Como en otros muchos campos, lo más frecuente a la hora de asignar orígenes a los nombres de los colores es que la mayor parte de los casos, “los profesionales” lo resuelvan otorgando la parte del león en el Mediterráneo entre Latín y Griego, dejando algún caso raro para los nórdicos o germanos y para los meridionales árabes.
Pero la cosa toma matices muy distintos si se incluye al Euskera entre los ponentes a plantear otras opciones, porque esta lengua ha participado en la denominación de casi todos ellos.
Azul.
En nuestro entorno cultural dominado por el fútbol, es bastante común saber que “blau” es el nombre del azul en Catalán, “blue”, en Inglés y “bleu” en Francés.
Pocos saben que azul solo se dice en las lenguas occidentales de Iberia, Portugués, Gallego, Euskera, Castellano y en el Italiano, que además de “blu”, dice “azzurro”, porque en el Euskera de la calle, siempre se ha dicho “asulé” aunque es cada vez más frecuente-forzada por la Normalización el uso de “urdin” (moho, color del cardenillo) que antes solo se usaba para referirse al óxido de cobre y a otras excreciones orgánicas o minerales y ahora hay tendencia a creer que ese nombre es el original y se deriva de un supuesto color azul del agua, así “ur dün”, “diñ”, posesivo equivaldría a “el del agua”.
No comparto esta visión “poética” de un agua azul, porque los antepasados sabían perfectamente que el agua líquida era transparente y no hubieran trasgredido una ley natural con percepciones culturales.
A poco que el interesado busque, encontrará toda una variedad de derivados de esa rama: “Bla, blau, blar, ble, blo, blu, blue, plava…” y explicaciones cada vez más erráticas de los fieles del indo-europeismo, que se han inventado una raíz “bhel” que dicen significa brillo y les sirve para todo, agarrándose a que “blwe” era una denominación para el azul celeste hacia 1.300.
La cosa no es sólida, porque falla el Latín “caerulus” y fallan todas las lenguas derivadas del Sánscrito aunque lo tenga el Griego, como “ble”.
Pero la más graciosa es la explicación para el azul de estos cuatro idiomas ibéricos que ya no se repite en ninguna de las lenguas cercanas y que nos lo venden como una alteración de la palabra árabe “lazaward”, nombre copiado del Persa “lajwart” y este, del Sánscrito “rajavarta”, en referencia al rey Barbazul, pero que se refiere a la piedra preciosa conocida como “lapislázuli”, el “lapis onychhinus” del Latín (piedra color de uña).
Según estos magos, los árabes (que al color azul le llaman “zraq”) trajeron a España el mito de Barbazul llamándole “lazaward” y de ahí pasó al azul neto de hoy en día. Pero, ¿puede alguien creerse eso?.
Azul sí tiene un componente árabe que es su comienzo “az”, el artículo que ayuda notoriamente a mejorar la pronunciación de la voz original del sulfato de cobre en Euskera, “sul”, transformándola de “az sul” en “azul”. El sulfato de cobre es una de las sales más fáciles de encontrar y con un color más estable y homogéneo, infinitamente mas común que el lapislázuli.
“Sul” no era otra cosa que el sulfato de los minerales llamados “okain”, que se verá en otro de los colores.
Beige.
Los sabios dicen que “beige” viene de Francia, pero no están muy seguros si es voz nativa o vendría de alguna latina (que es lo que ellos quisieran) que –de momento- no identifican-
Beige suena casi idéntico en todos los idiomas cercanos y en todos ellos se refiere a un color parecido a la canela y con un cierto tono rubio.
El color de la raza de vaca pirenaica que era la común en toda la franja norte y que ahora está en riesgo de extinción. Esta variedad era de tamaño mediano, de boca dura, capaz de sobrevivir con pastos esquilmados, apta para el trabajo de tiro y labor y que daba una cantidad pequeña pero estable de leche y cuya carne era muy apreciada.
Una vaca “todo terreno”, indispensable para el campo vasco hasta que a principio del siglo XX comenzaron a importarse especies lecheras (suizas y holandesas) y más tarde, otras de carne (frisonas) y esta raza y su rama vasca “betizú” comenzaron a declinar. El color de su capa, invariablemente beige no hace otra cosa que trasladar el nombre genérico del animal dicho en el lenguaje vulgar, “beidje”, “la vaca”.
Beige, color de vaca del país.
Gorri.
