Portada, Castro de Elviña. Lacoruña.
A lo largo de años escrutando y analizando etimologías de palabras corrientes, diría que es “castro”[1] la que menos dudas plantea a los expertos y la única que se encuentra con solo ligeras variaciones en todas las lenguas europeas e incluso en varias de las védicas.
Como el lema cultural dice, “castro, origen romano”, es cómodo quedarse con la copla y repetirla, porque la aparente obviedad evita incluso el que haya que explicar que la contundente capacidad de organización militar romana llevó en pocos siglos su forma de hacer a todo el mundo mediterráneo y – a veces- pasando allende el Danubio y con ella, su artificio imposible de replicar por otros menos sistematizados, la castra o campamento montado en pocos días, una premonición de las bases U.S.A. del siglo XX .
Pero si se profundiza, las explicaciones oficiales plantean serias dudas desde el principio porque por un lado se define el castro como “un poblado fortificado, por lo general, prerromano…”, muy abundante en España desde el siglo VI antes de nuestra era y que habitualmente se edificaba en la cumbre de colinas o en laderas bien orientadas o cerca de la costa, abundante sobre todo en Galicia y Asturias, pero que se repetía en todas las regiones que disponían de una orografía adecuada, siendo su abundancia y densidad, claro reflejo de que los castros debían tener una vocación económicay general, no militar y selecta.
Ver en las siguientes imágenes castros reconocidos en Galicia y Asturias.
A diferencia de los castillos, construcciones en altura, los “castrum, castra” latinos, campamentos militares de las avanzadillas del ejército romano, se implantaban en zonas llanas, no escondiendo, sino mostrando su presencia poderosa como el dibujo siguiente.
Los “castra” necesitaban “buena conectividad”, pero no basaban su eficacia militar o castrense en lo adecuado del emplazamiento ni en la consistencia de sus muros, ya que solían tener una simple empalizada que junto a las picas clavadas en el exterior hacía de primer barrera para un posible ataque, sino que la verdadera barrera que protegía a los oficiales y al tesoro que se guardaba en un foso provisional del Cuartel General o “Principia” eran los barracones de los legionarios que formaban un cerco formidable, por eso, no hay que pensar en los castros como unas fortificaciones impresionantes de gruesos muros, altas murallas y torres defensivas, sino como centros neurálgicos de poder de ataque o represión en los que los raros casos de agresiones del exterior se resolvían con celeridad y holgura, pero, “intramuros”.
Algunos “castra” se prolongaban en el tiempo y entonces, el recrecido y la fortificación de la empalizada podía ser una solución pasiva para una prolongación indefinida del cuartel, pero en origen, no eran -en absoluto- ejemplos ni modelos de las “arx- arcis”, fortalezas o ciudadelas sólidas en ciudades o lugares estratégicos (como Regensburg, por ejemplo; ver los restos de su Puerta Pretoria junto al Danubio)
Es evidente que en la cultura occidental no ha habido un interés especial en descubrir el origen de los nombres, porque se suponían tan avanzadas la cultura y lengua latinas, que nadie que esperara algo del “sistema” ponía en duda cuestiones de tan poco recorrido, así que no solo se han mantenido inamovibles las lamentables decisiones cultistas del Renacimiento, sino que todos los entes culturales , institutos y academias se han copiado mutuamente las placenteras explicaciones, resultando que cualquier recurso a las etimologías que circulan lleva al mismo origen, donde la voz inicial “castrum” asignada al Latín, se pierde y carece de explicación.
No la hay porque la escasez de voces latinas que podrían apoyar la latinidad del castro es categórica, limitándose a la castidad “castus” y a la “castanea”, que tienen poco que ver con los campamentos, circunstancia que brinda a los investigadores un motivo para buscar otras posibles fuentes.
En este punto hay cuestiones que la Lengua Vasca puede ayudar a comprender, por ejemplo el lexema “kax”, que empezó designando lo mismo a una grieta como a un golpe de talla, a una oquedad mineral natural (también un cráneo) o a las fracturas de corte ortogonal en algunas calizas y dolomías como las de la imagen siguiente, acabó usándose para llamar a un cofrecito de alabastro o de tabla en la antigüedad, tanto que en aquel mundo, ni la caja como se ha conocido en los siglos recientes, ni la casa de los últimos milenios con construcción a base de planos y ángulos rectos, eran elementos útiles ni imaginables, resultando que el sonido “kax” fue aplicado también a las cajas. Caja, joyero egipcio.
