El frailecillo es un ave de apariencia delicada pero muy fuerte y longeva, un ave marina de latitudes muy frías y que se ha hecho fuerte en el hábitat inhóspito del círculo polar ártico. Ave conspicua y que se hace simpática, no es de extrañar que sea el ave simbólica de la zona de El Labrador en Terranova, donde está una de las mayores colonias de nidificación.
En cualquier bibliografía se puede encontrar que “El nombre científico Fratercula proviene del latín medieval fratercula, fraile, el cual hace referencia al plumaje negro con blanco que asemeja las togas utilizadas en los monasterios”. Y si el lector se lo cree, lo inventaría en su memoria y así se lo contará a otros cuando surja la ocasión. La librea es adecuada si alguien piensa en frailes de lujo como los dominicos, pero que nada tiene que ver con los modestos franciscanos ni con otras órdenes cuya sastrería no buscaba una estética superior.
La naturaleza ha premiado a los frailecillos con ese contraste supremo para ayudarle a sobrevivir; cuando nada, su vientre blanco es difícil de ver por los marrajos desde el oscuro fondo y su lomo y cabeza negra, apenas la distinguen sobre el agua azul oscura las águilas pescadoras o los págalos que los buscan para robarles las capturas.
La sospecha del lector inconforme con la explicación monástica, se agranda según se buscan flecos en otros yacimientos y finalmente surge una verdad muy diferente a la oficial, una verdad que dice que el nombre de frailecillo es una interpretación ignorante y manipulada de la voz inicial, “fraille sillo”, la característica única de este álcido, la de poner sus huevos en cuevitas o madrigueras de soberbios acantilados.
Para entender este fraude hay que empezar revisando cómo en la toponimia española hay casi 1.400 lugares que llevan la voz fraile y fraila. La llevan en singular o en plural, sola o con artículo o acompañando a otras informaciones como Mojón, Picón, Cabeza, Cabezo, Cerro, Cruz, Cuesta, Casa, Peña…. del Fraile o la Fraila.
Las frailas son menos numerosas, pero hay casi 70.
Se echan a faltar oratorios, retiros, conventos… del fraile, aunque si que hay una docena de “Cueva del Fraile”, reforzándose la idea de que el fraile de la toponimia es una alteración de “brae aile”, cortado, cantil llamativo, que parte de “brae”, brusco, tajante, pendiente… y “aile”, llamativo, destacado, evidente…
He revisado muchos de estos lugares y me quedo con el Cabezo de la Fraila en el mismo Cartagena, un cono de solo unos cincuenta metros de cota sobre la llanura litoral, pero con mucha personalidad y con el Mirador del Fraile, sobre la presa de Aldeadávila en Salamanca, en la bajada desde la subestación eléctrica, donde tantas veces me he parado a pensar cómo serían los Arribes antes de la presa (ver la cruz).
La segunda parte del frailecillo, es la versión arcaica del popular “zulo”, aporte de los etarras al diccionario Castellano, que en lugares como Bermeo se sigue conservando fiel a la forma “sillo”, si, amigos, como los silos de la Capadocia y los de Madrid, hoyos cavados en la tierra por animales y humanos, cada uno con sus objetivos concretos.
Así, “frailecillo” no describe un traje ni una tonsura, nos dice que etas avecillas torpes al aterrizar, dominan el arte de cavar madrigueras en los acantilados y traer al mundo en ellas a sus polluelos.
Nos queda por ver cómo se les pudo pasar a Linneo y a Leach, sueco y británico respectivamente el haber bautizado con el agua de la ciencia como “fratercula” a esta ave, dejándola para un francés en cuyas aguas no había frailecillos…
La información está dispersa, pero está y el investigador ha de sacudir alfombras y convicciones para localizarla y terminar el puzzle dando la vuelta a la pieza que estaba invertida.
La coincidencia quiso que un científico ilustrado francés de la cercana región del Loira, llamado Mathurin Jacques Brisson, que conocía el puerto de San Juan de Luz y que acabó siendo profesor en Pamplona, contactara con los pescadores de bacalao vascos que desde tiempo inmemorial la “Costera de Ternou” (Terranova), quienes le dijeron que ellos le llamaban “fraile sillo” y le describieron con pelos y señales la forma de vida marina y continental de estas avecillas que ellos veían ocasionalmente en alta mar, pero que disfrutaban viéndolas nidificar en los acantilados de San Juan.
Brisson apuntó lo de “fraile sillo” que se sonó a frailecillo y así todo encaja a diferencia de lo que nos cuentan los documentos oficiales, pomposos y huecos; yo diría que arrogantes, comerciales y engañosos.