Árabe Economía Euskera Geografía Geología Navegación Prehistoria Sociedad Toponimia

Constantinopla, Estambul, Bizancio, Dardanelos, Mármara…

Constantinopla, Estambul, Bizancio, Dardanelos, Mármara…

El profesor de Historia dibujaba en el tablero cada día un mapa de la zona del mediterráneo que iniciaba en el Bósforo y en el sentido del reloj continuaba por Turquía, Siria, Egipto, Norte de África, bajaba hasta Mauritania y subía por España, cerrándolo como una cremallera en Estambul.

Seguramente por eso me ha parecido siempre que esa zona era el centro del mundo.

Y sigo pensándolo.

El Mar Negro, ahora de moda por el jaleo con Ucrania y Sebastopol, no ha sido tan estudiado como otros mares cercanos, pero tiene muchísimo interés, comenzando porque tiene profundidades de más de 2.000 metros y -sin embargo- su canal de comunicación con el Mediterráneo y los océanos, apenas pasa de cincuenta brazas de fondo, por lo que alternativamente ha sido mar y lago, según estuviera el nivel medio de los mares exteriores en las distintas situaciones de frío.

Por ejemplo, por última vez entre hace 25.000 y 10.000 años, ha estado aislado y el Bósforo ha sido un largo desfiladero de treinta kilómetros entre el mar Mediterráneo y un lago enorme. Quizás los “sabios unidos” dicen por eso que Bósforo significa camino de los bueyes a partir de una mezcla entre el “bos-bovis”, buey latino y el “poros” (poro, agujero) griego, explicación peregrina como casi todas las emitidas por ese cartel de académicos, que no aguanta la más mínima consulta, porque, en primer lugar, cuando la enorme fractura que es el Bósforo estuvo seca, faltaban miles de años para que nacieran Grecia y Roma y sus idiomas no existían.

Además, el buey es un animal creado por las sociedades agrícolas que llegaron -igualmente- miles de años después y cuando los humanos eran pastores, el buey no era necesario; las hembras llevaban o arrastraban los pesos y eran montadas y bastaba con un semental “anillado”, un toro, para garantizar la continuidad del rebaño.

Sin embargo, en este artículo se defiende que su nombre es de aquella época y se conserva casi intacto después de milenios de haber sido un enorme canal de entrada de agua marina en el Mar Negro.

Los científicos de verdad que estudian las conchas de foraminíferos y de otros moluscos de fondos profundos, han puesto fecha a la época en que el agua dejó de ser dulce para convertirse en salada: Entre 6 y 7.000 años. Faltan infinidad de detalles, pero no hay ninguna duda de cómo fue una dinámica en la que se combinaron las consecuencias de la gran falla del Norte de Anatolia, las brechas y los terremotos, con la imparable subida del nivel del mar por los fenómenos combinados del último deshielo.

Dada la anchura del Bósforo y sus puntos con menor profundidad, pudieron ser varios siglos entrando agua marina ininterrumpidamente y llenando un vaso de más de mil kilómetros de diagonal. Es seguro que el proceso se inició suavemente, pero fue ganando violencia progresivamente según se arrastraban materiales del fondo y el canal se hacía más profundo (ver imagen), para acabar suavemente, como ahora.

Muchos procesos físicos, químicos, bióticos e incluso sociales, suelen responder a dinámicas de este tipo, que se conocen como “sigma” por la forma de “S” de su gráfica, con inicios y finales suaves, pero un tramo medio explosivo. En el gráfico, diagrama típico de la evolución de una población, pero que podría aplicarse a los flujos de una inundación a través de un canal.

No sería extraño que algunas referencias de la Biblia y otras leyendas al diluvio universal y al terror de los pueblos de quedarse sin tierras invadidas por las aguas se hubieran fraguado en este escenario de rápidas y crecientes inundaciones que en las zonas llanas pudieron ser trágicas y la lluvia hubiera sido la única explicación en áreas lejanas, donde nadie podría imaginar al mar invadiendo sin descanso tierras antes apacibles.