La caja, inicialmente pequeña en la que se guardaban reliquias, ceras olorosas o rarezas, aumentó de tamaño y pasó a proteger joyas, imágenes, dulces o dinero… y cuando se hizo grande, dio un salto para ser refugio de trapos, entretelas, forros y gasas si era de sastre (cajón) o útiles y herramientas si de artesano, pero caja o cajón siguieron siendo siempre algo doméstico; nadie pensaba en cajas cuando el transporte se hacía a lomos de semovientes y los sacos, zurrones y mantas llenos de mercaderías se cargaban y descargaban cada jornada de viaje apretándolas como los bebés rusos, los líquidos iban en botas o bodes y las telas enrolladas.
La caja rígida no podía competir con cestos y canastas y no consiguió un lugar en el transporte hasta que la guerra dejó la avancarga por los cartuchos de pistón, la pólvora abandonó los barriles y el tabaco se hizo moda y venía “estanco” en cajas herméticas desde América.
Imagen siguiente, caja de cartuchos y primer “box” o container.
Como todo en esta sociedad tecnológica, en siglo y medio las cajas crecieron tanto que a mediados de los cincuenta nació una gran caja de metal que resultaba muy práctica para la logística de la guerra y las cajas de madera ya no han vuelto a ser necesarias ni añoradas, aunque vuelve a haber cajitas preciosas, como hace miles de años y la “caja” ha extendido su nombre a muchas nuevas funciones.
Pero de esta caja, que hace cuatro siglos aún se llamaba y se escribía “caxa”, Sebastián Covarrubias, confirma en su definición la función para guardar cosas preciosas, aprovechando -como mandaba su paradigma latino- para manipular en lo lingüístico, evitando decir que no viene de la “theca” latina como debiera en lógica, sino del Griego “capsa” (cápsula, cuando todo el mundo sabe que su nombre griego es “koutí” y que las cápsulas son redondeadas), solución que aún repiten algunos diccionarios que ignoran que viene del vasco.
“Kax”, con esa vocación de ortogonalidad que tienen las cajas se hizo común cuando la edificación dejó los económicos círculos de chozas y chabolas para construir casas cuadriculadas con vocación de ciudad, surgiendo el nombre “kax a”, que ni viene ni tiene nada que ver con la “câsa ae”[2] latina que era una choza de pastor de ramas y sin una geometría definida sino una extensión de “kax”, cuadrilátero con aspiración de verticalidad.
Si a este “kax” le añadimos el lexema “til”[3], que significa extensión hacia arriba, vertical, se entra de lleno en otra magnitud de formaciones y edificios, que son los “kas til”, abundantísimos en la España de cerros terciarios, morros de muchos de los cuales, forman estrechas atalayas rocosas llamadas “kastil, kastel” mucho antes de que en algunas de ellas se aprovechara la piedra “semi labrada” para hacer garitas[4] de observación del movimiento de la fauna y luego, castillos por centenares.
Así que no resulta en absoluto extraño que ciertas geografías estén llenas de “castillos” naturales y variantes como las que se citan más adelante y que junto a la escasez de voces latinas que podrían apoyar la latinidad del castro, debería brindar a los investigadores un motivo para buscar otros posibles orígenes.
Con la abundancia de ejemplos que se citan a continuación, es justo empezar por los castillos, construcciones tildadas por los sabios parciales como “copias” de los castros en lo físico y en la denominación que aseguran procede de “castellum”, variante y diminutivo de “castrum”.
Y echar mano -de una vez- a la Toponimia que nos puede servir de aperitivo para desarrollar otras explicaciones posteriores; por ejemplo, saber que en España hay casi 4.000 lugares que llevan la seña familiar de los castillos, de los cuales, unos 1.400 se corresponden con castillos o restos de ellos[5], pero la mayor parte no tienen nada que ver con edificios militares, como en Alto Castillo, Alto de los Castillones, Barranco de Castilla, Cabeza del Castillo, Dehesa de Castilserás, El Castillar, Fuente Castillo, Garró del Castillo, Hoya Castillo, La Hoz de Castillo, Maricastillo, Navacastillo, Orbaneja del Castillo, Peña Castil, Quinto Castillejos, Rotaloscastillos, Sierra Castillo, Teso del Castillo, Val de Santacastilla, etc. etc.
