Bolita de cristal, cerámica u otros minerales consistentes, que a lo largo de la historia ha servido para diversas utilidades y juegos.
Cuando yo comencé a fijarme en las cosas, las botellas de gaseosa ya venían aparejadas con el cierre de alambre, gres y anilla de goma que ha sobrevivido hasta que esta desgracia del “polietileno para todo” ha impuesto los horribles tapones de rosca y un solo uso para muchas de las bebidas gaseosas.
Antes, unos pocos años antes, el cierre de las gaseosas era sencillísimo y artesano: Una canica de cristal que la presión del gas empujaba contra la boca, cerrándola herméticamente.
Aparte de eso, todos los niños llevábamos canicas en los bolsillos, canicas que sacábamos de su nido calientes para jugar, canicas que limpiábamos tras cada sesión y que a veces perdíamos amargamente por un mal juego…
También se llamaba “canica” a un tipo de uva totalmente esférica de pellejo duro… y al estado de los tipos que al emborracharse se caían rodando…
¡Ya no hay canicas y esta voz ni siquiera aparece en los diccionarios baratos y las explicaciones académicas sobre su origen hacen llorar!.
Lo oficial es que este nombre tan personal, viene del Neerlandés “knikken”, cercano al “knicken” de los alemanes, que significan aplastar. Las carencias de nuestros sabios les llevan a concluir que las canicas se llaman así, porque los niños que juegan con ellas, “aplastan” y destruyen las ajenas cuando el jugador pierde…
Hay que entender que quienes durante milenios hicieron canicas, carecieron de nombre para ellas hasta que los niños inventaron un juego en el que había que aplastar al enemigo…
Es delirante que algo así, como la conjunción de ignorancia, prepotencia y vanidad, pueda tratar de “crear opinión” en los lectores del DRAE.
Aplastar una canica no es tarea fácil. No lo es, porque las de vidrio son muy duras y las de arcilla, siempre han estado cocidas (a veces vitrificadas) y no es aplicable la sugerencia de los sabios de que eran bolitas blandas de arcilla amasada…
La pérdida reiterada del juego solía llevar a tener que entregar la canica al vencedor. Nada mas.
Antes de llegar a las propuestas sobre el origen de este bonito nombre, es conveniente saber que no hay lengua en el entorno europeo en la que se llame a las bolitas de jugar de igual manera que en el castellano.
En efecto, el propio Catalán que suele ser la lengua más cercana, las llama “bala”, el holandés (nada de Knikken), “marmer” de forma muy parecida a todas las demás lenguas, desde las indias (marbela, marbala, maramar, maramara…) a las germánicas (marmor, marble, murmel…), las latinas (marmaru, marbre, mármore, marmo, marmura…), tendencia de la que no se libran ni las lenguas eslavas ni el Griego (marmaro), en tanto que solo Euskera y Castellano usan “canica-kanika”.
Cualquier conocedor de las industrias prehistóricas sabe que nuestros antecesores modelaban y cocían bolas de arcilla para sus hondas cuando viajaban por lugares con escasez de guijarros. Sabido esto, ¿puede alguien dudar que cocieran algunas bolitas esféricas para sus niños o cuentas de collar para sus jóvenes?
Las bolas de arcilla cocida han sido un producto habitual entre los pueblos pastores, pero ahí no acaba la historia; la naturaleza también ha creado figuras esféricas de mil escalas distintas en algunos lugares “escogidos” de la tierra. Quien esté interesado puede darse un paseo por cualquiera de las páginas dedicadas a “clay concretions” y se sorprenderá de ver bolas gigantes como las de Bosnia (en la primer fotografía) y otras diferentes en Canadá, Japón o Kazajstán.
Yo me siento muy afortunado, porque allá por 1991, en un viaje por tierras valencianas para redactar una Evaluación de Impacto Ambiental, estando en un alto calizo (Alt dels Cargols) cerca de la población de Barx, se me ocurrió mirar en una de las infinitas oquedades del inmenso lapiaz y en una ollita del tamaño de una taza, había una preciosa piedra marrón casi esférica que guardo con mimo desde entonces.
Debí seguir mirando y volver con una docena de bolas, pero la emoción me distrajo y seguimos la ruta, yo con mi tesoro en el bolsillo.
Desde entonces he preguntado a muchos amigos geólogos y todos me han hablado del fenómeno de las concreciones en torno a una brizna o una pieza orgánica, pero apenas le daban importancia por la poca relevancia económica… Yo me negué a romper mi canica para ver si se había formado en torno a una semilla o un diente de musaraña.
Creo que el agua de lluvia durante procesos torrenciales ha ido disolviendo la cal –que se iba con el agua desbordada- y dejando la arcilla en el cuenco, arcilla que por alguna extraña ley se iba concentrando y litificando.
El caso es que yo tuve la suerte de dar con una canica natural, bolita que es muy dura, rueda muy bien y cualquier día me animaré a analizarla, aunque a cualquiera de más de setenta años le parecería una de las “canicas baratas” de la posguerra.
Mi impresión es que este tipo de concreciones, se exfolian ante una presión elevada y –tal como se ve en la primer fotografía- las grandes se exfolian como una cebolla.
Aquí es donde entra el Euskera, porque la raíz “kan” cuando es adverbio, señala la parte exterior de algo, la envoltura y “ika” es la forma de llamar a una callosidad, a una superficie dura, de manera que “kan ika” pudiera ser la descripción del descascarillado, una forma de diferenciación de las bolitas cocidas, con una masa isótropa respecto de las naturales, nacidas a partir de capas superpuestas.