Cuando el lector se acostumbra a ver cartografía, uno de los mayores avances en la interpretación del territorio lo consigue cuando “lee” las curvas de nivel con soltura y con solo un vistazo distingue las pendientes según su gradiente y es capaz de recrear mentalmente los relieves según hojea un mapa.
Así, ojeando el otro día los alrededores de Orense, me llamó la atención una separación de seiscientos metros entre dos curvas de nivel contiguas (indicio de llanura). El lugar se llamaba La Goa y era cercano a A Medorra, otro lugar muy repetido, donde la concavidad, casi planicie siempre presente concordaba con el nombre antiguo que se adivina: “lame dor”, la lama represada o estancada.
Es posible que los antiguos recrecieran charcas con troncos y barro para alargar la permanencia del agua durante el estío y poder abrevar sus animales. Hoy se hace con terraplenes e incluso muros.
Cualquiera sabe que en Gallego, una de las muchas forma de lagos (la laguna), se llama “lagoa”, así que apunté que figuraba separado, “La Goa”, para añadirlo a otras muchas prácticas que han colaborado a desfigurar los nombres de los lugares. Líneas de nivel separadas, terrenos llanos y propensión a que el agua fuera el último agente modelador de ese paisaje y que lagos o lagunas hubieran sido en un tiempo no muy lejano, abundantes.
El recurso obsesivo al Latín por parte de los enseñantes, mata el interés por la verdadera etimología, ya que estudiantes y curiosos llegan a un fondo de saco cuando una y otra referencia le remiten a esa lengua insustancial, que nada explica, como si ella hubiera sido la primera en el mundo.
Esto pasa a todo el mundo cuando se interesa -inocentemente- por la etimología de “lago”, por ejemplo.
Los diccionarios etimológicos y el DRAE le recuerdan severamente, que procede del Latín “lacus” y con frecuencia insisten para desanimar de cualquier veleidad al consultante recordándole que el sanedrín de sabios reunidos en cónclave han decidido que hubo una vez una voz indo europea tal que “laku”, que aún no la han encontrado impresa ni incisa en otras, pero que tuvo que ser así. Punto.
Pero eso es mentira, neta mentira, elucubración e invención como otros miles de palabras que -a veces- en un ataque de sinceridad las dotan de un asterisco que significa que es una invención, pero otras muchas, no.
“La” es una de las raíces más castizas del Euskera. Está relacionada inequívocamente con la idea de sujeción, de fijación, de retención y acumulación; está en el lazo que inmoviliza a una pieza de caza, está en la lapa que se fija a una peña por su pie y está en el verbo vasco “lagá”, soltar (donde “ga” es la ausencia de lo tratado) y “u” es una forma “reciente” del agua (hoy en día, “ur”), así que “la (k) u” no nació “lacus” sino que es una oración, una pequeña frase que dice “agua retenida”.
El barrio de Lakua en Vitoria, ha “empujado” al río Zadorra desde hace siglos, pero en su nombre lleva la memoria de cuando ahí estaba el último resto del gran lago terciario que fue la llanada vitoriana.
Aparte de los lugares que llevan el nombre o el complemento de “lago”, a veces los nombres de lugar pueden mostrar una infinita variedad que sorprende en combinaciones que superan la inteligencia. Del “la ku” original que solo se conserva en Vitoria, en Lakuntza (Navarra), en Sodupe, Bizkaia (Padura Lakua) y en unos pocos lugares más se multiplican otros lugares que han dado en variantes como “La Culata, La Cuna, La Cuchilla, La Cuguerza, La Cuerda, La Cuecilla, La Cueva, La Cuaz, La Cueza, La Cuadra, La Culebra, La Curiosa, La Cuasta, La Cuadrada, La Cuerna, La Cuaresma, La Cubilla, La Cuchilla, La Cueña, La Cueta, La Cuétara, La Cuna, La Cuba, La Cuartilla… y también en una pieza, como en Llacuna, Lacuna, Lacunazo…
Tampoco falta la versión sonora articulada con “u” y “o”, como La Guea, La Guadaña, La Guariza, La Guarra, La Guarda, La Guardia, La Guasa, La Guareña, La Gudina, La Guá, La Guancha, La Gusana…, La Gomera, La Goa, La Gonzala, La Golosa, La Gota… y otra vez en una pieza en infinitos A Lagoa y Lagoa, Piélago, Huélago, Llagona, Llagosta, Malagones y diversos compuestos de “lago”.
