Conocí Galicia con detalle a pie y en auto-stop en el año 1968 y lo hice desde los ojos de dos jóvenes universitarios (vasco y gallego) que durante aquel verano no dejaron de sorprenderse de sus –entonces- hermosos países, paisajes y paisanos.
Ver Galicia desde dentro solo pudo ser así y entonces, cuando aún los carros de vacas provocaban colas enormes en las carreteras sin que nadie protestara, las fondas servían las fuentes de patatas y carne frita en mesas corridas donde los obreros nos hacían un hueco y sirviéndonos un vaso lleno de vino, advertían como nota de calidad: “bebe sen medo, que é viño de Castela”.
Las casas de campo regulares y del mismo estilo, todas de piedra con sus “xardines de repolo alto” y –muchas de ellas- con su parra sobre esbeltísimas columnas de granito te creaban la sensación de estar en casa cuando salían las señoras a explicarte que “o meu marido está en Suiza, pero volve pronto”.
Las casas burguesas eran distinguidas, la gente ceremoniosa, las vajillas y cristalerías delicadas y lo que más me llamó la atención es que no se comía con pan, sino que el apoyo a los platos era patata cocida que resultaba exquisita.
La costa, igual; no olvidaré unos marineros de Vilaxuan que mantenían en la playa algo hirviendo en un gran caldero de fundición en el que introducían escobas… A mi pregunta de qué era aquélla salsa rojiza, me respondieron: “É chapapote, rapaz, o mellor para os barcos” y sin darme tiempo a reaccionar volaron sus escobas hasta el barquito escorado en la arena y en un momento el chapapote humeante cubría tablas y rendijas. “Isto non escorrega” fue su última sentencia contra un fondo de barcos viejos anclados con enormes y complicadas jarcias que mi amigo definió como “bateas”.
En poco tiempo todo cambió, los maridos volvieron, el auge económico llegó a Galicia y con él, materiales de construcción extraños, la moda por casas (horribles) de ladrillo, la urbanización disparatada, los eucaliptos, las planeadoras, la droga…
Pero si me dio tiempo a comprobar y a sorprenderme de que en una Galicia tan montañosa, hubiera tal cantidad de tierras llanas: Chá, chan, chaira, Terra do chan.
El paisaje es fundamental para quienes tenemos argumentos para explicar la mayor parte de la toponimia desde los rasgos de las formas, texturas y procesos de la superficie de la tierra, pero esta condición –aparentemente- tan elemental, no es compartida ni siquiera imaginada por el cuerpo de geógrafos al que pertenezco, así, hace unos días hojeando el “Atlas arqueolóxico de paisaxe galega”, comprobé que nuestros compañeros no sienten interés de ir más atrás de aquello que está documentado o de lo que hay pruebas físicas.
Esto es un drama, es un ropaje envolvente con el que se han emboscado las universidades y no les deja moverse más allá de las bibliografías sancionadas, condenando cualquier investigación a un proceso endogámico que resulta insufrible para los que estamos más avanzados. Me estoy refiriendo a la ausencia de recurso a temas como la “Toponimia profunda”, un almacén intocado que atesora una información insospechada.
Aquí se llega a Galicia, un nombre de lugar amplio, de región, que los estudiosos resuelven con la cita de que ya en el siglo III a.C., había una provincia romana llamada Gallaecia.
Como siglos después el colega Estrabón y su coetáneo Plinio hablaran de los “kallaikoi”, los analistas del Renacimiento lo relacionaron con Cale (Oporto), llamando calleci ó gallaeci a sus habitantes, lo que justificaría el nombre de la provincia.
No toca ahora trabajar sobre si estos paisanos eran celtas occidentales y si eran o no primos de los celtas del Norte de los Alpes (¿o Pirineos?), sino de comprobar si en el mundo cercano ha habido y hay más lugares que se llamen Galicia.
Empezando por Oriente, la Galacia anatólica es una región mayor incluso que la Galicia ibérica. Los sabios oficiales explican su nombre porque según Pausanías, “fue fundada por tribus procedentes de Galia, que derrotadas en Grecia, se fueron hacia Anatolia”.
El asunto es que cuestiones geopolíticas que sin duda han sido el resultado de procesos milenarios hasta formar hechos y conceptos territoriales tan complejos como puede ser una Región, nuestros intérpretes de la Historia los resuelven con un tema de seis meses: un ejército derrotado toma otra dirección y crea un país de casi 200000 km2 en menos que canta un galo.
¿Tiene algo de especial este territorio de la Anatolia interior?. Si, que los lagos naturales de gran dimensión, son muy abundantes, lo que hace pensar que en tiempos también debió haber un número muy elevado de pequeños lagos estacionales o perennes, pero que la presión de milenios de la agricultura ha difuminado, siendo necesaria cartografía y orto-fotografía de detalle para poderlo comprobar.
Hacia el Norte, hay otra Galicia entre Polonia y Ucrania (Galicja según unos, Galitsiye, según otros), otro territorio enorme del que se sabe muy poco aparte de que los griegos llamaban Khalisioi a sus habitantes y que el entorno de su ciudad más representativa, Ternopil está rodeada de lagos, no habiendo mas que especulaciones sobre el nombre de la región en cuyo mercadeo llevan la de ganar los que promueven un mundo celta desaparecido tras ocupar un continente.
Y al Este de Rumanía, el activo puerto de Galati en la margen derecha de un Danubio que parece enano comparado con los lagos que lo rodean, no parece interesar mucho a los promotores celtas que no lo incluyen entre sus territorios de andadas.
Pero en los países más cercanos, nombres similares a Galicia, no siendo abundantes, tampoco se puede decir que sean una rareza; en Francia está el Chateau de Galice, la punta y paso de Galisia, en Italia hay Galizzis y en Portugal varios Galiza, Galizas, Galizes…
En España abunda este nombre especialmente en León, Llombo Galicia, cerca de Astorga, Peña Galicia y Glera Galicia, un territorio bastante amplio de Teruel con dimensión de comarca se llama Tierra Galicia y recoge media docena de topónimos como Balsete, Corral, Mas, etc. de Galicia.
El nombre se repite en Jaén y en Burgos y de forma compuesta (Regalicia), en Valencia y Alicante.
Ni que decir tiene que nombres de la misma saga abundan mucho; así, llegan a casi 200 los que contienen “galia”, como Galias, Galiana, Galiaga, La Galia, Galiardo, etc.
Todo esto apunta a que el nombre no es aleatorio, quienes lo asignaron no fueron los romanos ni los escitas ni cualquier otro imperio sino gentes nómadas que necesitaban referencia “evidentes y consistentes” para sus territorios de destino temporal y no algo tan efímero como nombrar a un valle o una región por la tribu que lo habita en un momento dado, fórmula muy del gusto de los humanistas, ya que –no en vano- da mayor relevancia a la gente que al continente.
En la certeza de que este nombre, como casi todos los demás esconde algún significado, y con la idea constante de no hacer demasiado pesada la lectura, se acomete ese objetivo en la parte 2 de este epígrafe.
Ni que decir tiene que nombres de la misma saga abundan mucho; así, llegan a casi 200 los que contienen “galia”, como Galias, Galiana, Galiaga, La Galia, Galiardo, etc.
En pleno Territorio Histórico de Álava hay una Charca de la Galina y también nos acercaremos Galilea y su mar, el Lago Galilea ó Tiberíades.
Serán unos días.