Caza y Pesca Euskera Prehistoria Sociedad

Ela, ele», la raíz del lenguaje.

 

Aunque tanto hoy en día como ayer y siempre se hayan escrito muchas bobadas amparadas por un ambiente propicio, me gusta releer de vez en cuando libros antiguos para ver si descubro aquella frase que me llamó la atención, aquella sentencia que compartí o rechacé. Así, hace unos días, buscaba en el capítulo de Formación de las Voces del Diccionario Etimológico de Felipe Monlau, el punto en que hablaba de las raíces, comprobando que el hombre (uno de los prohombres del momento), no sabía nada del Euskera a pesar de los revuelos que décadas antes habían protagonizado apologistas y enemigos de esta -tan desconocida- lengua.

Felipe decía:

Monlau, hombre con profundos conocimientos en muchas disciplinas, se animó a tratar la Etimología y ese Diccionario es un documento imprescindible para saber las coordenadas en que se han movido los autores que han puesto las patas a esta mesa de los análisis de las lenguas, mesa que sigue cojeando después de tres milenios de atrevidos que creen que coser es tener aguja.

Fue criticado por hipercultos de su época porque no conocía el Hebreo o el Sanscrito, pero nadie le criticó por desconocer absolutamente la lengua vasca que es el primer peldaño de una escalera imprescindible para moverse por estas lenguas del occidente de Europa.

En su teoría sobre las raíces y lo que las rodea, tanto Monlau como la práctica totalidad de los eruditos y “espontáneos” desde el siglo XV hasta ahora (excluyendo los vasquistas, desde Erro, Echave y Hervás, hasta Moguel, Larramendi, Astarloa, Imanol Agirre, Juan Goitia…) se dan por satisfechos porque tanto en los análisis del Castellano, como en los de otras lenguas cercanas pregonan sentencias como que “el interés de la lengua castellana (y de toda lengua derivada) queda en rigor satisfecho con solo determinar el origen más inmediato”, disparate del mayor nivel imaginable, según el cual, toda investigación queda limitada a la epigrafía disponible y así nunca se ha podido llegar al núcleo de la creación, una de cuyas partes está en el Euskera, porque esta lengua ha sido eminentemente oral.

Esta frase que sintetiza aquello de “¡antes de mí, nada!”, esbozando un mundo sin prehistoria, un mundo que empieza en las siete colinas de roma, en la batalla de Salamina o en la Héjira, mundo en el que unos pocos comienzan a vivir de la cultura a expensas de la masa y -para ello- crean unos paradigmas que no aguantan el menor análisis racional, pero que repetidos una y otra vez y ante la indiferencia de esa gente que han perdido el interés por los sucesos antes contados por los ancianos, lo extienden como un verdadero axioma hasta el punto de que cientos de generaciones de estudiantes y aspirantes, han tenido que dar unas respuestas falsas si querían acceder a los grados o a los empleos a que aspiraban.

Este ha sido el mundo de las Humanidades desde el siglo XV, pero al incorporarse Ciencia y Tecnología a la cultura integral en un movimiento que parecía magnífico, tampoco hubo gran interés en contrastar los paradigmas reinantes en tema de lenguas y llevamos tres siglos compartiendo preceptos que causan vergüenza a las inteligencias en cuanto esta supera un umbral, pero sin hacer nada organizado para erradicarlos. Uno de ellos es la inacción para ensayar la “bajada” un escalón por debajo del invento que llaman “Indo europeo”, cataplasma que parece haber consolado a las mentes que pedían “algo”, pero que queda muy lejos de mostrar una Prehistoria que puede reconstruirse sin necesidad de mensajes escritos.

La escritura como exaltación de la Cultura, como hito diferenciador de pueblos avanzados y atrasados, es otra de las bobadas que se han hecho virales en la época de los imperios. Cada vez son más los pensadores que auguran una vida corta para ese mundo de signos con valor sonoro que será sustituido por soportes y vehículos que actuarán directamente en nuestro sistema neuronal y la escritura quedará como la esgrafía, apenas algo estético para exteriores.

Algo parecido ya existió antes y hay muestras infinitas de que la memoria adecuadamente gestionada y apoyada de inputs sensoriales y sentimentales, es tan eficaz como la escritura o incluso superior.

La pervivencia de idiomas como el Euskera, que a nivel popular han desconocido la escritura y que son capaces de remover losas pesadas como algunos de los ejemplos que se van a tratar aquí, es una muestra que posiblemente se puede extender a otros ámbitos. Aquí, se pide al lector un esfuerzo de abstracción, un rechazo momentáneo a las etapas que le han inculcado -a veces conscientemente, a veces subrepticiamente-, como aquélla que dice con intención peyorativa que durante gran parte del Paleolítico, las tribus humanas han vagado formando grupos de cazadores-recolectores hasta que la dedicación progresiva a la agricultura les ha permitido asentarse en un territorio, acumular recursos y dedicar parte de ellos a la ganadería, para sucesivamente dedicarse al comercio, la guerra y la ciencia.

