No hay la menor discrepancia entre los sabios de las lenguas para asegurar que la voz griega “kauma”, achicharramiento, bochorno, es la que permitió la mutación de la “u” en “l” para llamar de forma tan parecida a esta voz compartida por todas las lenguas latinas (“calm, calma, calme, calmu…”) y por varias germánicas, aunque los griegos (marineros ellos…) la desconozcan y usen profusamente “irenia”.
Las dudas se multiplican si el investigador se sumerge en el subcontinente indio (de donde nos aseguran que llegaron griegos y arios) y comprueba que allí casi no hay diferencias; todos dicen “santa, shant…” para referirse a lo que nosotros llamamos calma.
¿Cómo es posible que una decena de lenguas latinas y varias germánicas obtengan “calm..” de “cauma” en tanto que los griegos ignoran tal concepto y los de los cantos védicos andan tan lejos?.
Veamos qué es la calma y sobre qué grupos humanos podía incidir tan apacible estado.
Primero, analizar la calma ambiental, esa que ahora llaman los meteorólogos “pantano barométrico” y que en este mundo de prisas, de motores iónicos y de óxidos de nitrógeno, casi nadie ha experimentado durante dos o tres días seguidos.
La calma atmosférica es menos percibida en tierra, donde las formas, las cubiertas y las cotas, crean gradientes de forma natural, pero quien haya navegado a vela; ¡solo a vela! y le haya pillado una encalmada nocturna en plena travesía –aunque solo sea de cuatro o cinco horas- entre Bilbao y Olerón, recordará para siempre la desesperación del barco “clavado”, el bamboleo de la botavara con su vela flácida y el golpeteo de las drizas en el palo; el silencio total y la imposibilidad de dormir como presagiando algo.
Es que la calma es verdadera calma solo en el mar.
Si los navegantes no son cuatro “niños bien” que a finales del siglo XX se van a hacer “entrepot” a dos días de navegación en un barco de lujo en el que basta con tocar un botón para que cien caballos diésel se desboquen, sino un grupo de pescadores neolíticos de vuelta a casa en su chalupa de cuero con velas de tripa de ballena, no es difícil imaginar sus cavilaciones pensando cómo se resolverá la situación.
Porque “ka ahal ma”, sin mutar sonidos ni hacer trampas, es una sentencia grave, que compuesta por la raíz adjetiva “ka”, cosa maligna (la misma ka de Caín, el que hace mal), “ahal” indicio de potencialidad y “ma”, generador, agente causante, nos viene a decir que calma equivale a “lo que puede traer el mal”.
Y es que no en balde sentencia el refrán “tras la calma viene la tempestad”. Eso es lo que barruntaban nuestros antepasados tras días de ausencia de movimiento del aire.
Yo solo lo he vivido una horas, pero debe de ser sobrecogedor soportar varios días esperando con angustia cómo se resolverá la llegada de la furia.