Nadie duda que el manejo del fuego es la tecnología que impulsó a los homínidos a salir de su estrecho hábitat en el ecotono entre selvas y sabanas hace casi tres millones de años, pero una vez ante los amplios horizontes, la necesidad de otras habilidades y su pronta evolución a industrias tuvo que dar frutos de manera imparable.
Piedras, barro, madera, ramas, lianas, pieles, escamas, colmillos, cuernos, huesos y conchas ofrecían posibilidades “de un solo paso”, pero muy pronto se dieron cuenta de que algunos de los largos pelos de ciertos animales, admitían el unirse entre ellos mediante el torcido, consiguiendo mechas, cordones, cabos y cuerdas de gran flexibilidad resistencia y longitud que competían con las correas de tiras de cuero y tripas curadas, con todas las cuales se superó pronto la funcionalidad de las lianas y de las cadenas de aros de mimbre y junco con que se dieron los primeros pasos.
En el Euskera actual llamamos “artile” (alteración de “ardi ile”, pelo de ovino) a la lana, nombre que los etimologistas no saben donde ubicar, para lo cual, el trust de los indo europeos ha inventado una raíz “*wel” que serviría para llamar al pelo, pero que es posterior a la designación del pelo genérico en Euskera, “ül”, que ha dado en las dos variantes actuales de uso general, “il” y “ul”.
En cuanto a la lana (especialmente la de merinas), debió de ser tempranamente conocida su propiedad de unirse unos pelos a otros tras un leve torcido, propiedad que pronto decantó en el hilado de mechas de unos pocos pelos y la unión de dos o tres de estas para constituir cordones cada vez más largos, gruesos y resistentes. La aplicación de ceras, sebos y betunes a esos hilos los hizo correosos e imputrescibles, dando lugar a otra epopeya tan emocionante como la del fuego; la del inicio de la doma y manejo de diversos animales que ya podían ser confinados, sujetados o uncidos.
Esa facilidad de los pelos elementales de lana de unirse se bautizó como “la”, raíz adjetival que se asignó a procesos diversos donde se daba la retención, raíz que aparece en la explicación de los lagos, “lak u”, donde “lak” se refiere a la fijación transitiva, “lak”, lo que sujeta y “u” el agua, en las lapas, “la pa”, sujeción por abajo, los lazos, “la djó”, golpe de sujeción o sujeción súbita, el lapo o esputo, “la apo”, agregado hinchado de moco o la propia lana “la ena”, la que se enlaza.
Pero no es solo ese pelo y su propiedad, sino que los objetos elementales que fueron creándose para obtener hilos y cordones en cantidad creciente y con calidad estandarizada como lo son el huso y su complemento, la fusayola, son relativamente fáciles de monitorizar a pesar de que la cultura oficial y personajes como Amando de Miguel, -sesgados hacia el Latín- nos digan que “huso” viene de “fusus”, aunque con la boca pequeña reconocen que no es etimología nativa latina.
Para recalcar esa deseada dirección se explica que la “f” inicial latina pasó a “h” en Castellano, así “filium” dio hijo y “fusus” ó “fusum”, dió huso.
Si se estudia la física del huso, es elemental que la torsión de los hilos que avanza hacia el copo, tira de la lana amorfa para irla arrancando de la masa que se mantiene en alto (ver la figura siguiente), efecto de chupe o vaciado, que en Euskera se expresa como “uts o”, un nombre funcional y perfecto al que con el tiempo le pusieron una hache delante y en lugar de reconocer que los latinos generaban efes donde había ligeras aspiraciones en las lenguas vecinas, siguen empeñados en que el Latín es el padre de las lenguas latinas.
En la imagen de portada, ilustración de una hilandera castellana con el huso en la derecha, “tirando” del copo bien cardado para hilarlo.
Sobre el huso elaborado con boj, solía encajarse un volante o corona de piedra, a veces primorosamente tallada (y con mensajes o refranes grabados) para que lo mantuviera girando.
Esta piedra que en el Euskera reciente se llamaba “zurrunbilo” (zumbador) y que se conoce en los ambientes aficionados a la arqueología como fusayola, ha desaparecido de la memoria de la mayor parte de los idiomas tras dos siglos sin uso (en inglés se conoce como “whorl spindle” y el conjunto, domo “drop spindle o palito que tira…), pero queda claro que el efecto de tirar de la lana provocado por el giro, es lo que creó el nombre “uts” (hoy “huts”), que en cierta manera equivale al “whorl” o remolino que traga lo que flota cerca.
Es curioso que tanto en Griego “speira”, como en Inglés “spire”, en Español, “espira”, como también se llama a este tipo de volantes, lleva la raíz vasca “bir a” (girar), que en otros idiomas ha mutado a “giro-giru” (b x g) y en el mismo Inglés (“whorl”) se reconoce que antes fue “whirl”, semejante a “bir”.
En resumen, que el substrato común es innegable, aunque lo difícil es recrear el proceso histórico, económico y cultural que nos ha traído a la complejidad actual.