Volviendo a la zona del estrecho tras negar que su nombre provenga del aborto explicado por los académicos y regresando a aquella época de hace 7.000 años en que los contingentes humanos se movían por el mundo con sus ganados, hay una elevada probabilidad de que algunos grupos fueran testigos del proceso e igual que hay referencias para el vulcanismo (Etna, Vesubio…) o los derrumbes de tierras (Lutxana, Lausana…), gentes que hablaban un idioma cercano al Euskera le pusieran un nombre preciso y acertado.

En efecto, en nuestra lengua, la raíz “bos” (que figura en verbos castellanos como “rebosar”), es una raíz verbal que transmite un movimiento turbulento de fluidos con imágenes como los borbotones, los derrames y las erosiones por el agua.

Además, “bor, boró” proyecta una idea de límite de un entorno, por lo que “bos boró”, donde la segunda “b” ha mutado hacia “v” y “f”, da con el nombre del estrecho más famoso del mundo, el Bósforo, que describe un entorno concreto en que las aguas violentas provocan arrastres y erosiones, descripción perfecta de lo que pudo desarrollarse durante cientos de años.

Pero hay más; antes de llegar al Bósforo partiendo del Mediterráneo, hay otro gran estrecho que da con el Mar de Mármara, el de Dardanelos, doble de largo y mucho más ancho que el Bósforo y que se ciñe estrechamente a la trayectoria que los sismólogos dan para la Falla antes citada, que hacia el Oeste, gira hacia el Suroeste.

La bibliografía, muchas veces cómica y otras, escandalosa por las “copias y pegadas” irresponsables durante siglos que han arrastrado consigo mentiras narcotizantes, nos dice que este nombre es “reciente” y tomado de un barrio de la ciudad de Troya llamada Dardanus (como un hijo de Zeus) y que antes se llamaba mar de Helle o “Hellepont” en Griego, para encajar bien con la mitología.

Pero ahí se queda todo y nadie explica lo que pudo haber un paso antes…

La cuestión es que Dardanelos es una zona bastante amplia, que a lo largo de unos cien kilómetros sigue el itinerario de esa falla y que es uno de los entornos del mundo con más sismicidad, continuos temblores y réplicas que los antiguos nómadas veían sin la preocupación actual porque los temblores no solían tener consecuencias graves al no haber edificios ni grandes obras civiles. La sismicidad era simplemente una peculiaridad de esa zona que utilizaron los contemporáneos para bautizarla con ese nombre que lleva un significado tan claro como inalterado.

Partiendo de “dard”, raíz activa, verbal vasca que significa vibración, temblor, se le añade el adverbio “anei”, expresión cuantitativa indefinida entre mil e infinitos y termina con “eilo”, sufijo que transmite la ejecución, la generación, así que “dard anei eilo” viene a decir “temblores a millares”.

El Dardanelos turco no está solo, en España hay una treintena de lugares que llevan la raíz “dard” y uno de ellos, Es Dardanelos en el suroeste mallorquín, es el nombre de una ladera cercana a un antiguo volcán, “es Volcá” que se puede ver en la siguiente imagen, trayéndonos a la memoria que aunque las baleares son una continuación del Plegamiento Bético, tuvieron vulcanismo (se han encontrado cientos de conos y otras manifestaciones) y algunos de ellos han podido subsistir hasta la época neolítica.

Dejando Dardanelos (que cuando fue bautizado era un gran surco o valle alargado), se entra en el mar de Mármara, geológicamente un gran hundimiento de tipo romboidal debido al cruce de dos grandes fallas.

