El significado de los nombres de estos dos municipios bizkaínos se ha mostrado hasta ahora tan difícil de interpretar como la mayor parte de nuestra toponimia. Esta dificultad se ha debido –principalmente- al desconocimiento por los agentes de la cultura de las raíces semánticas del Euskera, que entreveradas en nombres, verbos y adjetivos, son usadas en la dialéctica normal sin percibirse su sentido.
Sabida la propensión de la zona litoral bizkaína de transformar las “t” en “tx”, hay que comenzar considerando que Getxo fue originalmente Geto ó Getto.
Cualquiera que busque la etimología “oficial” de los guetos, se encontrará con referencias a la época de represión de los judíos y en que uno de los lugares en que estos vecinos fueron confinados en el Véneto, era una zona de herreros y que como estos fundían el hierro, la zona se llamaba “getto” (chorro) porque el hierro cuela como el agua (según ellos).
Si el lector tiene sentido crítico se ha de reír de estas razones y otras parecidas que se publican sin ningún rubor de los censores ni editores y que nadie sabe ocurrencia de quien son, aunque tampoco tengo argumentos para negar que en Venecia hubiese un barrio llamado Getto y que por haber confinado en él una judería, luego ese nombre se hiciera común y mundial.
Mi opinión es que mucho antes de que los judíos sufrieran represión social, guerreros y cazadores sabían lo que era confinar, encerrar a contingentes de enemigos o animales. Así, en Euskera, la raíz “eto” que significa venida, retorno, cuando es complementada con el afijo “ge” (sonido gue que equivale a ausencia, negación), queda como “ge eto” y viene a significar “atrapados, sin escapatoria”.
Si se analiza la reconstrucción del mapa físico de estos municipios hace seis u ocho mil años, cuando el acantilado era un poco más bajo, en tanto que las aguas del mar llegaban a un nivel parecido al actual, lo que actualmente es el río Gobela, río que martiriza a los vecinos de su cuenca baja cada dos o tres años, era una laguna casi permanente con una amplia zona de fangales (Fadura) y con un cierre por el lado del Nerbión que estaba formado por docenas de lagunas someras (Lamiako). Ver dibujo.
Cerrada por este cinturón de agua, juncos y fango, se encontraba una fértil franja de tierra costera, cuyo único acceso era en un estrecho paso entre Larrabasterra y la Playa de Barinatxe que se señala con una flecha roja.
No hace falta ser cazador para saber que los animales que entraran a pastar a las zonas de Saratxaga, Santa María, Algorta, Aldapa, Neguri e incluso La Bola y la zona de “trasduna” de Las Arenas, habían caído en una trampa segura al tratar de volver a la “zona libre”. El nombre de “Getto, Getxo” venía a ser como “el saco”, el lugar con una sola entrada “seca”.
Ya en época histórica se fue resolviendo este aislamiento, primero con drenajes continuos de fangales y lagunas y luego con el puente de Larraña (Larrañazubi), que como su mismo nombre dice, se refería a “Grandes pastizales” de “Larra an a” y colocó a Getxo un poco más cerca de su vecina Leioa a través del camino carretero de Ikea, San Bartolomé (ya desaparecido), La Tejera y Larrañazubi, este Larrañazubi que los académicos quieren relacionar con alguna reina proponiendo que los paletos confundían La Reina Zubi con Larrañazubi.
Así son ellos.
El istmo que hasta disponer de este puente conectaba la gran franja de la península de Getxo con tierra, marcaba un punto de caza importante, siendo probable que el nombre de Sopelana tenga relación con toda esa dinámica de milenios; en efecto, la voz “ospé” que hoy en día se usa como imperativo para que alguien abandone un lugar, fue antes equivalente a salida, evacuación, evasión, escape…, voz que combinada con “an a”, la grande y con la colaboración de una palatal intervocálica para suavizar la dicción, quedó en “ospelana”.
Es cierto que “ospel” como adjetivo, hace mención al ocaso, a la penumbra, pero aquí es difícil buscarle acomodo, por lo que se da preferencia a la descripción de un escapadero.
La metátesis es muy frecuente y el paso de “Ospelana” a “Sopelana”, tiene mucho que ver con los hábitos y tendencias de las lenguas vecinas y no es de extrañar que para el siglo XII ya usara su forma actual, la que nuestra derrochadora academia ha corregido hace poco a Sopela sin el mínimo criterio, sin tener ni idea de lo que estaba haciendo.