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Cantina

Casi todos han olvidado que la cantina era un recipiente de cinc o madera en el que se llevaba desde leche hasta aguardiente y que hizo famosas a las “cantineras” que en primera línea del frente llevaban un trago a los soldados.

Cualquiera que busque la etimología de la cantina portátil en los recursos habituales habrá de renunciar a su propósito porque la única cantina válida es la que se identifica con una pequeña bodega y –ya desde el siglo XVII- nuestros eruditos quieren que sea originaria de Italia, bien porque los italianos dicen “cantarina” por estar en ella los cántaros, bien porque en Creta (antes Candia), donde iban a abastecerse los romanos hay buen vino, porque “canto” les suena a piedra picada a pico para ser horadada o por cualquier otra ocurrencia que con tal de haber sido escrita ya merece hacerse un sitio en ese limbo absurdo en el que se ha transformado la cultura (con minúscula).

Toda referencia disponible incluso en el DRAE se queda en “recipiente de forma cilíndrica con boca de diámetro igual o menor que el del cuerpo y provisto de tapa, para guardar y transportar leche” y hay que ir a la iconografía para rescatar a las cantineras y con ellas a la cantina, aunque las cantinas del siglo XIX, como la que luce la cantinera y heroína chilena de la imagen, ya se parecían mas a los barriles de los “sanbernardos” suizos, que a la cantina original.

Yo aún conocí cantinas de cinc con su boca casi tan ancha como el cuerpo hundidas en hielo, en las que el heladero batía con una gran cuchara la crema de leche con vainilla para hacer helado y de vez en cuando se chupaba el dedo…

“Gan”, que a veces se transforma en la versión sorda “kan”, es el borde superior de algo, el perímetro sumo y la desinencia “iná, iñá”, tantas veces citada, es el participio verbal correspondiente al verbo previo, de manera que “gan (t) iná”, donde se da el mecanismo de introducir una consonante dental tras una palatal para mejorar el tránsito sonoro, redondea la sentencia que describe la cantina como donde el chorro no surge por un grifo o espiche ni se introduce un cazo en el recipiente para sacar el trago de agua, sino que se derrama por la amplia boca.

Es algo así como “la que rebosa”, la que vierte por labio, tal como la imagen siguiente, donde el “régimen laminar” del líquido en movimiento, ayudado por la forma del “cauce”, crea una alfombra concentrada del líquido vertido, que es fácil de controlar y dirigir a un vaso o a otro recipiente.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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