Recipiente para trasiego de agua o vino que se caracteriza por tener un cuerpo redondeado y un cuello cilíndrico con un brocal uniforme, sin hendidura alguna.
Si se busca origen al cántaro, lo único que aportan las fuentes oficiales es que se tomó del nombre griego de los escarabajos, “kantharos” de donde mutó a la forma latina “cantharus” y a “cantharis-idis” (gorgojo) dejando a la alegre interpretación de los inocentes buscadores la relación pitagórica que pueda haber entre un cántaro y esos dañinos coleópteros.
¡Ninguna!.
Y es que el repaso de las lenguas cercanas tampoco aporta gran cosa aparte de que los catalanes le llamen “cantir” o que los daneses le digan “kande”, como voz más cercana, ya que los propios griegos se han debido olvidar de los escarabajos y le llaman “stamna”…
Tampoco nada en Latín ni en el Italiano –que suele ser sugerente-, donde le llaman “brocca”, lo que nos recuerda al brocal de un pozo o en el Gallego que le llama “lanzador”, vocablo que nos dice algo diferente que lo relaciona con su forma de verter, algo distinto a la jarra (“pi xarra”) que a diferencia de este, solo vierte por su pico…
Quizás ahí esté lo esencial de la explicación a través del Euskera “gand, gandu” que equivale a rebosadero, rebosar, verter, raíz que se encuentra en las “gándaras” o manantiales de rebosadero en medio de llanos formados por ellas mismas…
Si el paso posterior ha sido a través de la desinencia “eró”, que hace de generalizador, de sufijo condicionante, referido a ese vertido indiferenciado, pasando de “gand eró” a cántaro con ensordecimiento a “t” y su “fosilización” por este Castellano tan reacio a los cambios y si el nombre pudo venir de esa función indiferente o si lo hizo a partir de la descripción de su forma “gan tarró”, parte superior cilíndrica, porque “tarró” equivale a cilindro y esa erre se suavizó, queda pendiente de seguir analizando.
En las imágenes, las dos posibilidades; de cualquier manera, un diseño soberbio y eficaz.