Un ejemplo soberbio es el pueblito burgalés de Orbaneja del Castillo, donde jamás hubo castillo alguno y la apelación castelar se debe a las rocas calizas que coronan el borde del páramo, cornisa en las que ya solo queda un hueco entero, pero antaño debió de haber varios entre cada par de columnas que aún quedan, siendo su nombre original “kat sillu”[6], es decir, “secuencia de huecos”, que los siglos han mutado “ligeramente” a “castillu” y “castillo”.
Después de la toponimia es saludable rebuscar en el euskera antiguo y en la significación de raíces como “kax” y “oro”.
“Kax”, que actualmente puede confundirse con “kas”, entidad y con “kaz”, capacidad, cabida, tiene que ver con la verticalidad, especialmente cuando esta se ha conseguido mediante la acción humana, por ejemplo, en muros y paredes, pero posiblemente antes con motas de tierra, adobe o tapial. La búsqueda de una sonoridad amigable y fácil hace que consonantes dentales como “t” y “d”, se introduzcan tras otras como la “s” y “x”, así, de “kax oro”, (todo kax), que indica construcción lineal completa o cerrada, con la adición de una “t” se creó “kastro”, voz que algunos investigadores avisan de haber rastros en el Osco, siendo, por tanto anterior al Latín.
Esto no sería en absoluto extraño, porque todas las lenguas mediterráneas occidentales eran-al menos en el léxico de corte eúskaro
Tampoco hay coincidencia alguna formal ni dimensional, porque el castillo casi siempre implica obras ciclópeas y su aparente desinencia “illo” no es un diminutivo ni una versión pequeña de los “castrum” pasando por “castelum”, sino que viene de la combinación de “kax”, obra o paramento ortogonal, “til”, raíz que se usa para referirse a algo vertical y esbelto con “o” de grandeza, condiciones todas que cumplen gran parte de los topónimos que abundan en bordes de páramos y de roquedos cortados y la totalidad de los castillos guerreros.
Pero esto no se limita a España; en Malta hay Plaza Castile; en Francia, un lugar llamado Castries se explica porque hubo un castro romano y lo mismo se dice para Castres (Tarn), donde se quiere creer que hubo una Castra y sobre ella se edificó una abadía benedictina, pero hay muchos más Castille, Castilly, Castillón, Castillonnes, Belcastel, Castel, Castell, Castell dels Moros (les Cluses, Rosellón, imagen de restos del cimiento sobre rocas similares), Castella, Castellar, Castellare, Castellet Castellane, Castellar, Castellu, Cascastel y cien formas o variantes más, con numerosos ejemplos como Castel ar Roch (imagen siguiente en el extremo occidental de Bretaña), donde no hay castillo alguno, sino rocas verticales.
En Italia y Portugal, parecido; hay cientos de Castiglion, Castiglioncello, Castiglione, Castilenti… y muchos más con “e”, Castel, Castello, Castelle, Castellazzo, Castelbellino, Casteldaccia, Castelfidardo, Castellana (gruta), Castellar, Castelpetroso, Castelbrando… siendo llamativa la cantidad de montes con sobrenombres como Brancastello, Castel Giudeo, Castelat, Castelberto, Castellaro, Castelletto, Castello, Castelnovo, Castelvecchio… Castelhana, Castelhano, Alto do Castelo, do Castelhino, Castelâo, Castelo…
Como resumen, caja, casa, castillo y castro, tienen un mismo origen, pero no es el que nos cuentan de “nacimiento súbito”, sino producto de un proceso semántico fácil de seguir y entender usando el euskera.
[1] En sus formas “kasturu, kastra, castre, kástro, kaastro, kyastro…”
[2] Las interminables discusiones de “expertos” que porfían entre hebreo, griego, latín e Indoeuropeo, terminarían con un vistazo al euskera.
[3] “Til” que está también en el mástil, en el pretil, en el cantil… todos ellos elementos esbeltos.
[4] Garita, que no viene del Occitano “garire”, proteger, sino de “gar”, posición superior e “id”, tipología, modelo, esto es un observatorio, no un lugar de cobijo.
[5] Bajo los cimientos o ruinas de casi todos ellos yacen estructuras rocosas como las descritas.
[6] “Kat” equivale a serie, secuencia y “sillu” es una de las variantes de “zül”, hueco, agujero.