Para muestra dos o tres botones como La Cuerda.
Al principio de los ochenta, cuando empezaba en este país la afición por el “wind surf”, me cogí un “tablón” y subí mediado el verano a un embalse que se llama “La Cuerda del Pozo” en el Alto Duero y nos reímos varios campistas por lo célebre de tal nombre y porque nadie del lugar supo decirnos qué pasó en el pozo para ser tan famosa su cuerda.
En la siguiente imagen correspondiente a cartografía de los años 30, antes de que se iniciara la presa que inundaría el próspero pueblo de La Muedra (“la ma u erda”, gran lama central) y no se ha encontrado toponimia que reviva la disputada cuerda, pero sí dos cosas importantes, una, La Laguna que se formaba sobre el arroyo Hocino y que en la cartografía actual ha perdido ese nombre; Hocino es un término muy frecuente que ha sido vestido con una hache (por creer los eruditos que procede de hoz) que “distrae” su verdadera etimología que emana de “os” (a veces, ox, oj y hasta ojos) , forma ancestral de nombrar genéricamente a los pozos naturales
Tras una fuerte pendiente de bajada desde Urbión el Duero se serenaba en esta llanada y se creaban lagunas que cuando la tecnología avanzó se transformaron en un gran embalse de cabecera.
Es probable que la cuerda del pozo que se persigue fuera la interpretación popular de “laku erd a”, el lago central que en la topografía actual ha quedado en gran parte anegado por el embalse, pero que es rica en hidrónimos como La Covachuela, Las Covachuelas, Las Covatillas, La Lagunilla (varias), La Muñeca (varias), Lagunas de Duero, Las Lagunas, Las Gallimordazas, Charco de las Peñas, Lagunilla del Cañón, Laguna Mansegosa, Las Pocilgas, el Arroyo de La Cuerda del Asno ó La Cuerdalengua, “la cuerda” que parece en los últimos, alteración de “laku”.
O como La Cueza, que significando “el humedal del lago” (“la ku eze a”), ocupa una amplia zona palentina, contundente humedal en el que tuve que calzarme botas de agua para cazar perdices, pero forma menos frecuente que las infinitas La Cuadra, que no siempre tienen que ver con establos magníficos sino con vegas propensas a tener lagunas estacionales.
En las zonas de habla catalana ha dado en La Cua (la cola, el rabo); caso puro son unos cuantos “La Cua”, como, por ejemplo la zona desecada sobre el antiguo cauce del río Ter (señalada con una flecha), verdadero paradigma de modificación del medio para el aprovechamiento agrícola, que no ha conseguido borrar los nombres originales; en este caso los que hacían mención a la laguna “la kua” de trasduna y no a la cola de algún animal como pudiera parecer también en La Cua d’euga (aparentemente cola de yegua), cerca de Bas en Girona, o La Cua de Cavall cerca de Manlleu, donde a “la kua” (la cola), se le ha añadido el cavall para “redondear” el significado
En ambos casos se trata de bordes de anticlinal abierto, donde antes hubo pequeñas concentraciones de tipo lacustre que acabaron desaguando por el cantil.
La Cuaresma es un nombre curioso para un labrantío en la planicie entre Ávila y Segovia, cuyo centro resistente a secarse rememora al arenoso río Eresma, siendo otro ejemplo de alteración de “la kua aresmá”, el lago de fondo arenoso (“arez ma”, consistente en arena), ahora transformado en amplias tierras de cultivo llenas de pozos de riego y de indicios de acuíferos que antaño fueron lagos.
Para terminar, en los llanos de Lérida, donde no eran novedad los encharcamientos del Segre, hay un lugar que se llama Pleta de La Cuca (aprisco, cuadra), donde se ha construido un aeropuerto aprovechando la planicie…”La ku ka” indica que allí hubo un lago pequeño. “Ka” tras un sustantivo, hace de adjetivo reductor.
Merece la pena rebuscar en Eukele.com el artículo que explicaba el verdadero significado de varias “La Guardia”.