La que posee. En la toponimia abunda este aparente sustantivo y adjetivo en forma femenina (alrededor de 300 lugares lo llevan) y lo primero que extraña al estudioso, no es tanto que los etimologistas digan que “Fuentidueñas” sea la dueña de los manantiales, sino que la versión masculina solo aporte quince lugares en un país que ha sido paternalista (por no decir, machista) hasta hace poco y entre ellos, solo uno clarísimo, el Cerro de Los Dueños, cerca del río Cigüela, en plena Mancha, un cerrito de cincuenta metros cuadrados, muy pequeño como para ser compartido por dueños.
El año pasado se homenajeaba a Antonio de Lebrija, individuo déspota y manipulador famoso por haber creado una gramática castellana hecha a “matarrasa” y culpable de que la filología haya entrado desde entonces en una órbita equivocada que ya tiene tantos seguidores económicos, que será muy difícil corregirla sin cataclismos, insultos ni descalificaciones.
Hace cinco siglos se abandonó definitiva y arrogantemente la asunción de considerar que la lengua castellana estaba incardinada en otros orígenes distintos del Latín, pero como aparte de los libros de iglesia y latinajos medievales, hay mucha información geográfica por veredas y andurriales, puede que esta “dueña” sea la primera cereza que se saque de un cesto en el que hay miles esperando a engancharse a la lideresa y corregir un rumbo que nunca debió tomarse.
Desde hace mucho tiempo (iba a cumplir el servicio militar en León y pasaba a menudo por Dueñas, en Palencia), tenía la sospecha de que su nombre tenía que ver con el Cerro del Castillo y tras revisar cientos de nombres parecidos y sus fisiografías, veo como muy probable que este y otros dos mil nombres parecidos se originen en “dui ña, dui ña as”, algo así como “muela al límite, muela rocosa al límite” 1), en referencia a la poca superficie y roca de los escarpes como el de este cerro (apenas 1000 m2) que es puerta de entrada noroccidental en la comarca de El Cerrato, donde este modelado abunda.
En la imagen, Dueñas desde El Castillo, un castillo que desde el siglo IX se edificó y reedificó con los sillares sacados de allí mismo y que finalmente acabaron hace dos siglos en las esclusas del Canal de Castilla, desapareciendo la roca del alto.
Los ejemplos de este nombre y fenómeno son numerosos en las áreas con cerros -algunos sobresalientes- como la roca denominada Zafra en Campillo de Dueñas, Guadalajara, donde ambos nombres encajan con su morfología, “zaf har a”, que los hipercultos tratan de explicar desde el Árabe “azah”, apartar, pero que en Euskera arcaico no deja dudas con “zaf”, potencialmente desgajable y “har”, piedra, roca: La roca que desliza (detalle puntual) de una muela mínima sobre una lastra inclinada que domina el pueblo y en cuyo nombre figura la información genérica de una muela mínima y con riego de desprenderse cuesta abajo.
De los trescientos nombres, merece la pena destacar algunos más como los Barrancos de Dueña Juana, de la Dueña, del Tío Dueñas… en Javalambre, Gran Canaria y Cordoba respectivamente, la muela de Cantidueñas en La Demanda, Cedueñas en los Montes del Cierzo, con una bonita colección de pequeñas muelas (“se”, menudo, pequeño) o el morro de Cigadueña en los Arribes, “zig”, escuadra, quiebro…, la muela del quiebro (en rojo).
En los cuatro planos siguientes, Cuevadueña en Soria, al pie de La Muela, en la zona de nacimiento del Alagón en Salamanca, donde Dueñas está en el pico principal, en la Sierra de Dueñas y en varios predios y poblaciones, otra sierrita de Dueña, con iguales características está en Cáceres y una más en esta provincia, donde además de que una ladera de la larga Sierra de los Caballos se conozca como Sierra de la Dueña, hay un gran canchal o pedriza “De la Dueña” al pie de un farallón y el Pobo de Dueñas al Norte de Guadalajara en el centro de una colección única de cerritos como La Horca, Mingalbo, El Quijarejo, Palancarejos, La Atalaya…
Y llegando a Fuentidueña, comarca segoviana rasgada por el Duratón y varios afluentes antes de llegar a Peñafiel en numerosos barrancos con otros tantos oteros residuales hay al menos una decena de lugares que llevan como segundo apellido “Fuentidueña”. Pero hay al menos otras dos Fuentidueña, una en Córdoba, apenas una granja al pie de la Loma de Piedra Morena, otra en el Sureste de Madrid, al pie de dos castillos, el Castillo, sin más y el Castillo del Piquillo.
Por fin, también hay Fuentesdueñas (que no es fuente) en la montaña palentina al pie del Castro de San Juan.
