Las culturas tienen similitudes con los ropajes de manera que la persona experta puede analizar el vestido de una momia o de un astronauta y avanzar épocas e influencias que se aprecian a simple vista e incluso predecir otras que aparecerán tras un estudio profundo.
Ya se ha tratado en otras ocasiones la importancia del agua en la supervivencia, en la denominación de los seres y fenómenos relacionados con ella, con las tecnologías y con los misterios, así como su evolución desde el nombre más sencillo posible, “i”, hasta sus variantes adoptadas por docenas de lenguas.
Ahora le toca sufrir un análisis implacable a la voz “elæ”, lexema remoto del Euskera (que ha decantado en “ela y ele”) para referirse al lenguaje y voz injustamente tratada por los propios vascos, que relegan e incluso olvidan en los diccionarios la capital importancia de esa expresión, la que inconscientemente han sustituido por designaciones más “sonoras” pero sin profundidad semántica para haber creado derivados ni haber proyectado préstamos en lenguas con las que hubiera habido contactos.
Sinónimos muy usados son “hizkuntza”, “mintza”, “hizketa”, “berbeta”, “solasketa”… que en realidad se refieren a “conjunto de palabras”, “usar la lengua”, “palabrear”, “conversar”…, pero están lejos de referirse al conjunto de voces, de ideas y de sonido ambiental que proyecta cada idioma, cuya etimología griega (“ἴδιος”, propio, privado) también queda corta comparada con este “ele” olvidado que representa la comunicación de precisión de las voces claras y cercanas con la percepción de todos sus tonos, timbres e inflexiones, para recordarnos la importancia que hubieron de tener los idiomas antaño (en un mundo silencioso) a la hora de poder determinar a distancia la nacionalidad, la tribu de quienes hablaban, cuando el rumor reemplaza a esos otros parámetros que se disuelven con la lejanía y la lengua suena dejando percibir el acento.
“Ele” además de idioma, era el ruido ambiental que producían los rebaños y que permitía a pastores y rastreadores identificar y localizar las manadas perdidas o buscadas.
“Ele” está en más neologismos[1] vascos que en voces antiguas como son “elebidun”, “elegaizto”, “eleka”…, pero imitando la paradoja de cientos de raíces vascas que han sido olvidadas o repudiadas por nosotros mismos, se ha conservado en numerosos vocablos de lenguas cercanas (especialmente del Castellano), algunas de las cuales merece la pena recordar e incluso reivindicar:
Calé. Aunque la gente de cierto nivel cultural sabe que la lengua de los gitanos se llama “Romaní” y que la llamada Lengua Calé o Caló es solamente la variante que hablan los que viven en España, Portugal, Norte de Marruecos, Sur de Francia y Brasil, nadie acierta a plantear de donde viene ni que significa ese nombre, para el que la única propuesta es que, en la lengua de Indostán, “kâlâ” significa negro, pero ni ellos se llaman a sí mismos calé, ni son negros ni se ve relación alguna de la lengua con la negrura, siendo esta carencia de explicación un motivo más que colabora a la nebulosa sobre esta etnia que en bibliografía se suele presentar como que hubiera comenzado a llegar muy tardíamente en base a la primera referencia a algún salvoconducto o permiso de residencia fechado en el siglo XV, cuando indicios como el de esta etimología apuntan a que lo hizo mucho antes.
Porque puede ayudar en este objetivo la intervención del Euskera, donde el morfema “ka”, generalmente sufijal, pero que a veces actúa como prefijo significando negación, fuerte duda e incluso maldad o mala calidad y que tiene en Castellano el equivalente en el adverbio-conjunción “ca”, ya poco usado, pero con igual intención de duda o negación, de manera que “ka ele” viene a negar el título de lengua a lo que hablaban los gitanos, dando a entender que era una suerte de jerga o “pidgin” en el que se usa la estructura castellana pero con términos de otro origen. Esta posibilidad apuntaría a una antigüedad notable del Calé que se correspondería a épocas cuando era vigente el uso de “ele” en Euskera y no a los cinco siglos que se le asignan en España e Italia.
Habla. Una de las voces sustantivas más importantes del Castellano que da origen al verbo hablar, se hace derivar de forma rocambolesca del Latín a partir de “fabulari”, difundir rumores, planteamiento que la razón rechaza inmediatamente porque implica limitar a la transmisión de fantasías a la distinción más importante de los humanos, la de expresión del pensamiento mediante el sonido modulado y normalizado; habla es el producto de una corrección académica de “abo ela”, lenguaje bucal, donde “abo” es la boca y diferencia esta forma de comunicación de otras mudas como los gestos y las señales dejadas en el entorno o sonoras como los silbidos o la “txalaparta”.
Bla, bla, bla. La Academia dice que esta fórmula es una onomatopeya que se refiere a un discurso largo en exceso y sin sustancia, pero no dice de donde procede ni porqué desde hace un siglo otras lenguas usan pautas parecidas e incluso las marcas comerciales y los nuevos negocios recurren a “bla bla” escrito así o de otras maneras y departamentos de universidades rebuscan en periódicos su nacimiento como si fuera cosa de ayer.
