Para los que miramos la producción de la Academia de la Lengua con sentido crítico, lo relacionado con la etimología se nos antoja a menudo como una auténtica chapuza, donde la idea de autenticidad que llevaba esta voz cuando la manejaban los filósofos de la Grecia Clásica se ha cambiado definitivamente por algo tan lejano de la Ciencia y de la Razón, como admitir que el origen de un lexema está allí donde se ha localizado escrito en fecha más antigua.
Esta práctica más que ley, es tiranía, una tiranía que obliga a los investigadores noveles a dar por bueno todo lo normalizado, limitando radicalmente su energía para buscar otras verdades y acaba -en la mayor parte de los casos- transformando al investigador en un nuevo bellaco1 que pedalea en esa bicicleta de ruedas deshinchadas o le envía a algún grupo marginal donde sus charlas se desarrollen en antros donde los “medios”, es decir, sus agentes de a pie no se acercan porque saben que sus reportajes no verán la luz.
Hipocresía máxima que es como la broma que devoraba la madera de los barcos y no desapareció hasta que la contaminación acabó con el hábitat de los voraces anélidos, así que es de temer que mientras el poder festeje con la cultura, esto no se resolverá.
El caso es que catedráticos, académicos y hasta bachilleres (añoro los curas de antes entre los que había un pequeño porcentaje de rebeldes) viven con intensidad la obsesión de querer explicarlo todo desde el Latín, dejando al aire el profundo desconocimiento de otras disciplinas e idiomas que les lastra, carencia que se suele resolver con soberbia y con un cierre de filas de varias castas que deberían ser abiertas y generosas y son extremadamente cerradas y mezquinas.
Tengo la certeza de que son así porque no están seguras de lo que afirman.
Hoy toca a la familia del “test” y es la simpleza de decir que “test”, procede del latino “testü”, tapa o vasija de barro, solución que lleva consigo un camelo de cuidado arrastrándonos a la cueva de un alquimista y explicando que la prueba del oro se hacía en una vasija (crisol)…, que luego se olvidó el proceso y los ilustrados franceses lo recuperaron para que los ingleses lo hicieran universal.
Camelo que más que trola inocente es un delito.
Delito de las clases dominantes que enlazan oro, poder y magia para tener sus referentes de emergencia y que ignoran radicalmente que la Etimología (con esa u otra voz) existía mucho antes de que los filósofos griegos discutieran sobre la verdad; la etimología práctica, es una de las leyes fundamentales de lenguas como el Euskera que estos arrogantes2 intérpretes ignoran totalmente y en la cual, raíces, afijos y desinencias de entidad microscópica se combinan armoniosamente para ir explicando las características de fenómenos, elementos y sensaciones.
Delito pretender que hasta que no ha habido banqueros, prestamistas, usureros y falsificadores, no ha habido palabra para llamar a las pruebas que los propios latinos llamaban “probatio-onis”3, “argumentum” , “indicium” o “signum”, pero no test, como delito es no recurrir a la imaginación o a la intuición cuando los recursos físicos escasean…
Si uno carece de esos dones, puede recurrir a ver películas o documentales que recrean la vida paleolítica. Yo les recomiendo uno sobre la recolección de miel silvestre en el antiguo Ceylán, suficiente para imaginarse cómo han sido los avatares de la humanidad lejos de las bibliotecas y de las sacristías donde hay mucho material pero poca inteligencia.
Durante milenios, nuestros antepasados se han enfrentado a diario a desafíos conocidos y a otros nuevos que obligándoles a razonar, han sido superados gracias a objetos y a disciplinas aceptadas por su éxito4 por todo el grupo. Uno de los objetos “clave” para dar un salto espectacular hubo de ser la “soga”5 , un enlace de fibras de longitud indefinida que superaba a las correas y que permitía ser ejecutada al momento, sin esperar a largos procesos de curtido del cuero y las tripas.
Las sogas valían para colgarse de un acantilado y robar sus pollos al águila-azor o para cortar panales de miel como en la foto adjunta… para enlazar y someter a toros y garañones, para elevar menhires y para mil otras funciones peligrosas, por lo que hay que pensar que las sogas se probaban a tracción antes de que los valientes del grupo se colgaran de ellas.
No es solo una idea; nos quedan al menos dos voces que haciendo referencia a escalas distintas, así lo atestiguan. Una es “bramante”.
Aplicado a las cuerdas, hace más de cincuenta años que no oigo esta voz cuyo sujeto, el ovillo de bramante era antes muy usado en paquetería, en pesca y en otras actividades; se trataba de un cordel de cáñamo y lino, que antes de romperse “crujía”, avisando a los usuarios de la inminencia de este suceso si se seguía cargando. Este cordel llamado así por su grito o bramido, no tiene nada que ver con las finas telas de lino del Ducado de Braband que se importaban por Bilbao.
