DONOSTIA & SAN SEBASTIÁN
El “doble nombre” de la ciudad más bonita de Euskadi trae de calle a muchas generaciones de etimologistas que han aportado varias soluciones que se recogen con regocijo y cierta “maldad” en cuanto se busca un poco en “la red”.
Como comparto afición con estos interpretadores las miro y analizo desde mis particulares puntos de vista basados en la frecuencia de aparición de nombres similares, en las –limitadísimas- posibilidades de evolución de algunos topónimos y en el sentido común que usaban nuestros antepasados para llamar a los lugares.
Vaya por delante la afirmación de que los hagiónimos son escasísimos en España y que la mayor parte de lo que parecen santos y santas, no son tales, sino la consecuencia del “rebautizado” de numerosos lugares que ya tenían nombres parecidos a los que resultaron de la aplicación del cristianismo en los últimos dieciocho siglos.
Tengo una colección inmensa de ejemplos que no procede citarlos aquí y que desbaratan las teorías que han seguido –gustosa y cómodamente- generaciones de apoltronados “sabios de academia”.
Escasísimos, pero algunos hay. Dejemos San Sebastián –de momento- y tiremos de Donostia.
“Donostia”, así, con todas o casi todas las letras hay muy pocos aparte de la ciudad. Uno en Irura (Donostia Arkaitza), otro en Ereñotzu (Donosti Basoa), un par relacionados en Leioa (Donosti Txikerra y Donosti Goikoa).
Pero la coda “osti, ostia”, es en cambio muy frecuente: Armostia en Treviño, Belosti en Gordexola, Ostias en Huesca, Gosti en Mallorca, Gorostia en Navarra (ojo, un acebo no da nombre a nada), Ichostia en Monreal, Navarra, Korosti, también en Navarra, La Hostia en Toledo, Las Hostias en Valladolid, Ostia en Alicante, Peña La Jostia en Asturias, Sierra de la Hostia en Cáceres…
También lo son sus variantes “oste”, “noste”, “losti”, “nosti”, “loste”… con cientos de casos.
Esto quiere decir que lo más probable es que la parte final de Donostia, “ostia”, no sea un capricho ni esa evolución fantástica que quieren los académicos y que desde “San Sebastián” en doce pasos a partir de trasplantes y evoluciones regladas, llega a “Donostia” por el arte del birle birloque, como si las gentes fueran estúpidas y se pudiera cambiar un nombre de referencia a otra cosa distinta col la facilidad que ellos hacen cábalas con los sonidos.
Con el comienzo, la cosa no es tan fácil, aunque hay un buen ciento de topónimos que comienzan con “Dona, Done, Doni, Dono y Donu” : Donas, Donasol, Donatz… Donelle, Donesolo, Donezegui…, Donibane, Donide, Doniños, Doniz…, Donolive, Donoso, Donosoa, Donosti, Donostía…, Donustebia…
Sin embargo, la variante “duna” es mucho más frecuente, encontrándose unas cuarenta del tipo “Aduna, Dunabeitia, Verdunas, Salduna…”. Más aún lo es la forma sorda “tuna”.
¿Qué significan en Euskera las partículas que se forman alrededor de “ost” y “dun, tun”?.
Veamos primero una imagen del Donostia de alrededor de 1860. En ella se aprecia claramente el Monte Urgull que protege de los temporales dominantes a su parte Sur, donde en esa época la ciudad quedaba transformada en Isla con la marea alta.
Era una ciudad detrás de una mole.
¿Dónde más se aprecia esto en el Cantábrico?
Que yo sepa y lo haya estudiado, en Santoña y en Gijón.
En la primera, con el Monte Buciero que protegía a la Santoña inicial y en el segundo con la peña de Cimadevilla, a cuyo socaire se creó Xixón. Esto lo dejamos para otro día.
¿Qué hay en común en estas tres localizaciones?
