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Cuarzo: Vicios que arrastramos los investigadores.

La preciosa daga de cuarzo de Montelirio fue objeto de comentarios en “Lenguaibérica”, donde uno de los investigadores punteros en traducción de escritos ibéricos junto a puntuaciones apreciadas, mostraba uno de los puntos flojos (creer ciegamente en los diccionarios) en esta actividad tan exigente.
Planteaba que “Según Azkue ‘arbitza’ significa «cuarzo» y en ibero tenemos registrado ‘arbizen’ y ‘arbizkar’ es posible que el nombre de «cristal» perdido en euskera procede de la piedra, puesto que ‘leiar’ es un préstamo de ‘glei’ «hielo» y ‘berina’ de «vidrio». En catalán decimos «cristall de roca» traducción de ‘arbiz-kar’. Cristall viene del griego ‘krýstallos’”. En respuesta. le aporto los siguientes datos, planteamientos y razonamientos.

Antes, una opinión sobre las transcripciones iberas “arbizen” y “arbizkar”, que si estuvieran correctas y representaran el sonido original, podrían corresponderse con “varón vivaz” y “varón ágil”.
Ahora, la aportación al objetivo de conseguir un procedimiento más efectivo que los rollos academicistas sostenidos laboriosamente por subalternos -como la miel y el polen- para mantener a unos zánganos que no consiguen nada en siglos de mangoneo.
El primero es una máxima.
La máxima de que el investigador está obligado a ser suspicaz, porque de esa actitud unida a la combinación de información e inteligencia han de salir los descubrimientos que ayuden a ir despejando la masa de dudas que en dos milenios y medio no ha visto resuelto casi nada.

En ese sentido, los diccionarios son como un ovillo que contiene mucha información pero al que no le encontramos la punta del hilo. Son el producto de la acreción de materiales a los que casi siempre se les han aplicado las reglas de las lenguas imperantes y una sumisión enfermiza a lo que se considera “fuente de la cultura”, por lo que llevan un sesgo que los inutiliza para ser una herramienta de investigación.
El segundo es que siendo convenientes las incursiones en todas las lenguas posibles para buscar indicios, el recurso al Euskera es imprescindible no solo para los elementos o las circunstancias antiguas, sino también para productos de las tecnologías y artes antiguas y recientes, que suelen llevar -sin saberlo-, piezas arcaicas en su arquitectura. Cuando se dice Euskera, esto no incluye al Batúa, que es una creación adecuada para la administración, pero inútil para la investigación, pero tampoco basta con recurrir a un solo autor, siendo imprescindible contrastar como mínimo Azkue, Elhuyar, Mujica, López Mendizabal y el denominado Orotariko y hacer incursiones a todos los Euskalkis, a sus literaturas, leyendas y canciones, especialmente al Bizkaíno que es el más arcaico.


En el mundo reñido con la inteligencia que gobierna nuestra horrible Euskaltzaindía, es de salida reciente el Diccionario Etimológico del Euskera, un bodrio difícil de superar que a no tardar muchos años se colocará a la cabeza de la serie “THE 50 WORST BOOKS OF THE 20TH CENTURY” y se referirá en los centros de estudio como un ejemplo de cómo aún en plena democracia los mediocres encuentran la forma de sobrevivir reforzando los errores de milenios y ahogando a las verdades emergentes con toneladas de “copy-paste”
El tercero es que en la investigación han de intervenir el mayor número posible de consultas en el sentido clásico: Epigrafías, documentos históricos e incluso leyendas, así como revisión de aspectos científicos y profesionales que pudieran estar involucrados, sin olvidar la arqueología física, que por su carácter aleatorio puede determinar que algo existió en un momento, mientras no es válida para postular que no existieran elementos que no dejan rastro, resultando que sus valoraciones favorecen de forma desproporcionada a ciertas formas de vida y -sin negar que otras formas existieran- el hecho es que estas formas ni se plantean.
En este sentido, la Arqueología del Lenguaje, especialmente la de la Lengua Vasca, aporta informaciones determinantes para provocar el cambio de todo un sistema de paradigmas que aparentemente eran la esencia de la reconstrucción del pasado, pero que están cayendo uno tras otro, barridos por evidencias de rango superior al mero estudio de epigrafías y documentos históricos auténticos o reproducidos, en los cuales lo único seguro suelen ser las citas accesorias.
Así, Antoni comenzaba citando que un autor llama “arbitza” al cuarzo y no profundiza en el tema porque también se le llama “suarri, tximistarri, gatzarri, zingirín, kuartzo…”, denominaciones que llevan el pétreo “arr” o el simbólico “zin” (y referencias al fuego, a la sal, a la electricidad…), aunque “arbitza”, escrito de otra manera, como debiera ser, sería “arr bitxi a”, piedra especial, piedra distinguida, piedra rara, por el adjetivo “bitxi”, raro, el que ha dado nombre a los bichos (seres raros) y a la bisutería francesa, encabezada por su “bijou”, joya, cosita especial, que ya ensayaban los egipcios en sus escarabajos brillantes.
El propio “kuartzo”, que los diccionarios lo ponen en último lugar como asumiendo que es un préstamo, tiene más probabilidad de ser un original euskériko, además el de mayor valor y originalidad, que proceder de una rocambolesca historia en la que el camelo arranca del avéstico “xruzda” que significa “duro”, pasando por “turudu”, “turdy”, “twardy” y “twarc” en el Germánico antiguo, para dar “cuartz” y que todos lo copien con esta última forma…
En Euskera, “ku” es la raíz de las figuras alargadas y terminadas en punta. Está en la cuba, en cubrir, en el cucurucho, en el codo, en la cucaña, en la cumbre, en la cuña y en los cubiertos con los que se come (inicialmente el tenedor de dos puntas) y está en el cuerno, que, para nada viene del “cornus” latino ni del “keras” griego, sino que fue así la original, tal como la conserva el Castellano, “ku erna”, literalmente, punta que crece.