Sin embargo, esa importantísima cualidad de un cordel tan singular era ignorada por los sabios del renacimiento, que enfermos de su ansia de distinción y de demostrar su sabiduría, inoculaban a los lectores de la época continuos errores como el que ofrecía Covarrubias a los que compraron su “Tesoro”:
Con esta explicación, Sebastián quedaba como un auténtico sabio internacional, pero ocultaba o no sabía la verdad del nombre del cordón, cosa que cualquier zapatero le hubiera aclarado pidiéndole que pusiera el oído al tirón antes de untarlo con “la pez”6 .
A otra escala, los cables y cabos de los navíos, elementos sobre los cuales descansaba una gran responsabilidad (anclas, remolques, izado de cargas…), también tenían su prueba que se resolvía a través de ese mecanismo llamado “cabrestante”, que los académicos nos dicen que viene del Latín “capistrum”, cabestro, cabezada que se pone a los animales….
¡Ellos si que son cabestros (capones sin ideas)!.
Cabrestante es la evolución cultural de “kable estanda”, que es toda una oración compuesta por un sustantivo “kab” (cabo) con el significado de cuerda, un adjetivo, “blae”, elástico, flexible y un tiempo verbal, “estanda”, reventador; torno con el cual se hacían las pruebas de rotura de sogas, cabos y maromas, es decir, las sogas se sometían a un fuerte estirón con un torno de madera como el de la figura, pero más robusto y fijo entre dos árboles; así se controlaba su alargamiento y se tenía criterio para saber su aguante.
Esa acción era “tes tu” a partir de la raíz vasca “tes”, tracción, tensión y el sufijo de acción verbal, “tu”; es decir, estiramiento, seguramente el primer “test” sistemático, la primera prueba tecnológica que aplicó la humanidad.
Esa misma raíz está en lo textil que nos venden como derivado de “texo texui textum”, cuando es al revés, “tes” era el estado de tensión, de tirantez e “il” es la denominación del pelo y de las fibras unitarias en Euskera, padre y origen del “pilus” latino, de forma que al decir “tes (t) il”, el agente se está refiriendo a un bastidor o marco con hilos tensos, una trama lista para ir cruzándola con la urdiembre como en la imagen siguiente que al comienzo, sería probablemente una simple horquilla de una rama con el hilo ordenadamente enrollado, cuyo extremo se hacía correr alternativamente entre esa trama para obtener un paño elemental.
Los disparates del DRAE y sus acólitos llegan a todas partes, así, para dar una explicación al “texto”, se van a los tropos y determinan que su nombre viene de ser “un enunciado coherente” un tejido cuando en realidad tal sustantivo se origina en la falta de naturalidad, en la tensión (“tes”) con la que suele ser recitado un capítulo por quienes pregonan o predican en comparación con la frescura de la conversación distendida.
”Testulari” es el que recita con tensión, sin alma de poeta.
De todos es conocido que la coda “ari” indica dedicación y “tes tu” es un estado forzado y teatral del que antes se reía el pueblo, pero que las élites han sabido trufar para venderlo como una distinción de clase.
Algo parecido sucede con el adjetivo tieso que quieren que venga del Latín “tensus” y de una raíz indo europea “ten”, que en realidad es una variante de la “tes” vasca, originalmente “tes o”, muy tenso, la moda de la diptongación en Castellano, lo dejó tieso.
Es posible que hasta el techo que todos dan como evolución del “tectum” (techado, participio de “tego texi…”) latino que se basa en las tejas y que catalanes, franceses e italianos usan con formas tan distintas, mientras los occidentales (portugueses, gallegos y castellanos) recuerdan a “tesho” y a la tensión con que durante milenios los pueblos pastores montaban oportunamente orientadas sus tiendas de lana tejida.
[1] Del Euskera “bilau ko”, perteneciente a la maldad. [2] Voz procedente de la fusión de “harró” (orgullosos) y “ande” (grande), gran orgulloso. [3] Prueba, prova, común en muchos idiomas, que tampoco es latina, sino una alteración del “apur aba” vasco, “pedacito a la boca”, verdadero ensayo de riesgo limitado para los alimentos desconocidos… [4] Triunfo, que pese a lo que se escribe, no tiene relación alguna con el “exitus” latino, salir, salida, sino con “esi tu”, cercar, acorralar a un animal, acción importantísima en una época. [5] Que no existe en Latín, donde lo más cercano son las pantuflas de borceguí, “soccatus”, sino del Euskera “sok ga”, donde “sok” es la rigidez y “ga” su ausencia, constatando que la flexibilidad conseguida con el trenzado, fue un gran avance. [6] Alteración de “lab bitx”, crema, brea de horno, la que se deposita en la cúpula de las pejegueras.