Los más cultos han visto en la forma de balbucir de los bárbaros la burla de los griegos con “bar bar bar”, pero mucho más cerca está el Euskera con su “bala bala…”, actualmente referido a fenómenos o situaciones que mantienen un flujo constante y extenso, como la lluvia fina o “siri miri”, algunas nevadas copiosas o ciertos pececillos que aparecen en bandos enormes y varan en las playas, adagio que pudo formarse como burla a quienes hablaban sin sentido, según “ba elá”, lenguaje en marcha, de corrido y sin sobresaltos, lo que hoy se diría, “en automático”.
Parla. “Parlar, parler”, de Catalán y Francés, también se conjuga en Castellano y los sabios de aquí y de más allá, lo explican de forma parecida a la de hablar partiendo de fabular; a parlar le corresponde -con gran seriedad- venir desde “parabolare” que se atribuye a un supuesto “Latín tardío” ó “Latín cristiano” según los autores, tomado de la “parabole” griega, comparación.
Pero la “parla” tiene un clarísimo mensaje peyorativo porque este verbo se suele usar para quienes hablan sin parar, sin profundizar, sin sustancia, sin callar lo que habría que callar y sin conseguir la atención de los demás, así que no es justo ni convincente el compararlo con las parábolas, ejercicio superior de literatura y comunicación, sino que se entendería mejor desde el Euskera “parra ela”, “parla”. “Parrá” es un adjetivo muy concreto relacionado con la falta de contención, con los procesos que se extienden con gran fuerza como una avalancha de lodo o como una viña que aprovecha un momento adecuado en mayo y junio y cubre toda la vegetación que le circunda.
Los antepasados conocedores de esta condición establecieron pilares de piedra y vigas de acacia o chopo atadas con mimbres para que las ramas de vid engrosaran sobre ellas y formaran parras. Esta es la idea que creó el parlar quizás tres o cuatro mil años antes de las parábolas de los evangelios.
Charla. Otra forma vana de hablar es la charla. Cuando se está de charla se sobreentiende que hay un grupo de gente, que unos se incorporan y otros se van…, que no es solo uno el que habla, en fin, que es algo intrascendente sin un tema concreto y que solo se pretende pasar el rato.
Como es lógico, la internacional de sabios ha descubierto que en Italia medieval había unos cómicos itinerantes que contaban la historia de Carlomagno (charles) y por eso les llamaban “ciarattane”, voz que se hizo internacional y aquí quedó en charlatán… ¡Hay que tener valor para echar a rodar este tipo de ocurrencias y tanto o más para repetirlas y rebotarlas!
En la mayor parte de las lenguas cercanas se ha impuesto la forma británica “chat” que se refiere a una actitud balbuceante con onomatopeyas y sin mucha inteligencia, pero el Catalán conserva la forma “xerra, moure xerra” que recuerda al adjetivo “txarra”, malo, inútil, que es el que verdaderamente califica a ese tipo de habla, cuya forma original, “txarr ela” describe un hablar vano, que nada tiene que ver con Carlomagno ni con las fantasías historicistas.
Bola. A finales del siglo XVIII ya se usaba bola como mentira y aún ahora es de las primeras acepciones del diccionario de la RAE, pero sorprende no solo que a nadie le importe de donde procede esta intención, sino que sin ningún rubor los cónclaves de ilustrados asumen que la bola viene del Griego “balos” sin preocuparse lo mínimo en revisar lo que dijeron otros que con menos medios y afectos de una pasión desproporcionada por las lenguas clásicas no reparaban en nada más.
“Meter una bola” es un recurso en la conversación informal que sería raro encontrar alguien que no lo use de vez en cuando, pero esa bola que tanto se parece al “bulo”, voz aún sin paternidad, puede estar formada por “bo”, afirmación indubitable y “ela”, lenguaje, lo que plantea el engaño premeditado con una apariencia de verdad neta.
Burla. La burla tan recurrida que los sabios dudan si colocar en la balda del Latín o del Celta, no pertenece probablemente a ninguno de ellos, porque aparte de la acción física que la burla implica, su aplicación no está exenta de un lenguaje concreto que es lo que la define. Burlar es buscar imágenes, personalidades, sucesos o creencias que se aplican al burlado y que tratan de humillarle con apósitos, con pegotes intelectuales malignos que los espectadores reconocen y socavan su valor o mérito social. Desde esta perspectiva, “burr” que es una de las formas de llamar al relleno, a la aportación masiva, se complementa con “ela”, lenguaje, refiriéndose a una forma de hablar excesiva y maledicente, que asigna al sujeto burlado hechos que no le corresponden.
Trola. La trola, mentira pasajera y sin trascendencia apenas lleva dos siglos en la literatura española y tampoco hay algo parecido en las lenguas cercanas, así que los “vigilantes de la lengua” se echaron al Francés donde encontraron que “drôle” era un vocablo que los propios gabachos asignaban al Holandés y en literatura aparecía tan pronto como refiriéndose a un geniecillo, a un niño o a un vividor y nuestros académicos dieron por bueno que la trola venía de “drôle” y se cobraron sus dietas.