También hay lugares engañosos como la Laguna de la Dueña en Sahagún, antes “Lagueña”, que ha mudado la “g” original por una “d”, mucho más académica. Y otros muy interesantes como la Loma de Peña Dueña a más de 1700 metros en el límite entre Asturias y León, el Morro de la Dueña, uno cerritos de la zona volcánica de Ciudad Real, Otero de las Dueñas, en León al pie de la loma afilada del Cerro de la Lomba… y para terminar, Quintanadueñas, entre el Páramo de San Antón y el río Ubierna, donde el nombre original fue probablemente “guinta an a due ña as”, algo así como el extenso alto de oteros pétreos”, un gran alfoz con un balcón de casi doce kilómetros de desarrollo.
Además de las trescientas dueñas, los nombres que llevan “bueña, cueña, gueña, güeña, hueña, lueña, pueña, queña, rueña, sueña, tueña, zueña…”, suman otros trescientos, circunstancia que hace pensar seriamente porque casi siempre hay un cerro abarrancado y si además se incluyen los formantes con diéresis, como “argüeña, cigüeña, bagüeña, igüeña, fagüeña, güeña…” se juntan casi otros dos cientos, nada raro para la España interior, dominio de miles de “cerros testigo” y de otras manifestaciones fisiográficas de la erosión en masas sedimentarias.
Hay que pensar que la forma más abundante, “dueña”, tiene más probabilidades de ser la original; de hecho, se sabe que la “d”, muta sin problemas a “t”, “s” y “z”, pero a veces, se pierde y queda como una aspiración que los correctores de la santa lengua completan con una “h” o incluso una “g”.
Si estas derivas parecen muchas, un análisis integral y sin prejuicios del territorio, aporta mucha más zozobra que seguridad, aunque de esas navegaciones difíciles suelen salir maniobras que pueden resultar útiles para otros entornos.
Lo primero que se observa en un análisis somero pero general, es que en el “huso 31”, que se corresponde con los territorios en que se habla Catalán, no aparece una sola “dueña”, voz que en esta lengua no tiene el mismo significado que en Castellano donde equivale a dueña, es “senyora, propietaria…”.
Dueña se origina sin género en el Vasco o Euskera “du ena”, el que posee y sin embargo en esta lengua, aunque esta forma aún se entienda, solo se use en literatura, en tanto que la voz más usada es “jabe”.
Esta reacción ha sido muy corriente en la diacronía secular del Euskera, basada en que cuando las lenguas cercanas toman voces suyas como préstamo, son anatemizadas y se crean otras alternativas generalmente de peor calidad semántica, peores que las primitivas.
Entonces, ¿qué ha pasado en la zona oriental española?… Pues algo parecido a lo acontecido en el resto a lo largo de milenios, que los nombres del tipo “dueña”, han mutado a “doña” en la occidental y a “dona” en la oriental, voces mejor comprendidas y eufónicas. Así, el número de “doñas” desde Canarias (solo seis) hasta el límite catalán, es casi cuatro veces mayor que el de “dueñas”, sin embargo, por mucho que se rasque, solo aparecen cuatro doñas en el Huso 31, Torres de… Doña Blanca, Doña María y Doña Tula y ellas en la zona de Barbastro y Binéfar, no en Cataluña.
Sin embargo, en todo el país, el número de “donas”, supera al de doñas, llegando casi a mil y de ellas, doscientas en el sector oriental y en Baleares, así, los topónimos se repiten con pequeños matices tan absurdos en una como en otra zona, poniendo de manifiesto que los nombres originales fueron iguales y que la natural tendencia al alejamiento de los dialectos respecto a la lengua matriz ha cambiado “dueña” por “doña” y “dona” como se puede ver en muchos ejemplos: Picos de la Dueña en la España occidental hace Pic de la Dona en la oriental, la Roca de la Dueña, Roca de la Dona, etc.
Con estas cifras no es disparatado plantear dos nuevas hipótesis aparte de la ya planteada para la consonante inicial, de procesos que se han podido desarrollar a lo largo de milenios: Una es que la forma más compleja “du e ña”, aporta más información que las contractas del tipo “doña” o “dona” si el análisis se hace con el Euskera y por tanto le corresponde ser la vernácula.
Otra es que la fuerza de la normalización que emana de las lenguas españolas que se van diferenciando en los últimos cuatro o cinco milenios según el sedentarismo va limitando el efecto de “acercamiento y homogeneización” que se produce cuando los intercambios sociales y la dinámica de las poblaciones es grande, los reguladores de la lengua, las academias populares y elitistas, van consolidando los nombres con las evoluciones y gustos de cada territorio, sustituyendo acepciones que suenan “incongruentes” por otras que el pueblo entiende.
Así se ha perdido la inmensa totalidad de los significados de la Toponimia, que el uso acertado de una Arqueología del Lenguaje basada en las raíces del Euskera y en los aspectos científicos de Geología, Fisiografía, Edafología, Hidrología, Climatología y también cuestiones sociales y otras relacionadas con el Pastoralismo y las Industrias prehistóricas, puede comenzar a explicar.
[1] Estos cerros terciarios, testigos de un fondo de mar continental, suelen resistir mientras la capa superior no desaparezca