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El sereno, la serena.

Tres son los significados más aplicados para el sereno y los tres poco o nada usados; el primero, el agente con llaves y chuzo que rondaba las calles de las ciudades, el segundo, un estado de tranquilidad y el tercero, el ambiente de ciertas noches límpidas.

De este último es el que merece la pena hablar por el enigma que arrastraba hasta hace poco y por tratar de “recuperar” su sentido, ya que hoy en día es muy raro que alguien te advierta de lo malo que es “estar al sereno”.

Lo primero y más importante es que no todas las noches “traen” sereno; el sereno era consustancial a un cielo sin nubes y a un aire quieto. Posiblemente el concepto físico mejor relacionado con el “estado de sereno” sea el del “punto de rocío” o temperatura más alta a la que para unas condiciones de contenido de vapor del aire, el agua comienza a condensarse en gotas minúsculas.

El sereno solía percibirse con un ligero escalofrío en algunas noches de verano y tías y abuelas advertían a los presentes de la conveniencia de evitar la exposición so pena de agarrar algún resfriado o algo peor…

Advertencia especial era para los recién nacidos, que bajo ningún concepto podían exponerse al sereno.

No hay –o al menos yo no he encontrado- argumento médico contrastado alguno que corrobore o recomiende aquélla precaución, más allá de la referencia a algún ensayo estadístico con resultado significativo, pero sin explicación científica.
Entonces, ¿de donde vienen nombre y precaución?.

Esta segunda suele ser consecuencia de la observación y no es extraño que generaciones anteriores que se exponían a condiciones exteriores muy variadas, observaran con más frecuencia que hoy en día posibles correlaciones entre exposiciones a agentes o situaciones y debilitamientos o problemas de salud.

En cuanto al nombre, la serenidad como estado parece algo radicalmente opuesto a riesgos o propensiones para inicios de flaqueo de la salud, así que hay que pensar en un homófono que signifique otra cosa.

Éste, bien pudiera ser la raíz “ená” que aparece en voces como “enagua” o “gangrena” y que en Euskera viene a significar algo sucio, pútrido, ponzoñoso, portador de miasmas…

Este adjetivo complementando a “zer”, esencia, vector, viene a crear “zer ena”, concepto parecido a la idea de patógeno, de algo que comporta riesgo para la salud.

Al conservar el Castellano esta palabra, generó su imagen masculina “sereno” que ha competido e incluso superado en uso a la original: Estar al sereno, estar a la fresca.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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