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Cantil, castil, dátil, grátil, mástil, pretil…

¡Parco es el surtido de palabras primitivas que terminan en “til”; apenas media docena, pero cada una de ellas tiene un valor semántico y de investigación importantísimo!.

¿Qué tienen en común el cantil o borde de un acantilado con la raíz que dio vida a los castillos, con los nutritivos dátiles de Elche, con el remate de relinga superior de una vela, con el mástil que la soporta y con el pretil que los sabios quieren transformar en petril?.

Antes de meternos en harina con la primera, veamos lo que dicen los sabios de guarnición para explicarnos estas voces; aunque ellos saben de sobra que a esas rocas de borde, en Latín se les llama “rupes”, no se resisten a dar su sentencia y dicen que el cantil deriva del Latín “cantus”, asombro, porque la gente se asombra al asomarse a un cantil…

Para el castil, apócope de castillo se salen -igualmente- con que viene del Latín “castrum” a través de “castellum”, pero sus parientes hipercultos de Francia, Inglaterra o Italia, insisten en lo mismo y tanto el “château”, como el “castle”, el “castelo”, tienen -según ellos- el mismo origen

Otrosí con el riquísimo y nutritivo dátil…¿No te h… que les parece un dedo y por eso dicen que deriva del Latín “dactylus”, a partir del Griego “daktylos”?.

Solo lo llamamos dátil en Castellano y Catalán y los propios árabes le llaman “tarikh”.

Del grátil que los amantes de la navegación a vela usamos a cada momento, los sabios no dicen nada, porque nada encuentran en sus chuletas de referencias… es un término marinero, dicen, como si eso no mereciera ser estudiado.

Para el mástil (que también es término marinero), aunque Covarrubias lo veía latino, no se fían de tan largo salto y se van a Francia para encontrar que en el “francés antiguo” había un “mast” que quedó en “mât”, les parece bien y se lo quedan, aunque sospechan que como los franceses navegaban poco, el nombre pudiera venir de los Países Bajos…

Habrán oído decir a Alberto Santana que en tiempos de la llegada de los romanos, los vascos solo entraban al mar hasta las rodillas y se lo habrán creído porque iba bien con sus paradigmas y por eso no han investigado en el Euskera…

Y con el pretil, lo mismo, quieren que sea de piedra y que comience por “petr…” para que les cunda la ecuación, pero va a ser que no.

Veamos los razonamientos, pero antes es necesario recordar que en Euskera, la raíz “til” se refiere dualmente a dos ideas relacionadas con la altura: Lo elevado y lo colgado, siempre con aspecto vertical.

Así, el cantil no es mas que un ensordecimiento de “gan til”, la parte superior, lo de arriba, vertical, como son muchos de los bordes de los acantilados en sus metros superiores, que luego las gleras, pedrizas o canchales transforman en cuestas, como en esta imagen de la Bureba burgalesa en la que algunos pueden asombrarse, pero otros la disfrutan, siendo la predominancia semántica la que da una descripción racional, no las fantasías de los lingüistas, mucho más ignorantes que muchos pastores.

Los cientos de “castil, castilla, castillán, castillar, castilleja, castilléjar, castillejo, castillete, castillico, castillín, castillito, castillón, castillos, castilruiz”… las dehesas de castillejos, las Castillas y los plurales y las formas articuladas de las anteriores versiones, los más de trescientos “castillo” a solas,  los más de doscientos Cerros que llevan derivados de castil, los innumerables morro, peña,  pico, rambla, saso, sierra, tossal y numerosos nombres graciosos que llevan “castillo” donde no hay tal construcción sino solamente unos farallones rocosos más o menos espectaculares como el de Orbaneja del Castillo (en la imagen siguiente y de portada), donde ni hay ni hubo castillo, nos traen un mensaje radical muy distinto a la ñoñería hiperculta, épica y opuesta a la ciencia que relaciona esos nombres con castros.

El castil original era en realidad una frase compuesta por “kas”, idea de forma ortogonal, cuadrilátera (la que ha dado origen a la caja, que no es variante de “capsa”, cáscara redonda) y de “til”, señalando a las formaciones típicas de calizas dolomíticas y otras rocas con fracturas y diaclasas ortogonales que las hacen parecer grandes sillares.

Para el dátil, la explicación es igual de breve y contundente; nada de dedos, un dátil se parece a un dedo como un dado a una bola, en el tamaño.

“Da” es una raíz potente relacionada con cuestiones tópicas y existenciales, viene a decir que “hay y está”. Si esto se combina con la abundancia desafiante y única de las ramas de palmera cuajadas de quintales de frutos colgantes, cualquiera puede ver que el nombre del fruto no puede ser más adecuado: “La abundancia colgante”.

Igualmente breve es la explicación para el grátil, la soga que encinta la parte superior de una vela haciéndola solidaria con la verga y describiendo su función física, el tiro de la fuerza del viento desde el pujamen, la bolsa de lino hasta la verga y el mástil para arrastrar al barco: “garrá”, arrastre; “til”, elevado y colgante.

En cuanto al mástil, si los académicos se preocuparan de conocer los modelos navales, sabrían que en las antiguas chalupas[1] (de “txa”, protección, cáscara protectora y “lopa”, la de mayor tamaño), el mástil era desmontable y se llamaba “mast”, mudando su nombre a “mast til” (poste enhiesto) cuando en embarcaciones mayores, pasó a ser solidario y no desmontable.

Para terminar el pretil, cuya referencia más antigua estaba junto al puente de Piedra de Zaragoza entre los ríos Huebra y Ebro, conocido como “de San Lázaro”, no era sino una mota de tierra pisada, un terraplén como los que los antiguos aplicaban para diversas funciones, desde controlar al ganado combinándolo con zanjas donde no había posibilidad de crear bardas, hasta evitar que las frecuentes riadas arrasaran sus exiguos huertos de ribera (“u erta”, borde del agua, nada de “hortus”, jardín en Latín).

El pretil no es -en origen- una pared de mampuestos, sino un terraplén, una obra de tierra selecta apisonada capa a capa para que resista la corriente del agua y ese es su significado: “perre”, apretado, “til”, elevado, un muro verdadero que se usó durante milenios.

[1] Que no vienen del Francés “chalouppe” sino del Euskera “txa lopa”.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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