Omar es uno de los seguidores de Eukele que tiene una intuición “avanzada” para detectar relaciones entre nombres de lugar que –aparentemente- no tienen nada que ver, y que sin embargo lo tienen, pero a veces me pone en aprietos, porque yo, como la mayor parte de los investigadores, estoy aún rascando la boca de la mina en la que sabemos que la mena es rica, pero cuesta llegar al filón.
Así, cuando hace un mes me pidió que investigara la comarca de La Costera que puede ocupar unas 30.000 has. entre las sierras de Enguera y Grossa, sierras que siguen conservando la dirección del plegamiento pre bético en la Valencia central, me obligó a retomar algo que antes había dejado pendiente por no encontrarle respuesta.
Pero nuestra tarea consiste e visar y revisar, en buscar y rebuscar y en volver tras un descanso a reconsiderar temas abandonados, porque aunque parezca que no, cualquier detalle puede llevar a que la cremallera corra unos cuantos dientes más.
Así, si los amantes del Latín explican con naturalidad que siendo que en su Lengua Madre a la costa se le llama “Ora”, sea lógico que romances como el Castellano, Portugués, Catalán, Corso, Francés, Italiano y Rumano o lenguas como el Maltés o el Inglés hayan preferido pensar en las costillas (que están en los costados del cuerpo) y tomar de su nombre, “costa” para llamar así o con ligeras variaciones a la orilla del mar en vez de “ora” como debería haber sido.
La lógica nunca ha sido un argumento de peso para esos exaltados que prefieren seguir a un reflejo que a la verdadera luz del faro.
Costa se origina en el Euskera “ko kor”, duro, sólido, firme y “ostá”, detrás de. Así, “kosta” es una oración que define lo que hay justo al límite de la cáscara continental o insular, generalmente el mar, pero también puede ser la costra dura que antecede a un terreno arcilloso en esta Iberia que tan llena está de sierras, muelas y cortados.
Así que “costa” es un elemento abundante en la toponimia (casi 4.000 lugares) y no solo en la cercanía del litoral, sino en los altos más remotos y en las serranías más áridas, así, podemos ver el Pico de la Costañina en el Cerrato, la Costumbría en una áspera ladera de la raya entre Cantabria y Burgos, la Costa Lengua en La Rioja oriental o una de las 300 Costeras que hay en España, como una cresta en la falda zaragozana del Moncayo.
Obviamente, la colección de nombres de la misma familia es larguísima, porque además de numerosas costeras y costerones hay que añadir al carrito una forma inesperada que procede de la sustitución de la “s” por “r” o rotacismo, muy frecuente también en onomástica (por ejemplo, los apellidos Ostiz y Ortiz), alteración que llega a difuminar de tal manera los nombres de lugar que los nuevos son irreconocibles; por ejemplo, muchas de las casi 400 “cortina” que hay en España, o la Cortina más célebre del mundo, Cortina D’ampezzo, nombres que no derivan de la prenda de lujo que se cuelga en los salones, ni del “coreis”, cuero, ni de una cita de San Jerónimo que se metió a traductor con asesores que no eran fiables, sino de la formidable pantalla pétrea que forman algunas rocas y en especial las calizas dolomíticas.
La formación de “ko ostera”, borde o final de lo duro, toma en “kor tin”, el matiz de dureza natural alta, elevada, donde “tin” es la variante palatalizada del “til” que veíamos en los castillos (“kas til”, construcción humana elevada), muy frecuente en lugares donde las calizas conteniendo magnesio que son llamadas desde hace tres siglos “dolomíticas”, tienen la propiedad de cuartearse en formas cúbicas cuando plegamientos y buzamientos son adecuados y de formar grandes “frontones” verticales, como en esa Cortina D’ampezzo, famosa por merecimiento propio, pero que se repiten en muchos sitios.
Especialmente abundantes en Francia, Italia, Portugal y España, la cortinas y sus variantes son numerosas y –siempre- relacionadas con zonas calizas: Courtis, Courties, Courtisols, Courtine, Courtines, Courtivron, Courtilleraies, Courtilloles, Courtillers, Cortieux, La Courtine, Le Courtil, Les Courtilles, Les Courtinais, Pointe de la Courtine (Fr.), Col di Courtil, Corti, Corticella, Cortiglione, Cortignano, Cortignasco, Cortigno, Cortina, Cortino, Cortis, Cortilla (It.), Cortinhal, Cortinhas, Cortinhola, Cortilhoes (Por.)…
Y en España, muy distribuídas por el centro, pero especialmente llamativa es la zona pre pirenaica del Cadí, antesala del Pirineo, donde se halla más de una “costa” y no solo la Serra dels Cortills (cortinas) con sus cortados verticales de casi 500 metros de altura, su Pico de la Costa Cabirolera y hasta el Puig de la Canal del Cristall.
Nombres que se repiten casi idénticos en Cortina D’ampezzo (vista anterior) y en su famoso monte Cristallo entre Italia y Austria, monte que –guardando las diferencias y la escala-, presenta un parecido asombroso con el catalán, “kris tai o”, “gran corte en fractura”.
Volviendo a España, entre los cientos de cortinas y cortellas, se pueden citar el Alt y Serra de Cortina en Benidorm (versión oriental) y la Serra da Cortella en Lugo (versión occidental), rayando con Asturias y León, dos barreras formidables.
Costas y Costeras hay muchas: Serra de Costa Ampla, de Costa Llisa, de Costa Roja, de Costafreda, de Costuix, de la Costa, Serrat de Costa de Lari, de Costaborrassa, de Costamala, de Costes, de la Costa (4), Sierra de la Costa, barranco Costeras en Huesca, precioso Barranco de la Costera en Lumbier (en imagen, donde se perciben no una, sino dos costeras) y en Ibi, de la Costera Parda en el Maestrazgo, de las Costeras en Pradejón, Costa Negra en Sort…, pero en general se refieren a discontinuidades, a cortes estructurales, límites de formas o materiales.
En relación a la posibilidad que apuntaba Omar, de que “La Costera” de Xátiva y quizás otras estuvieran relacionadas con una forma lagunar pretérita, solo he encontrado una posible en el río Alagón en el extremo oriental de Navarra, se trata de La Costera de la Sal, un bajo que bien pudo haber soportado un represamiento temporal del río que le hubiera dado el nombre de “Lako ostera”, fondo del lago. Imagen de portada.