Pues va a ser que no, que la trola nada tiene de vivales ni de gnomo, sino que puede venir tanto de “dro ga”, hacer trampas, enredar en los juegos, como de “tro ka”, torcer, complicar algo, donde la primera parte es verbal y el sufijo “ga, ka” tras verbo, indica la repetición o persistencia, así que “tro ela” sería el lenguaje con intención de tergiversar, lo que es.
Cháchara. Solo tiene paralelos en Latinoamérica, siempre refiriéndose a una conversación frívola, como pasatiempo sin maldad. Lo malo es que catedráticos, asesores de páginas Web y deanes juntos no sean capaces de echar un vistazo a cualquier diccionario histórico (incluso al Orotariko Euskal Hiztegia que se visita gratis en Internet) vasco para comprobar que “txatxar” es algo baladí, insignificante, prescindible, antes de irse al extranjero para decir que “es un italianismo” en lugar de exprimirse el “bolo” y ver que es muy fácil pasar de “txatxar ela” lenguaje sin profundidad, a “txatxarera” y “su abreviada cháchara.
Esquela: Desde que Guttemberg nos metiera en el vicio de la imprenta hasta que Cerf promoviera Internet augurando el cercano final de escribir sobre papel, las esquelas han sido notas sobre papel que los familiares del nuevo difunto clavaban en los tablones de las iglesias para comunicar que fulano había muerto y pedir que se rezara por él en el funeral que se anunciaba.
Este nombre ya aparecía en el diccionario de Terreros de finales del XVIII y se citaba su nombre doble en “Basquence”, pero solo es conocido en Catalán aparte de Castellano y Euskera.
No obstante esta pista, los académicos actuales son capaces de rizar el rizo tratando de descifrar esta clave desde el Griego “skhida”, astilla, que habría dado en el Latín “scheda”, hoja de papiro para dar “cédula”, cuando lo más probable es que antaño no se escribiera, sino que se pregonara (yo mismo he conocido los pregoneros con tambor o trompeta según fuera el tema) la notificación de los familiares.
Si esto ha sido así, “eske” es la expresión de la petición o solicitud, de forma que “eske ela” es la comunicación de la invitación de los parientes del finado a su entierro.
Novela. No es novedad que la novela suene a nuevo, así que ya Covarrubias se refería a ella, bien como “nueva que viene de alguna parte” o como “patraña pa entretener… como las novelas de Bocacio”.
Hoy en día, aunque en casi todas partes se conoce como “roman, roman zu, romanzo, romance…” y solo se usa novela o sus variantes en Gallego, Catalán, Euskera e Inglés[2] (novela, novel la, novela, novel), nadie se explica porqué no se ha usado la fórmula latina “fabula” o la griega “mythistorima” si es cierto que la cultura viene de ahí ni porqué la erudición en bloque se aferra a que este nombre proceda del adjetivo latino “novellus novella novellum”, joven, nuevo, reciente… y lo certifican dando por hecho que la novela es una novedad, cuando esa condición no la caracteriza para nada y mientras la otra opción (roman) es explicada como “escrito o traducido en lengua romana”, siendo muy probable que ninguno de los dos sea cierto, sino una muestra más del recurso fácil al Latín en base a que durante siglos fue la lengua de la cultura, administración y clero.
“Lobau” es una denominación del dialecto bizkaíno para el estado de duermevela, una sensación (desaparecida desde hace unos sesenta años por los cambios en nuestra forma de vida), que era muy recurrida en invierno, cuando los abuelos o tíos mayores entretenían en los largos atardeceres a niños y adolescentes con largos relatos que activaban la imaginación tanto o más que el cine, la televisión o el “streaming” de hoy que carecen de aquel ambiente y de la posibilidad de hacer paréntesis y de pedir explicaciones…
Es posible que la composición “lob ela” formada con la raíz que describía la ensoñación, seguida con “ela”, lenguaje, fuera la precursora oral de un ejercicio que con la imprenta pasó a ser escrito, pero que ahora los avances informáticos muestran que vuelven los relatos a través del teléfono móvil y quizás pronto desde un implante interno, aunque nunca llegarán a ser como las novelas que me contaba el tío Leoncio cuando volvía de navegar. El paso de “l” a “n”, muy frecuente ha podido elegir a esta última, mucho más frecuente y familiar al comienzo de la palabra, para dejar novela como definitiva.
Como resumen, “ela, ele” es un componente incontrovertible de numerosas acepciones en que se trata de cuestiones del lenguaje, pero una variante a través del rotacismo muy frecuente, “era, ere”, está imbricada en palabras que se tratarán en otro ensayo.
[1] Elealper (charlatán); eleantura, elocuencia; eleantze, labia; eleberritu, novelar…
[2] Esta lengua es como el coche escoba de una carrera ciclista, recogiendo y aplicando con éxito más acepciones que ninguna para cualquier voz.
Me encanta este formato, en el que se expone una raíz y después las derivadas. Así se ve la conexión entre ellas y se asimila el conocimiento mejor. ¡Gracias por tan buena exposición e investigación!