Algo relacionado con las etapas geológicas que es necesario saber para no caer de lleno en los vicios de los documentalistas, que pretenden sacar información de lo que otros –tan mal informados como ellos- escribieron hace tiempo.
Casi todo el mundo sabe que la altura media de los mares en el mundo varía según la cantidad de hielo “continental” que haya en cada momento… Pero también hay partes de la corteza terrestre que –al margen de los hielos- sufren procesos de emersión o inmersión, mucho más lentos en general, pero muy rápidos a veces.
Nuestra costa cantábrica es un ejemplo de ello y es necesario quitar de la mente la idea de que los nombres de lugar los ha traído un celta, un galo o un fenicio hace dos o tres mil años, para admitir que muchos de los nombres pueden llegar a ser de la época templada entre las glaciaciones Riss y Wurm (hace sesenta o setenta mil años).
Esto es importante, porque aquí no juega solo la elevación del mar que ha sido constante desde hace 17.000 años, sino que la elevación de la costa, a veces ha sido más determinante que la elevación del mar y así, entre los fenómenos de elevación terrestre y deposición de sedimentos, ríos como el Urumea, que eran navegables hasta Ernani, ahora no lo son.
En una época anterior a la de los mapas y cartas que tenemos, es posible que “La Concha” (que nada tiene que ver con una concha de almeja, sino con los lagos que se formaban en este proceso geológico) tuviera una “manga” o tómbolo exterior que formaba una especie de duna junto con la masa del monte Urgull, protegiendo de forma muy eficaz al lugar donde se edificó la ciudad, que quedaba a salvo de los temporales y bañada por el sol.
Antes de eso, durante largos periodos, los ríos Muño y Urumea, desaguaban hacia el Noroeste por donde indica la línea de puntos, pero las condiciones del entorno cambiaron y las salidas se forzaron al lado Oeste de Santa Klara (sandakalá o canal en la arena) y de Urgull, circunstancia que aprovecharon los locales para canalizar definitivamente el río principal por esta última salida, dejando La Concha como una bahía.
Nuestra voracidad urbanizadora se ha comido en unos cientos de años todas nuestras dunas para sacar arena, hacer urbanizaciones o campos de golf, así apenas queda nada de la del río Barbadún, la del Nerbioi, yace bajo los palacios de Zugazarte, la del Butroi (recién destapada) hay que saber mucho para distinguirla, la del Estepona bajo el restaurante “Arimune”, la del Oka devastada continuamente por los dragados, no consigue recuperarse, de la de los arroyos Linapotzu y San Pelaio en Zarautz (ojo a los “sande…” y “sanpe…”) solo quedan cincuenta metros…
Pero “duna, tuna” es un término euskériko complementario de “muné” y no “neerlandés” como quieren que sea los sabios, término que expresa amontonamiento, concentración, pero, ¡ojo!, es una acumulación no absolutamente estática, sino que puede estar sometida a una ligera traslación.
El paradigma, las dunas marinas.
El nombre de ese lugar privilegiado tras el monte y duna, “duna ostea”, (donde “oste” todos sabemos que es “lo que viene detrás”, un precursor del “post” latino) y su cambio, muy ligero para dar “Donostia” y quedar así definitivamente aunque ya no haya duna.
Otro día nos entretenemos con san Sebastián.
Grande, Javier!
Y lo podríamos hilvanar unos ‘pocos’ kilómetros más abajo con Doñana… ?Estamos muy lejos si decimos que podría estar asociado a Duna-Ana… la Gran Duna…???
Un abrazo, agur!
PM.
A mi me parece que eso está mas cerca de la realidad que el pensar que un territorio inmenso de casi 120.000 hectáreas haya recibido su nombre porque Ana (la de los Éboli) se haya ido allí a pasar unas vacaciones.
Estamos narcotizados por las obsesiones humanistas que quieren ver huellas de gestas, de santos y de nobles en todas partes. El mismo Zahara de los Atunes, seguramente no lo es por los cimarrones, sino por la gran duna que hay a su espalda.