Todo esto han sido elucubraciones montadas a partir de conceptos de riqueza y cultura muy limitados y debidos a los fenómenos sociales que se produjeron en Mesopotamia, Egipto, India o China, su concentración de recursos y su capacidad para defenderse de ataques externos a la vez que sometían al nivel de súbditos a sus propios paisanos.

Hay acuerdo científico en que el género humano se consolidó en las periferias de las grandes arboledas templadas y desde ahí se fue extendiendo hasta ocupar en un periodo de unos pocos millones de años, todos los biomas de la Tierra. Lanzarse desde esos cinturones a las planicies, cuencas y montañas exige vencer una especie de “fuerza gravitatoria” que retiene a ciertos conjuntos de seres en unas formaciones organizadas según un principio que recuerda al de la “mínima entalpía” y que tiende a permitirles sobrevivir mientras no haya grandes cambios. Los humanos lo superaron por la inteligencia que les permitió imaginar otras fórmulas.

En la imagen, sabana, un bioma que es exuberante una o dos veces al año y que marca una explotación dinámica de sus recursos. Estepas, tundras, taigas y periferias de bosques templados ofrecían una dinámica parecida, muy diferente de las selvas tropicales y ecuatoriales.

Si los humanos vencieron esa fuerza de retención es porque consiguieron aprovecharse de animales herbívoros con los que formaron asociaciones que algunos llaman “comensalísticas” y otros, simplemente, pastoriles. Grupos mixtos de humanos y ganado en que los humanos defienden de otros predadores a sus “rebaños” y a cambio les cobran una renta en transporte, leche, carne y otros productos, una renta permanente, voz cuyo origen es necesario discutir sino rechazar como derivada del Latín “reddere” (rendirse, que carece de la nasal “n”), renta cuya esencia y concepto no es la devolución o amortización de capital, sino el derecho a una parte de la producción, siendo mucho más coherente que sea la evolución de “har enda” (arrenda, donde “ar” es la recepción y “enda” las crías recientes), que por aféresis y ensordecimiento acaba en “renta”, con el significado práctico de, “toma de recentales”; una forma elemental de que un pastor comience a tener propiedad y mecanismo del inicio elemental de la producción de capital en la ganadería dinámica.

Este sistema aparentemente sencillo, es de una gran complejidad porque exige un gran conocimiento de los ámbitos, comportamientos y posibilidades de cada especie y raza de ganado, una gran tarea que el Génesis describe para quienes sepan leerlo.

Muchos de los herbívoros, vocacionalmente migrantes, brindaron a los humanos la posibilidad de recorrer el mundo e ir aplicando a cada región las reglas que mejor se le adaptaran; también el conocimiento de las etologías animales, las formas de doma, la valorización de sus productos, la observación de enfermedades y plagas, las invenciones y la investigación como denominador común de cada episodio que acabaría aportando palabras nuevas de gran coherencia semántica.

Montada la unidad que se define como “rebaño” y basándose en la tendencia de cada especie a concentrarse en torno a un macho dominante, el pastor estimula esa querencia y la explota para manejar el grupo.

Una de las cuestiones fundamentales era la localización de ese rebaño cuando se le dejaba solo por algún tiempo. Imagínese una garriga con arbolado bajo y pasto disperso donde en una milla cuadrada hay tres rebaños. ¿Cómo sabe cada pastor por donde se mueve el suyo?

Para unos humanos curiosos que disfrutan descubriendo un mundo diverso y disponen de mucho tiempo libre, conseguir fonolitas o cualesquiera otras piedras sonoras no es un problema. Tallarlas con una determinada plantilla, perforarlas y colgarlas por pares o tríos del cuello de algunos de los “elementos líderes” del rebaño, una distracción, casi un juego: Al mínimo movimiento en el silencio de la noche, el tintineo de las piedras puede oírse a un kilómetro.

Hay familias de piedras sonoras que talladas según grosores, formas y longitudes, reaccionan a la percusión con tonos casi puros.

Cada pastor, cada grupo conocía el tono de sus piedras (“zintzarri” o piedras encintadas, de donde procede el nombre del cencerro), así, tras unos minutos de atención, puede determinar de donde le llega el sonido.