Mar ahora angustiado por la polución, que dicen que los griegos llamaban “Propóntidos” porque era la entrada al Negro y que ahora sugieren que se llama así porque en su isla principal hay una cantera de un mármol especial (“mármaro” en Griego) , pero que yo creo que decenas de milenios antes, cuando a nadie le interesaba el mármol multicolor, cuando aún el mar no había subido para anegar la planicie que allí había, los que hacían ese camino con sus ganados le pusieron el nombre de “marm ará” por otro motivo relacionado con las profundidades de la tierra.

Concretamente, “marm” es un rumor, un sonido de muy baja frecuencia que a veces procede de las fricciones o de la turbulencia en las placas continentales en contacto y que los animales suelen sentir antes que los humanos, mostrando inquietud, pero que es posible que durante el silencio nocturno, las personas lo percibieran. “Ará” es una planicie, una tierra sin relieves, así que con el nombre “marm ará” se denominó a la zona que luego, en un cataclismo mayor se hundiría, siendo invadida por el mar, pero conservando su nombre.

Llamado así el entorno, no es de extrañar que cuando milenios después llegaran los griegos en barcos a la isla que también conservaba el nombre, llamaran así al mármol que allí había, y no al revés, pues no hay griego que explique el origen de esa roca metamórfica tan apreciada por los poderosos.

Con la inundación de la fosa, desaparecieron los rumores, aunque Mármara está en una zona densa en sismos.

¿Y Constantinopla?

En esta gigantesca ciudad, todo lo referido a los sucesivos nombres está “cogido con alfileres”. Se suele comenzar diciendo que la fundó un aventurero griego llamado Bizas, hijo de Poseidón educado por la ninfa Bizia, pero esto tiene toda la pinta de ser un recurso mitológico más, aunque se den fechas para ese acto (siglo VII a.C.) y se cuenten los motivos para elegir ese asentamiento que llamaban Bizancio.

Casi mil años después, cuando ya Roma se tambaleaba, Constantino el Grande conquista Bizancio y decide pasar a ese asentamiento el centro de poder romano, lo que da lugar a una atracción que ya no cesaría hasta el siglo XX.

No se sabe si se cambió el nombre de la ciudad por el de Constantinopla o si este (o uno parecido) fue incluso anterior al de Bizancio y los aduladores lo retocaron para conseguir prebendas del emperador y que quedara para la posteridad…

El caso es que cuando los otomanos se hacen con la parte europea la llaman Istanbul, que no significa nada en turco y los académicos griegos dicen que es una alteración de una frase griega que dice, “a la ciudad” (stin polin), los escépticos no nos creemos nada de todo ello y preferimos investigar.

Tal como se han explicado sucesos y procesos para el Bósforo, Dardanelos y Mármara, el entorno de Bizancio fue escenario de grandes cambios geomorfológicos y ambientales coincidiendo con el deshielo de casquetes y glaciares tras el Último Máximo Glacial. El principal es que el nivel del mar subió en total más de cien metros y en unos pocos miles de años (alrededor del – 6.000), unos cincuenta metros.

Se produjo el hundimiento de Mármara y el anegamiento progresivo del Mar Muerto, con corrientes impresionantes que hicieron imposible el retorno hacia el Mediterráneo.

Luego llegó la calma y progresivamente, la sedentarización, con una explotación diferente de la tierra, que comenzó a gravitar más en lo agrario y menos en lo pecuario, si bien los nombres puestos a los lugares por los antiguos pastores, perduraron en las ciudades, serranías, caminos, ríos y todo tipo de elementos geográficos. Este proceso larguísimo, fue parecido en toda la zona templada que hubo de ir retirando las cubiertas vegetales consolidadas y drenando las llanuras fluviales, trampales y ciénagas para cultivar…

Así, entre los millones de nombres con que se trabaja, no son nada extraños en España los del tipo “Costana, Costanil, Costanizas, Constante, Costanza, Costanero, Matacostana, Sierra del Costanazo… y sus equivalentes, con “n”, Constante, Constanza, Constanino, Constantín, Constanzana, Constancia…”, pero que también asoman en Francia (Bois de la Constance, Constans, Saint Constant), Portugal (Barranco dos Constançanos, Constancia, Constantim…), Suiza Lago Constanza, etc., por lo que es obligado dar una oportunidad a la posibilidad de que en la zona hubiera un nombre previo del tipo “kosta andin o pala” y la propaganda lo acercara al nombre del gran Constantino.

