Hace décadas que este autor hace público de cien diferentes maneras que el Euskera transmite de forma rotunda la evidencia de que el dominio de los rumiantes, su posibilidad de doma y capacidad de transportar cargas, la comprensión de sus biologías y temperamentos, la explotación de su leche, carne, pieles, intestinos, tendones, huesos, pelo y estiércol fue el cimiento de futuras civilizaciones que se basarían en la agricultura a la que fueron añadiendo otras actividades lógicas como la propia ganadería “de cercanía”, el ensilado y las conservas, la construcción y lo textil, la navegación, los metales y la guerra…
Sin embargo, ha habido que esperar a que el Harvard Magazine de Septiembre de 2020 publique un estudio basado en la constatación científica a partir del análisis de piezas dentales de un enterramiento y que el Instituto Max Planck continúe ahora con las investigaciones que confirmaban que los mogoles de hace 4.000 años ya desarrollaban la “dairy culture”, es decir, ya ordeñaban yaks, yeguas, ovejas y cabras como lo hacen hoy.
La arqueología física apoyada por otras disciplinas es determinante para colocar “hitos” que nos ayuden a tener una referencia espacio-temporal con garantía de cómo ha sido el pasado, pero hay otra modalidad de arqueología, la lingüística, que puede rellenar los inmensos huecos entre estos hitos, explicándonos mil detalles del territorio y sus sistemas, del clima, de los hábitos de los animales, de las técnicas de los humanos para manejarlos, de cómo aprovechar sus productos y su potencial…
El Euskera tiene muchas de estas claves, pero también otros idiomas guardan informaciones insospechadas, que un mal uso de siglos (o de milenios) de la Etimología centrada en obsesiones cultistas que referenciaban todo a las lenguas con más epigrafía, han difuminado, han dificultado y retrasado los avances que ahora se están dando con cuentagotas, porque departamentos enteros de universidades recelan de que nuevos descubrimientos puedan derribar todo un edificio que no cumple con su verdadero mandato de buscar la verdad, pero del que viven muchos oportunistas que han degradado la literatura científica hasta convertirla en una sopa de referencias insustanciales que se alargan exagerada y pesadamente sin aportar novedades y sin querer que los horizontes se amplíen.
Un mundo donde medran los mediocres, insignificantes por separado, pero que asociados son como los pelos que acaban atascando los lavabos.
Nuestra lengua determina (por ejemplo) que el queso es un gran invento paleolítico que consiguió “de golpe” varios éxitos contundentes.
El primero, conseguir que un producto perecedero como la leche, se hiciera resistente a la pudrición y conservara su poder nutritivo durante meses. El segundo, rebajar mediante la hidrólisis combinada con la salmuera, que los niveles de lactosa de la leche, que eran intolerables para muchos adultos, se rebajaran a la cuarta o sexta parte en el queso, con lo cual este alimento pasaba a ser un producto estratégico durante los desplazamientos de los grupos nómadas de pastores.
El queso y sus derivados permitían acopiar recursos en la estación de alta productividad, cuando los ganados tenían tanta hierba que no necesitaban deambular para buscarla y procesarla para más adelante, cuando ya no hubiera recentales que amamantar, la hierba se fuera disecando y hubiera que cambiar de escenario y hasta de región.
Además, el queso tomaba diversas formas, consistencias y sabores y era una base ideal para combinar con la miel, semillas de gramíneas y con diversos frutos, transformándose en el paleolítico en algo parecido a lo que fue el carbón durante la Revolución Industrial o el petróleo en el siglo XX, un elemento cultural central.
Pero si alguien busca en lo oficial el origen de este nombre, toda expectativa de análisis se agota en el Latín donde lacónicamente se copian todos los autores y certifican que su nombre procede del “caseus” que los romances hicieron “kaisu” y queso, pero que no significa nada, como si fuera lo que estos estúpidos llaman “una voz expresiva”. Así se ahogan miles de fuentes de información que debieran continuar porque los guardianes del Latín dificultan cualquier avance.
En este caso, es absolutamente falso que el espontáneo “caseus” haya creado la caseína y el queso.
El proceso es el inverso: “Katz” es la sal en Euskera y “eiña” es el participio del proceso de fabricación, por lo que “Katz eiña” significa “elaborado a la sal”, la inmersión del condensado cuajado en salmuera, paso fundamental para conseguir el curado del queso.
“Katz eiña” ha dado en la caseína y en el queso, conservándose aún en Vasco el recuerdo de ese comienzo en uno de los nombres del queso, “kaz taia”, que viene a ser lo mismo, “trabajado a la sal”.
Algún lector que conozca la dinámica de los rumiantes, que tenga una idea de cómo eran las llanuras europeas, asiáticas y africanas antes de la extensión de la agricultura y selvicultura y que analice las novedades con lógica, probablemente no se habrá sorprendido por esta noticia que “revuelve” uno de los axiomas más rancios de la antropología romántica como es el que plantea sin duda alguna que la Agricultura fue la actividad que catapultó a la humanidad hacia la cultura y el éxito, actividad y arte que luego se fue reforzando con otras artes menores (como la ganadería) y que antes de ese salto, los miserables grupos de humanos se dedicaban a la caza y a la recolección.
Este planteamiento se afianzó con gusto en el siglo XVIII, inoculado por personajes de la alta sociedad, por ilustrados que presentaban a los “hunter-gatherers” como verdaderos salvajes brutos e ignorantes, así que les llamaban “hombres de la piedra” y la población de la época se sentía avanzada, cómoda y segura comparada con aquéllos desgraciados. El paradigma fue asumido también por los sectores de la Investigación y la Enseñanza y transmitido así a generación tras generación que no se abría a otros campos.
Ahora, si estos primeros pasos continúan aportando nuevos indicios de que la ganadería fue la forma de vida económica por excelencia en el mundo entre el Paleolito y Neolito e incluso después en grandes áreas esteparias, habrá que reconsiderar aspectos como las migraciones, la transmisión cultural, los nombres de lugares, las ramas lingüísticas y toda la arquitectura que se ha montado con hipótesis insostenibles sobre la difusión de los grupos humanos, los llamados refugios glaciales o la tardía explotación de la que debió de ser durante milenios la fórmula magistral para que homínidos salidos del ecotono entre selva y estepas, se aprovecharan de una verdadera despensa andante como son los herbívoros en general y los rumiantes y camélidos en particular.
Si se acomete una investigación que reconozca esta dinámica y si se apoya con lenguas como el Euskera que guardan la clave de muchos misterios, los avances serán espectaculares.