¿Cómo se llama en Euskera al sonido, al ambiente tonal de cada rebaño?… “Elæ”, morfema polivalente que si en el monte se refiere a cómo suena el rebaño, en el mundo culto se refiere al lenguaje como conjunto diferenciado, a eso que decimos “me suena” cuando oímos hablar a griegos, franceses o italianos que según épocas y lugares ha decantado en “ela” o “ele”.

Este “ele ela”, aparece engarzado en un gran número de voces del Castellano que se refieren a distintos aspectos del lenguaje que nuestros sabios atribuyen a los consabidos orígenes, recurriendo para ello a las más pintorescas alteraciones que un idioma muy conservador -como este- nunca aplica. Se van a comentar aquí voces tan corrientes que corresponden a verbos y sustantivos como hablar, callar, adular, apelar, copla, elegancia, el camelo, la trola y la bola, la charla, los balidos y alaridos y los elefantes

Es de ley comenzar por el primer verbo relacionado con la comunicación: Hablar.
Verbo común que es tan lejano el “loqui” latino, que se han inventado una historieta a través de “fabulare”, contar cuentos y han limitado a su gusto una ley fonética para que las efes se transformen en haches, cuando tal ley es circular, todo para explicar que primero se contaban fábulas y luego se aprendió a hablar… ¡de locos!.

“Abo” es en Euskera el conjunto bucal y “ela” es el lenguaje, su modalidad.

Hablar no es otra cosa que la evolución de “abo ela”> “abla” que se ha hecho verbo y quiere decir “comunicación con la boca”, dejando claro que había otras formas de comunicarse (signos, señas, silbidos, golpeteo…). Aunque en Castellano se use poco, parlar y sus variantes, es usado en Catalán, Francés, Italiano y tiene un origen parecido en el que interviene “parr”, extenso, sin limitaciones y de nuevo “ela”, haciendo en conjunto, “par ela” y “parlar”, “parler”…, nos habla de una forma de comunicación distendida, sobre temas varios, algo más que un mensaje urgente.

Al otro lado, en el otro extremo de hablar… está el callar, verbo autoritario por excelencia en el que los sabios vuelven a liarse porque no encuentran relación posible con el latino «ut silentium» y aunque los griegos lo llamen «nasio pisi», ellos quieren que sea griego (ya que no latino) y nos venden que así como los gallegos dicen «baixar», hemos cogido el callar del «khalao» griego que viene a decir «yo suelto», siendo tan sencillo reconocer que Catalán y Castellano lo han tomado de «ka ela», donde «ka» es una interjección que dejó de usarse profusamente hace solo un siglo y que equivalía a !nada de eso!, es decir, !nada de hablar!.

En cuanto a la adulación, en todas partes se dice que el adular nace del “adulari” latino, que parece haber nacido de la nada, cuando es elemental para cualquier “euskaldún” el significado de “ado-adu” como concreción de lo bueno, desde la viveza al deseo de “dorar la píldora”, mejorar…, que seguido de “ela”, lenguaje, da el “adula” y su verbo correspondiente en Castellano, adular. Quizás como en la apelación que se dice del “appellari” que tampoco nadie explica y que posiblemente se origina en el “ape” vasco, reclamar, atraer, como se hace con los reclamos de caza y de pájaros canores, para dar “ape  ela”, el o los nombres por los que uno atiende.

Y la copla?

Este género menor que seducía a un pueblo llano que cantaba coplas mientras labraba, pintaba o cocinaba, nos lo venden con dudas como procedente de “la cópula”, la unión de palabras que pierde una “u” o del cuplé francés… de acoplarse. Pero la copla no es solo acoplarse como se acopla una frase cualquiera, la copla tiene una estructura, una métrica, una rima… esto es “kope” en Euskera, que significa organizado, armonioso y “kope ela” es el lenguaje con versos medidos y con rimas atractivas.

A veces el activo del que se habla, el lenguaje, se pone delante, como en la elegía que se atribuye al griego “elegos”, compasión, pero que puede que el género de lamentación que ha hecho suyo la elegía, inicialmente no fuera así, sino que se refiriera a un amaneramiento, “ezi”, un forzado del lenguaje “ele” para ciertas representaciones, dando «ele ezia» habla afectada.

¿Hay alguien que ignore lo que significa camelar? Camelar es ganarse la voluntad de alguien con un lenguaje cautivador para conseguir de él ventajas económicas… o casi siempre sexuales; en términos machistas, “llevársela a la cama”.

¿Cómo lo explican nuestros sabios?; unos dicen que en caló, la lengua de los gitanos equivale a engañar, seducir, pero no es cierto; engañar es “changüí” y seducir “pesquilar”… otros, que “kamah” en las lenguas sánscritas equivale a amor, deseo (recordar el Kama Sutra), pero lo cierto es que la cama, no viene del Latín Vulgar “camba”, sino del Euskera “kamæ”, lecho, hueco mullido en el suelo y “kamæ ela” que dio en camela y se hizo verbo como camelar, era efectivamente el lenguaje seductor para llegar al coito.