En época histórica, es decir, ahora, “gorri” es la acepción general indiscutida del color rojo, pero hay muchos indicios de que no siempre ha sido así, que, “gorri” más que rojo, siempre ha significado descarnado, pelado, desmontado, inhóspito…
Por ejemplo. A principios de los años sesenta, la parte oriental de Matxitxako, que era un bosque mediterráneo impresionante cuajado de encinas, laureles, madroños y limoneros, fue desmontado de una manera brutal por unas máquinas nuevas que llamaban “buldózeres” para plantar Pino Radiata. Fueron unos meses violentos de ruido, fuego y polvo. Al llegar las lluvias de Octubre, se inició un gran desprendimiento desde la carretera hasta las peñas de la zona de Galdiz. La tierra roja como la sangre se veía al amanecer desde la mar a muchas millas de distancia.
Aita y yo lo seguíamos el proceso desde la mar mientras pescábamos. Pronto todos llamábamos Lurgorri a aquélla zona de pesca. A mi me parecía que era por lo rojo de aquélla tierra, pero ahora, sesenta años después, cuando hace cincuenta que perdió aquel color vivo y cuarenta que ya no se nota la cicatriz, pero todos siguen llamándole “Lurgorri” sin saber porqué, ahora pienso que fue por lo descarnado de la herida.
“Gorr” es muy abundante en la toponimia de España, pero también lo es “gol” que pudo haber sido la expresión del color rojo antes que “gor” y que “gorr”.
“Gol” no es tan abundante (alrededor de la mitad que “gorr”), pero es contundente; por ejemplo, hay hasta tres lugares (Pena Golosa, Penya Golosa y Peña Golosa en Lugo, Castellón y Palencia) donde el nombre “gol osa” (toda roja) concuerda con el tono rojo de las peñas, especialmente a ciertas horas del día; sin embargo, hay docenas de “…gorri”, como el “Lurgorri” de la cuarta imagen, donde la peña es radicalmente blanca.
Asumiendo como “gol” el nombre inicial de los colores del grupo del rojo, su combinación con el que se explica a continuación, “hori”, crea la gloria (“gol horia”), estado supremo de bienestar que probablemente en la antigüedad se relacionaba con el fin del día, cuando el grupo se reunía en torno a la hoguera para escuchar los sucesos del día y las consignas para el siguiente.
“Gol horia”, rojo-amarillo, es la configuración de las llamas y “gloria” se sigue llamando hoy en día a un sistema de calefacción que consiste en un hogar bajo el suelo de la habitación principal con su chimenea por un extremo que en la España interior fue la forma general de calefacción hasta que los pueblos se vaciaron.
Los profesionales se precipitan para airear que “gloria” es una voz latina, pero no reconocen hasta el final, que -en realidad- su origen es incierto, que se desconoce su procedencia.
Hori.
La historia del amarillo y su grupo, como la del “yellow” y el suyo, están indeleblemente unidas al mundo ganadero y más concretamente a la hiel de grandes rumiantes que los antiguos extraían y depuraban tras cada matanza, porque sabían que era un disolvente inmejorable para las grasas, para mejorar las digestiones y para el arte, ya que en grasas diversas incorporaban los pigmentos los pintores de la época.
No en vano, “amara tu” en Euskera equivale a disgregar, fraccionar, disolver y esto es lo que hace la hiel con las largas moléculas lipídicas, romperlas para su digestión o para mejorar la disolución, así que la propia idea del amargor, unida desde siempre a la hiel o bilis, está en la imagen de la sustancia amarilla con ese poder reconocido desde hace milenios: “Amar eillo”, lo que disgrega, bien pudo ser un nombre paralelo de la hiel que luego quedó como color en Castellano, Gallego y Portugués.
La hiel o bilis, de un amargor extremo, que en el Euskera de hoy se llama “sabelur” (nombre sucedáneo que solo la describe como agua de vientre y nada aporta), fue también anteriormente “i el”, donde “i” sigue siendo el agua o líquido matriz y “el” se refiere también a otra forma de fraccionamiento o disolución, pero fue abandonada en Euskera, quedando solo una muestra “latinizada” en el Castellano, con “hiel”, pero que en todos los demás idiomas latinos, incluso el propio Latín, ha virado a “f” (“felle, fel, fiel, fiebre, fiele, fiere…”) y en las lenguas germánicas a variantes de “gall”, pero perdiendo totalmente el mensaje funcional y el estético, ya que del neto color amarillo de la hiel purificada y disuelta, nació el “hiel u” (muy disolvente) y el “yellow”. En la imagen, botella comercial de hiel para pintores.
Marroi.
Aunque nuestros diccionarios eliminan el “marroi” de sus páginas como práctica de higiene, convencidos sus autores de que es una voz extraña, hay más factores que apoyan el origen euskériko de este “marroi” y del propio “marrón” que los que lo niegan.