También hay algunos con lexemas del tipo “…opla” como el morro de El Soplante (siguiente imagen) en el Norte de Burgos, borde con una planicie superior que recuerda a la lengua de tierra que entraba en el mar de Mármara en la que comenzó el primer asentamiento y que los artistas han recreado muy bien en la siguiente imagen.

Es decir, las combinaciones de “kosta” (fondo elevado, costa), “andi” (grande), el genitivo “n”, el aumentativo intensivo, “o” y el adjetivo “palá”, llano, que frecuentemente hace “plá”, permiten sugerir que la frase recién mencionada, “kosta andin o pala” con el significado neto de “la muy gran planicie de la costa”, se acomodaba al morro entre el Cuerno de Oro (Golden Horn) y el río Lycus, conocido también como Sarayburnu.

Otrosí sucede con el nombre Bizancio que los griegos postulan como original y mítico, pero que no saben explicar lo que significa y se inventan un cuento de ninfas, porque los componentes de ese nombre ni son tan raros ni hay que tirarse a la mitología para salir del apuro.

En Francia hay un Bizanos en el río Ousse, cerca de Lourdes, Bizanci en Torredembarra, Tarragona, donde antaño había un marjal, Bizanza en la ribera del río donde se estableció Lesaka (Navarra) o la terminación “..ansio”, como en las Vegas de Ansio (Baracaldo en la foto de hace cien años, un pantano canalizado), hoy totalmente urbanizadas, siempre en lugares de vocación pantanosa, que solo la intensa intervención humana de milenios ha cambiado, pero cuyos rasgos aparecen en cuanto se “rasga un poco”, así que teniendo en cuenta que “aintzi, ainzi, anzi” se refiere a aguas lénticas someras, a encharcamientos casi permanentes, es posible que “biz anzio”, antes de que los imperios se fijaran en sus condiciones portuarias y estratégicas, fuera una gran plataforma festoneada por dos ríos que formaban remansos y áreas pantanosas a partir de “biz”, duplicado, “antzi o”, gran humedal.

Ya solo falta Estambul, cuyo significado griegos y musulmanes se disputan, los primeros, jurando que viene de «εις την Πόλιν» (is tin bolin), algo así como “hacia la ciudad” y los segundos, de “islambol” (infinito Islam), pero que nadie ha consultado al Euskera que estaba en su máxima funcionalidad cuando se produjo la serie de terremotos que hundió Mármara y la simultánea irrupción de las aguas marinas hacia el Mar Negro, gigantesco reventón de las tierras en uno de esos procesos cataclísticos muy raros, pero que fueron observados, comentados y bautizados con “están”, estallido, explosión, reventón… y “pul”, empuje, presión…, “están pul”.

 

Finalmente, el mensaje de este ensayo es muy sencillo para las mentes abiertas, advirtiendo de que la contaminación de las pasiones lingüísticas, étnicas y culturales, invade casi todos los fondos bibliográficos y casi todas las crónicas históricas, llenándolas de inserciones que hacen que sea muy remota la posibilidad de llegar a conocer los significados originales de las voces que nos han llegado a través de diferentes signos.

La lengua vasca, el Euskera es una de las pocas herramientas que puede discutir con argumentos las alteraciones fantásticas de la ignorancia y de los poderes que han sido.

Este ejemplo de Constantinopla, Estambul, Bizancio, Dardanelos, Mármara…, puede emularse para otros lugares, personajes o situaciones históricas y prehistóricas para las que haya información abundante. Es un ejercicio sano, que ya practicamos cerca de cien aficionados.

 

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.