¿Puede alguno de los lectores poner dos ejemplos más contundentes ?.
Dispongo más de 2.200 de este tipo, que desbaratan completamente el pasteleo.
En cuanto al cristal, decir que procede del griego “κρύσταλλο” es no decir nada, porque ninguno de los dos morfemas que lo forman significa nada en Griego ni en Italiano que suena igual, ni en ninguna de las cincuenta lenguas que usan nombres parecidos.
Solamente el Euskera ofrece una posibilidad a través de “krist”, fractura y “ahal, al”, potencialidad, es decir, “kristal” se refiere a materiales cuya rotura daba lugar a elementos puntiagudos: Muchas sales y entre ellas los silicatos, minerales y algunos elementos como el carbono…

Es evidente que los primeros materiales que cumplían esta condición eran naturales: Fluorita, yeso, pirita, diamante, esmeraldas… pero al obtenerse accidentalmente vidrio en las hogueras de algunos entornos y al conseguir mas tarde que el dopado con sales de plomo diera un material mucho menos viscoso y a la vez más transparente pero de alta fragilidad y de rotura puntiaguda, no puede extrañar que se llamara “kristal”, voz que como “kuartzo”, se ha conservado en multitud de idiomas.
No es cierto lo que dice Antoni de que el nombre del cristal se haya perdido en Euskera, porque “kristela” es profusa y acomplejadamente usado por el mal trabajo de nuestros académicos y por unos estudiantes ceñidos al pesebre, pero además, “lei”, que es otra de las formas de llamarlo, no está relacionado con “glei”, sino que es la metátesis de “i el”, “i” es el agua arcaica y “el” el frío rotundo, helador, así, “iel”, agua helada, padre del “hiel o” al que la obsesión latinista le ha pegado la hache para hacer más creíble que es derivado de ”gelu” y que la “g” se ha aspirado a “h”.
Así, a los primeros cristales “industriales” vertidos sobre pizarra, se les llamó “iel”, como al hielo por su semejanza con los cristales de hielo en un pozo, pero el paso del tiempo ha invertido el sonido como en infinidad de casos; así, a la ventana se le llama “lei hoa”, esto es, el lecho del cristal, donde este encaja.
Así, “leiar”, piedra de cristal es un neologismo antieconómico que repite una obviedad y que deja clara la merma progresiva de inteligencia de las voces y la pérdida del potencial etimológico, según nos alejamos de los fenómenos y nos ponemos en manos de los académicos.
Finalmente, el berilio, tampoco viene del griego “beryllos” porque los indios les trajeran esmeraldas desde Belur, sino que es una evolución de “be ira”, vidrio, compuesto de “be”, visión e “irá”, impulso, aumento, en referencia al efecto de la refracción. “Be ir” alterado a “beri”, más cacofónico y complementado por la creencia de que el berilio provocaba neumonía y mataba (“ilo”, matador), creó el “ber ilo” y el cultismo lo remató como “berilio”.
Se que lucho contra una inercia terrible que basada en que se cree mejor una mentira muy oída que una verdad parca, pero la dura vida del investigador no se puede permitir avances en falso.
Yo no podría dormir.
Dejo para otro día el Diamante, la Esmeralda, el Esmeril, Gema, Ópalo, Sílex, Talco, Turquesa, Zafiro, Zircón… Todos ellos con gran personalidad que no se merece las explicaciones tristes e inconexas que nos cuentan porque la Prehistoria tiene un recorrido muy interesante y formativo.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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