La propia letra, que dicen venir directamente de la “littera” del Latín, pero que nadie es capaz de buscarle una paternidad, tiene todo el aspecto de ser una voz muy estructurada, que pudiera ser formada por dos conceptos rotundos, uno, la raíz “dra, tra”, heredera de la idea de arrastre y después transporte y “ele”, lenguaje, así “ele tra”, que por aféresis quedó en letra, explica claramente que es un mecanismo para trasladar el lenguaje.

El lenguaje popular tiene en la trola su género más castizo; sin embargo, los padres de la lengua, los académicos que cobran dinero y honores para defenderla, se achican a la primera y se van al Francés a pescar algo para justificar sus dietas… y se vienen con “drôle”, bromista, sin siquiera echar un vistazo al Vascuence.

“Tro” es la idea raíz de torcer algo física o mentalmente, de forzar la verdad; así “tro ela” y su trola, no vienen del Francés, sino del lenguaje retorcido que es lo que significaba en Euskera.

También tenemos la charla que expresa impecablemente la idea de ligereza y falta de compromiso en quienes la practican y que estos académicos de pacotilla se van -ahora- a Italia a decirnos que los que contaban en la calle en la época de Dante las vicisitudes de Carlomagno (conocido por Charles), eran los Ciarlatanos y de ellos vinieron los charlatanes y la charla. Como en la imagen.

¡Que pena de galeras para quitarles sus sillones y amarrarlos al “duro banco”!

“Txar” es la forma genuina y genérica de lo malo, de lo bajo y “ela”, el lenguaje, así que “txarla” no es más que eso, la contracción de “txar ela”, un lenguaje barato que la desinencia “an” aumenta quedando finalmente, charlatán.

Tampoco deberíamos menospreciar los nombres del modo de comunicarse de algunos géneros de animales: Ovejas, cabras y algunos cérvidos, balan, sustantivación de «baa ela», lenguaje con esa base (ba); otros felinos maúllan, «mau ela», rapaces nocturnos ululan, «u u ela»y varios cánidos aúllan, «au ela».

El propio “blablablá” que se justifica como onomatopeya, no tiene nada de esa figura, estando mucho más cercano a “ba ela, ba ela”, donde “ba” es partir, abrirse… , lenguaje el que no se hace caso.

Otro sonido, otro timbre que deja impronta es el que alguna vez hemos tenido ocasión de escuchar quienes participábamos en grandes obras donde alguna vez uno o más trabajadores quedan aprisionados por una gran viga, por una descarga eléctrica o por alguna incisión importante: El alarido deja una impronta difícil de olvidar en quienes lo escuchan y nuestros académicos -que seguro, no lo han oído jamás- nos sugieren que puede venir del Latín «ululatus» que se acaba de citar, ignorantes de que «eritu» es el acto y el efecto de enfermar o de sufrir heridas o magulladuras, voz que precedida de «ela», lenguaje, da «ela eritu», precursor del alarido, grito inquietante de los que sufren un accidente.

Para añadir un poco de humor, ¡terminemos con el elefante y su forma de comunicación !.
Sabe alguien que estos proboscídeos son capaces de emitir y oír sonidos de frecuencias extremadamente bajas?. Su trompa es capaz de muchas otras cosas, entre ellas, es un instrumento sonoro impresionante.

Durante una corta etapa de mi vida profesional, tuve la misión de investigar las afecciones ambientales de todo tipo que nuestra actividad proyectaba a clientes y vecinos. Una de las intervenciones más curiosas era la de detectar sonidos de muy baja frecuencia que emitían los transformadores eléctricos y llegaban a través de las estructuras de los edificios a los lugares más insospechados, donde -a veces- había tipos con un oído agudísimo. Recuerdo uno en un pueblo de Murcia donde un señor mayor que no podía conciliar el sueño me dijo durante una de esas noches de sonómetro y concentración, que “el tenía oído de elefante”.

Resolvimos el caso con un simple juego adecuado de “silentblocks” bajo la máquina y me quedó ese recuerdo.

Nos dicen que el elefante viene del Griego “elefas”, marfil[1], pero a mí me gusta más pensar que el nombre es mucho más inteligente y se refiere a “ele”, como lenguaje, “fan” es el sonido resonante que producen los tubos largos (fanfarrias, que nada tienen que ver con el “farfar” árabe) y ande, su dimensión grande, así “ele fan ande” es aquel que practica un lenguaje de grandes tubos.

 

[1] Marfil más conocido en los colmillos de morsas, cachalotes y narvales.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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