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Celta y Celtíbero en la Red 2)

Siguiendo con el compromiso de hace unos días, hoy toca estudiar media docena de voces de las que figuraban en la lista de ejemplos de origen celta.
Sean algunas que se relacionan con el mundo vegetal, animal y mineral, como “álamo, alondra, berrendo, berrueco, centollo y colmena”.
El álamo es un árbol común en Europa, que se agrupa entre las “populáceas”, madera blanda de rápido crecimiento y hojas trémulas que oscilan a la menor brisa, cuestión que -se verá- es clave para su nombre.
Sin embargo nuestros sabios se entretienen en inventar cruces imaginarios entre los alisos “alnus” y los olmos “ulmus” para obtener un hijo natural con el comienzo y el final de cada uno, el “al-mus” y de ahí el álamo, como si el noble álamo tuviera menos carácter que sus forzados padres.
Las hojas del álamo tienen una gran diferencia de tonalidad entre el haz y el envés, así que con la más ligera brisa sus infinitas hojas de largo pedúnculo, tremolan y actúan como millares de semáforos que envían una señal visual a ciertos pájaros insectívoros para que acudan a limpiarlas de las infestaciones de larvas que en muchas primaveras tardías les atacan. “Alá”, es el aspecto en Euskera y “mo”, la movilidad, con lo que su nombre dice más o menos “el que se agita”, el que se mueve.

La alondra se nos plantea como de origen latino, hija del Latín Vulgar “alaudula”, que lo tomaría del Celta “galerus”, casco, porque la alondra tiene un penacho, como quien dice, un casco.
Pero lo distintivo de la alondra-que bien saben los cazadores- no es su cresta que también tienen otras muchas aves, sino la peculiaridad de que canta mientras vuela (y no estando posada) y su canto “despista” totalmente respecto de su posible localización, algo parecido a lo que sucede con el timbre de los teléfonos móviles, que nunca sabemos en qué rincón están.

“Aló” es una raíz adjetival relacionada con la falsedad, el engaño, “ondó” es la cercanía y “era” un frecuentativo, así que “alo ondo era”, alondra, sin quitarle ni ponerle nada es una bonita voz científica que el Castellano ha guardado íntegramente y que dice que aunque la oigas, la alondra “no está cerca”.
Otra palabra castiza es “berrendo”, voz que en los diccionarios aparece más relacionada con un antílope americano que con lo que cualquier aficionado a los toros sabe: “Toro con dos capas”.
E igual disparate por omisión es que nuestros sabios celtizados por influjo de Europa nos digan que ese nombre tan ibérico procede de que en Celta, “barrovindos” significa cumbre blanca y de ahí ha nacido el berrendo.
Pues no es así, porque ni la cumbre es blanca en los berrendos, ni los celtas se han caracterizado por definir los procesos naturales con precisión, sino por andar por las nubes de sus druidas.
“Berrendo” es un término genético antiquísimo emparentado con el “berrako” que nos lo escriben “verraco” para disimular y con la berrea otoñal.
Su origen está en el cruce de dos ejemplares (generalmente vacunos) con distintas capas o tonos de piel uniformes y de cómo llamar al becerro que nace de ese cruce, becerro, que casi siempre respondía con una piel manchada en dos tonos, el del toro y el de la vaca. Así “berré”, (lo mismo que la berrea), es la reproducción, el cruce y “endá”, la consecuencia, la nueva estirpe que en adelante lucirá dos tonos.
Señores académicos, menos copiarse como colegiales y más acudir al Euskera y a su potencial.

“Berrueco” es una voz abundantísima en Salamanca, que a veces se altera a “barrueco”, pero todo el mundo sabe que es una roca aflorante más o menos extensa y visible; realmente es un trozo del batolito sub-superficial de roca ígnea que lucha contra la erosión física y química que lo redondea, cuartea y transforma de duro granito o gneis en polvo de cuarzo y caolín…

“Bae” es lo inferior, lo que está debajo, “arr” es la masa pétrea y “oka” es un adjetivo relacionado con la solidez, el monolitismo, lo que es un batolito o una gran masa de piedra de una pieza, así que “bae arr oka”, dio originalmente “barrueco”, como aún se dice en algunas zonas y finalmente, berrueco, así que no viene de una voz céltica (que andan buscando) emparentada con roca, sino del “arr” (ahora “har”) vasco.

Con el centollo pasa otrosí. Cualquier diccionario dice que su origen es galo o celta, estando relacionado, bien con el apelativo masculino galo, “Cintullus” que sería un pescador hábil o por la frase Celta “kintu ollos”, el grande; ambas explicaciones absurdas, porque ningún marisco o pez ha tenido que esperar a un pescador para tener nombre, ni los centollos son algo grande, sino que los que pueden pescarse en nasas, son más bien pequeños o regulares.
Pero, pensemos, ¿Qué diferencia al centollo de otros cangrejos?…, pues, dos cosas, una que sus pinzas son delicadísimas, lo contrario de los “alicates” que tienen sus primos y otra, que basan su defensa en tener su cefalotórax cubierto de protuberancias punzantes como agujas para dañar la boda del que los ataque. Con estas condiciones previas, todos cuantos hemos buceado practicando pesca submarina o los que hemos pescado con nasas o cedazos, sabemos que a diferencia de otros cangrejos que elevan sus pinza abiertas amenazando al pescador, los centollos se hacen una bola si acercas tu mano a ellos.
Esa actitud “cobarde”, se traduce en Euskera por “sentí ollo”, donde “sentí” es la naturaleza, la propensión del ser tratado y “ollo” es la gallina, sinónimo de cobardía en nuestra lengua. De esa frase nace “sentollo” y “centollo”.

En cuanto a la colmena, es para reírse, porque algunas firmas autorizadas la relacionan con el nombre supuesto de la paja en el idioma céltico continental “*kolmos”, paja, porque en algunos lugares las reinas con su séquito se trasladan a un receptáculo de paja, en tanto que otras la hacen derivada del latino “culmen”, porque las colmenas terminan en punta… ¿habrá visto colmenas este sabio?.
Lo cierto es que aunque hoy en día la colmena es una construcción auxiliar que sustituye a la oquedad en la que algunas razas de abejas prefieren ubicar su panal, originalmente su nombre era el del edificio complejo de celdas de cera formando diedros que los laboriosos insectos hacían el que se llamaba “kol men a”. Su etimología, pasada en el elemento modular que se repite una y mil veces, “kol” o hueco, el adjetivo “men”, auténtico, verdadero y el artículo “a”: “Neta y auténticamente, agujeros”.

Continuará…

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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