Por una vez la opinión erudita de los textos castellanos, cita la voz como “posiblemente prerromana”, aunque la tentación les lleve a querer que sea de origen francés antes que autóctona. Así, aunque los franceses llaman “chatâigne” a la castaña natural y solo usan “marrón” para los frutos azucarados en conserva- que en absoluto son de color marrón, como se ve en la imagen-, nuestros sabios dejan caer que el marrón puede venir de ahí.
Es más probable que el “marroi” que hemos usado desde niños sea la verdadera forma inicial de este color, “marra oia” el de hacer trazos, que es seguro que los antepasados ensayarían con el agua embarrada y un pincel y que pronto sería trasladado a la cerámica como ornato.
Es conocida la tendencia de las terminaciones “oi” a dar en “on” (“bastoi, botoi, arratoi, abioi…), así que “marroi” dio “marrón”.
Baltza.
La proximidad a “baltza” de las formas germánica “black” y griega “melan…” tiene más conexiones de las que pudieran parecer a primera vista.
El “bael” vasco nace del fango orgánico, pasta absolutamente negra y apestosa que antaño abundaba en recodos de ríos, marismas y lagunas costeras, que los niños llamábamos “kaka belena” y de la que extraíamos las preciadas “aixarrak” o gusanas para pescar.
Ese “bael” de negrura, que los sabios latinistas han corregido a “val” para acercarlo al Latín, ese mismo es el que llena infinidad de nombres de lugares de valles bajos en la Europa meridional y occidental: Casi todas las valencias, palencias, plasencias y plencias y muchos valles y vallinas tienen que ver con antiguos depósitos estacionales de fango, con ciénagas y juncales que la agricultura, las actividades portuarias y la obras públicas han alterado.
Los germánicos se afanan en buscar origen propio para su “black” y buscan entre los residuos de combustión, llegando a inventarse voces como “bhel” ó “blakaz” que según ellos significaban brillo o quemado aunque reconocen que su negro ande más cerca del “swartz” que de “black”.
En realidad el “black” germánico puede ser sucedáneo de “bael ag”, donde “ag” (raíz de “agiri”, mostrar) se ha ensordecido a “ak”, pero en realidad solo dice “aspecto negro”.
En la imagen, pisadas en la “kaká belená”.
Ocre.
El ocre en sus versiones amarillenta o roja, es el color más antiguo de base elaborada que se sepa se ha usado en composiciones artísticas. La imagen de más de 35.000 años de la cueva de Castillo, es conocida en todo el mundo.
Pero, ¿de donde viene el nombre de ese ocre?. Los sabios oficiales que no encuentran nada en el Latín, optan por “okhrós”, que dicen que en griego significa “pálido”, aunque en esa lengua siempre se ha dicho “klomos” y el ocre no es precisamente pálido.
La calcopirita y malaquita, minerales relativamente fáciles de encontrar en la superficie terrestre y que en Euskera se llaman “okain”, se han tostado desde hace milenios como paso previo para obtener cobre.
El producto tostado y molido, “okain erre”, daba un polvo que dependiendo del contenido de hierro, mostraba un tono más o menos rojizo. Este polvo disuelto en emulsiones de agua y grasa, era una pintura con gran capacidad de cubrición y muy estable y su nombre era ese mismo en forma contracta: “Ok erre” (ocre) y así se ha conservado en todos los idiomas… menos en Euskera, que olvidados de su origen, llamamos “orikail”.
Berde.
Siempre se nos ha dicho que “berde” del Euskera es copia del “verde” del Castellano o del “vert” Francés y que ambos dos derivaban del adjetivo latino “viridis”, él mismo basado en “vis”, fuerza, aunque ahora la fuerza de la moda trate de llevar todo a orígenes indo europeos y a otras fuentes, el caso es que solo el Latin decía “viridis”, todo con “i” y todos los demás romances, carecen de otras vocales que la “e”.
Así que los diccionarios nos invitaban a usar “orlegi”, un neologismo alternativo (color de hojarasca), que los antiguos nunca hubieran usado porque es una característica mutable y no general.
“Bae erde”, donde “bae” es la parte inferior, el suelo y “erde” lleva la idea de llegar o surgir, transmite la idea conocida desde épocas prehistóricas de cómo las barras de los ríos, los depósitos de aluvión dejados tras las crecidas de primavera o las dunas de loes, se cubrían de verde rápidamente. Ese fenómeno ahora solo puede verse cuando los embalses están secos y las playas secas comienzan a pintarse de un verde purísimo que durará muy poco.